Bergen

En 1996 hicimos un viaje de ensueño a Noruega y visitamos la zona de Laponia y varias de sus ciudades: Oslo, Bergen, Geilo y Lillehammer. En aquella ocasión íbamos solos, no conocíamos aún a nuestra amiga Arantza y Noelia aún tardaría un año en aparecer en nuestras vidas.

           Es curioso lo que podemos llegar a recordar. Sin videos para grabar imágenes, sin cámara digital para realizar miles de fotografías. Tan sólo con unos negativos que guardaron la esencia de los mejores momentos de aquella aventura. 
         
           En Bergen, entre otras cosas, visitamos su famoso Mercado del Pescado. Y allí, comimos deliciosos bocatas de salmón y gambas. También hice lo que jamás hubiese creído que haría: comer salmón crudo. Durante aquella fabulosa semana tuve oportunidad de saborear el salmón de mil maneras diferentes. ¡Me encanta el salmón! pero, acabé tan saturada que, cuando regresé, tardé varios meses en volver a probar tan preciado manjar.

           Cogimos el funicular para subir al monte Fløyen y desde allí pudimos admirar la belleza de aquella ciudad y sus fiordos. Llenamos nuestros pulmones de un glacial aire puro y tras congelarnos un buen rato, bajamos a la civilización. Una estatua deTroll  gigante nos esperaba en la cima del monte. Aquel era mi primer troll en vivo y en directo. ¡Inolvidable! 

           Escuchamos un sinfín de leyendas y de cuentos sobre trolls (el Troll del Mar y de la Laguna, el Troll de la Montaña, el Troll del bosque,...). Por supuesto, compré un par de figuras para mi estantería. Cada día, cuando, desde el sofá, les doy una mirada, recuerdo aquel maravilloso viaje, el hielo de sus fiordos, y su mágico paisaje.

           En Bryggen pudimos contemplar la singular mezcla colorista de las Casas Hanseáticas, un barrio de casas de madera verdaderamente precioso. Un paseo entre callejuelas estrechas de un mundo de cuento, pequeños souvenirs de la ciudad y continua presencia del personaje vikingo. Siempre imaginé esos guerreros como salvajes despiadados ataviados con pieles y un casco con cuernos. ¡Increible! En Bergen descubrí que los vikingos nunca habían llevado cuernos en sus cascos, y que, más que salvajes, fueron marineros que tuvieron que luchar.

           Nos tomamos un pequeño respiro tras pasear por el barrio hanseático y, en el muelle, pudimos degustar un riquísimo helado lleno de anisetes de colores y gominolas. Para asombro de mis ojos, ante nosotros, se desarrolló un improvisado espectáculo de puenting-grua que consiguió ponerme los pelos de punta. Finalmente todo fue bien, y los osados jóvenes que probaron el lanzamiento, acabaron encantados con su experiencia.

           Recuerdo que lo hicimos a principios de agosto, y cuando te levantabas tenías que ponerte un par de mangas porque notabas fresco, a mediodía podías quitarte la chaqueta y por la noche, más valía que fueses abrigado. Tuvimos suerte durante todo el trayecto. Un soleado país nos dio la bienvenida a las cuatro de la madrugada cuando llegamos y se despidió de nosotros a las doce de la noche cuando nos marchamos. ¡La noche! No vi la noche en Noruega. Aunque el «Sol de medianoche» es más propio del mes de julio, aquella primera semana de agosto quiso acompañarnos durante nuestra visita.


Engendrando el Secreto



En clase, el profesor nos había enseñado cómo debe puntuarse correctamente un diálogo entre personajes. Descubrí que existe un guión largo, distinto al corto del teclado, escondido entre los símbolos de las herramientas.

           ¡Qué alegría conocer un carácter nuevo, tan alegre y elegante! El flechazo fue instantáneo. Incorporé a mi lista de propósitos usarlo el resto de mi vida en cualquiera de los diálogos que mis dedos pudiesen teclear.

           ¡Cuán triste me parecía ahora ese guión corto! Condenado a menguar cantidades, a causar miedo si de dinero se trata y a congelar las ideas cuando bajan los mercurios.

           Otra cosa que aprendí: Nunca debe ponerse un espacio detrás de un guión largo. ¡Dios me libre! ¡Cómo he podido no darme cuenta durante cuarenta y cuatro años! Recuerdo que cuando llegué a casa, miré unos doscientos libros de la estantería para ver si en todos ellos se cumplía aquella norma básica usada en la edición de relatos. ¡Tantos libros leídos y nunca me había fijado en esas pequeñas rayas! Pensé: «Nunca te acostarás sin saber una cosa más», como dice el Refranero.

           Bien, allí estaba yo rebosante de felicidad ante tanta sabiduría, cuando, como alumna aplicada y ejemplar se me ocurrió preparar un pequeño diálogo al que titulé: «Secreto entre hermanas». Me fijé minuciosamente en la debida colocación del guión largo, esperando la aprobación del profesor en cuanto al uso del mismo.

           El siguiente jueves que teníamos Taller de narrativa, acudimos mi hija y yo, como siempre, para empaparnos de sabiduría editorial. Al finalizar la clase, muy instructiva por cierto, le mostré mi diálogo al «profe», se fijó en la correcta colocación del guión y luego lo leyó en voz alta para que otros dos compañeros pudiesen escucharlo. Ambos apuntaron que a partir de aquel pequeño diálogo podía contarse una gran historia. Interesante anotación que me guardé en el fondo del armario.

           El último día del taller, nos pusieron deberes para el verano: Un relato de treinta mil palabras.

           ¿Por qué no? ─Me dije.

           Et voilà.

           Por supuesto, no pude resistirme y lo hice de más de treinta mil palabras. Es una historia totalmente ficticia y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Secreto entre hermanas (Parte Final) (Fin)

─Lo siento Jorge, no quiero que me quieras. Tú eres un hombre honrado y trabajador. Eres sincero y honesto. No debes querer a una persona como yo. No podrías ser feliz conmigo.

           Marina se levantó y se acercó al estanque, con la mirada ausente posada sobre los patos y las palomas. Se la veía más serena, con el rostro más relajado, pero aquellos ojos tristes la delataban. Su intención era dejar libre a Jorge y finalizar aquella conversación del modo más civilizado posible.

           Jorge tenía miedo de perderla, la había amado en silencio durante mucho tiempo, había esperado a que ella se reencontrase consigo misma y le correspondiese, la había deseado profundamente rozando el límite de la desesperación. ¿Cómo iba a consentir que ahora se le escapase? Se acercó a ella.

           ─Marina, mírame a los ojos y dime que no me quieres.

           ─No me hagas esto Jorge, sabes que te aprecio, si no fuese así no te habría contado nada de mí. Necesito poner en orden mi vida y creo que no te beneficia en nada quedarte conmigo. No puedo amarte.

           Jorge, apoyado en la balaustrada del estanque, recompuso en su mente las palabras que acababa de escuchar. Estaba seguro del amor que sentía hacia ella y creía que ella también le amaba. Antes de intentarlo por última vez, debía contarle quién era él. Puestas las cartas sobre la mesa, ambos decidirían qué camino debían de seguir.

           ─Marina, yo también necesito contarte quién soy. Quiero que lo sepas todo de mí y luego pienses si quieres apartarme de tu lado o no.

           ─Bien Jorge, es justo. Tú has aguantado mi charla sin rechistar, así que prometo escucharte sin salir corriendo. Al fin y al cabo, tú tampoco lo has hecho.

         ─Nací en un pueblecito de Cáceres, estudié la carrera de Derecho y luego me especialicé en Criminología. Entré a formar parte del Cuerpo de la Policía Nacional en 1990 y no tardé mucho en convertirme en Subinspector de la Policía Judicial de mi comisaría. Sí, soy policía, lamento no haberte dicho nada antes.

           Marina le miró atónita, sin dar crédito a sus palabras, con cara de asombro, sin saber qué decir, incapaz de reaccionar. Jorge comprendió que una noticia de tal calibre podía ser demasiado impactante para ella. La cogió del hombro y la acompañó hasta el banco donde habían estado sentados.

           ─Aunque al principio no sabía nada de ti, no tardé en enterarme de la dura infancia que habías tenido. Los amigos de Javier lo confesaron todo. Y aunque no tenía la certeza de que tú hubieses realizado aquellas heridas en la espalda de Rubén, verdaderamente lo sospechaba.

           ─¿Cómo he podido estar tan ciega? Creí que no podrías soportar mi historia.

           Parecía afectada, daba la impresión de estar ordenando las ideas en su mente, como si no fuese capaz de asimilar lo que Jorge le acababa de contar. Intentó disimular su shock emitiendo algunas preguntas inconexas.

           ─¿Y tu vida amorosa, dónde la dejaste aparcada?

           ─Siempre he ejercido mi trabajo con dedicación absoluta, sin tiempo para relaciones duraderas. Tengo pocas amistades, tan solo mis compañeros de la unidad: Méndez, Núñez y Rafa. En cuanto a mujeres, nunca se me han dado bien las relaciones personales: tres meses con una, seis meses con otra y algún que otro escarceo de fin de semana, nada digno de comentar.

           ─¿Rafa también es policía?

           ─Sí, llevamos varios años juntos. Nos asignaron vuestro caso. Nuestra misión era protegeros de vuestro tío e intentar desarticular el negocio en el que andaba metido. No debíais saber quiénes éramos. Gracias a nuestra investigación, logramos frustrar varios de los secuestros planeados por Rubén, bueno, por Javier. Sabíamos que sólo él podía llevarnos hasta los cabecillas de la organización y, finalmente, así ha sido. La operación ha terminado con éxito.

           ─¿Alguna vez has disparado a alguien?

           ─Sí, he tenido que hacerlo en dos ocasiones. No me siento orgulloso de ello, pero era necesario… Marina, creo que ya conoces lo más básico de mí. ¿Quieres preguntarme algo más?

           ─Ahora que te he confesado lo que hice, ¿qué crees que debo hacer? ¿Debo declararme culpable de intento de homicidio o algo así?─Seguía conmocionada─. No sé cómo funcionan estas cosas, pero estoy preparada para asumir mi culpa.

           ─No te preocupes de eso ahora Marina. Yo te ayudaré.

           ─Creo que me voy a ir a hotel a descansar. Esperaré allí a Fedra y luego decidiré qué voy a hacer con mi vida.

           ─Te acompaño.

           Marina entró en su habitación y Jorge se fue a la suya. Un rato después llegaron Fedra y Rafa. Encontraron a Marina sola, mirando la calle desde la ventana, triste toda ella, como recién llegada de un funeral. Rafa las dejó solas y se retiró a la otra habitación. Encontró un Jorge hundido y derrotado mirando también por la ventana.

           ─¿Qué te pasa Marina? No haces buena cara ─preguntó Fedra.

           ─Le he contado nuestro secreto. Me siento fatal. Le he dicho que no quiero que me quiera y que debe apartarse de mí.

           ─Pero… si tú le amas Marina. ¿Por qué le has dicho eso?

          ─Soy una delincuente, ¿lo has olvidado?

           ─No, no lo eres, tú fuiste una víctima en todo lo que pasó y así lo reconocería un juez si tuvieses que ir a juicio. No te atormentes más y déjate querer. Jorge está loco por ti, Rafa me lo ha dicho mil veces.

           ─No sé… Perdona Fedra, soy una egoísta, no te he preguntado cómo te ha ido con Rafa.

           Los ojos sonrientes de Fedra tenían un brillo especial aquella tarde. Marina sabía que Fedra le ocultaba una gran noticia, la noticia que siempre supo que algún día llegaría.

           ─Rafa me ha pedido que me case con él y he aceptado.

           ─Enhorabuena hermanita. Me alegro por ti. Sé que serás muy feliz con él.

           Le enseñó el bonito anillo que lucía en su dedo y un rayo de sol se reflejó en sus ojos. Por fin su hermana era feliz.

           Otra escena distinta sucedía en la habitación contigua.

           ─¿Qué ha pasado Jorge? Marina hacía mala cara.

          ─Nada, hemos puesto las cartas sobre la mesa. Me ha contado su pasado y yo le he dicho la verdad sobre nosotros. Le he dicho que la quiero y que quiero pasar el resto de mi vida con ella, pero no me ha correspondido.

           ─Jorge, ella te quiere, me lo ha dicho Fedra. No dejes que se te escape. El «pasado» pasado está. Hay que pensar en el futuro. ¿Cuál es el impedimento?

           ─Intentó matar a su padre y eso la ha dejado bloqueada.

           ─¿Las heridas de la espalda?

           ─Sí, ésas. Cree que debería estar encerrada en la cárcel.

           ─¡No me jodas tío!, ¿Cómo puede pensar eso? Aquel tío estaba totalmente drogado. Ella sólo le hizo cosquillas. ¡Por Dios! Nadie moriría con las heridas que ella le hizo. Sólo necesita ayuda psicológica y un buen hombre que la quiera. Tú puedes ofrecerle ambas cosas.

           ─Sí, pero ella no lo ve así. No sé…─suspiró profundamente─. ¿Y tú? ¿Le has pedido a Fedra que se case contigo?

           ─Sí, por fin. Soy el hombre más feliz del mundo. Nos casaremos en mayo. Estás invitado sí, pero ya hablaremos de eso. Ahora quiero que vayas a la habitación de las chicas, le digas a Fedra que venga aquí conmigo y que soluciones tus problemas con Marina. No aparezcas por aquí hasta mañana ¿vale?

           Le hizo caso a su amigo. Llamó a su puerta y le pidió a Fedra que les dejase solos, indicándole que Rafa le esperaba en la otra habitación. Marina estaba sentada en el borde de la cama, con los ojos enrojecidos.

           Recordó lo que llevaba en el bolsillo. Había acompañado a Rafa a aquella joyería de la calle Enmedio. Sintió una envidia sana al ver cómo su compañero elegía aquel anillo de compromiso, y no pudo evitar comprar uno para Marina. Nunca había pensado en casarse, pero Marina le había hecho cambiar su forma de pensar. Quería formar una familia con ella y pasar el resto de su vida juntos. También pensó que aquella tarde era la idónea para pedirle que se casara con él, pero no tuvo ocasión de hacerle aquella pregunta. Llevaba el anillo en el bolsillo del pantalón, notaba la forma de la caja presionada contra su cuerpo. Cuando Fedra cerró la puerta, Jorge se acercó a Marina y se arrodilló ante ella.

           ─Marina, te quiero y no pienso dejarte marchar.

           ─¿Cómo puedes quererme ahora que sabes quién soy?

           ─Conocía tu vida antes de que tú me la contases, y me enamoré igualmente de ti. Sigo enamorado de ti. Tus problemas tienen solución Marina, no lo tires todo por la borda. Sé que tú también me quieres. No me rechaces, por favor.

           Unas tímidas lágrimas asomaban a los lagrimales de sus ojos, cuando un osado Jorge, intentando jugar su última baza, se acercó a besarla en los labios. Su primer beso. Sentir aquella arrolladora pasión de fuego invadiendo su ser, la hizo despertar de aquella pesadilla y casi en un susurro, dejó escapar de su boca las palabras que él esperaba.

           ─Yo también te quiero Jorge.

           Las palabras más maravillosas del mundo, las que deseaba escuchar. Por fin todo era como debía ser. Puso la mano en su bolsillo y sacó la pequeña caja que contenía el anillo y se lo mostró.

           ─Marina, ¿Quieres casarte conmigo?

           ─Sí.

           Fue ella la que acercó ahora sus labios a los suyos y se dejó llevar.



En otra ciudad de España, a setecientos kilómetros de allí, dos amigos conversaban tomando un café, sentados en un lugar llamado Menfis.

           ─Bien, Leandro, gracias por tu ayuda. Si no hubiese sido por ti, ese gallito no habría cantado.

           ─Gracias a ti Luis, por haberme dado la oportunidad de ayudar a mis hijas. Es lo menos que podía hacer por Elena y por ellas. Si Marina me hubiese contado lo que ese tipo le estaba haciendo, me las hubiese llevado a vivir conmigo, con Isabel y mis dos hijos. ¡Es curioso!, Elena nunca quiso que abandonase mi familia. Si ella me lo hubiese pedido, me habría divorciado de Isabel. Cuando murió Elena, intenté rehacer mi vida y conseguí remontar el bache por el que estaba pasando mi matrimonio. Volví a ser feliz y quise creer que ellas también lo eran. ¡Cuánto me hubiese gustado decirles que yo era su padre!

           -Aún puedes enmendar eso ¿no crees?

           ─No puedo decirles ahora que yo soy su padre. Es demasiado tarde para hacerlo.

           ─Tus hijos ya están casados y no viven contigo y la pobre Isabel, en paz descanse, murió hace cinco años. ¿Qué te impide decirles la verdad? Por lo que yo sé, siempre te has preocupado por ellas. Fuiste tú quién convenció a Elisa y a Manuel para que contratasen a Marina de aprendiz y lograste que se encariñasen con ella y con su hermana. Fuiste tú quién me pidió el favor de encontrarles un trabajo en la empresa de Paolo&Giovanni y, gracias a ti, allí les ha ido muy bien. Te recuerdo que también fuiste tú el que insistió en que mis mejores hombres las protegiesen.

           ─Sí, tienes razón, quizás algún día les cuente la verdad. Y sí, han estado bien protegidas, no me cabe duda. Creo que tus hombres han hecho mucho más que eso. Pregunté por ellas en el hospital, y me comunicaron que alguien las acompañaba. La enfermera, muy amiga mía, me dijo sus nombres: Jorge y Rafa. ¿Qué te parece?

           ─¿Crees que debo abrirles un expediente disciplinario?

           ─¡No, hombre! Lo que quiero es que consigas que me inviten a la boda.

           ─¡Qué cosas tienes Leandro! ¡Dalo por hecho!

           ─¿Quién ha dicho boda? ¿Se casan Marina y Jorge, o son Fedra y Rafa?

           ─¡Oiga, ¿Quién es usted?!

           ─Me llamo Ramiro, soy el dueño de este local. Conozco a esos chicos de los que están hablando y me alegra saber que van a casarse. A mí también me gustaría ir a sus bodas. Oiga, si quiere, yo les cuento a ellas que usted es su padre.

           ─¿Por qué no se sienta con nosotros a tomar un café?



FIN





Secreto entre hermanas (Parte Final) (1)

Convenientemente auxiliado por el Inspector Poveda, tras suplicar clemencia ante las serias amenazas de muerte vertidas sobre él, un atemorizado Javier acabó confesando todo lo confesable y más.

           Gracias a la información proporcionada, quedó desarticulada la mayor organización europea dedicada al negocio de la Trata de Blancas. Las Comisarías de Policía de diversos países implicados aunaron sus fuerzas para detener a los cabecillas descubiertos. Distintas unidades policiales continuaron tras las pistas de varias chicas que fueron secuestradas en similares circunstancias.

           Javier Alonso, de cincuenta y seis años de edad, pasó a disposición judicial.

           Tras la liberación, Marina y Fedra pasaron tres días en el hospital, recuperándose. Sus jefes, Paolo y Giovanni les enviaron un gigante ramo de rosas acompañado de una nota: «Con el mayor de nuestros afectos, esperando vuestra pronta recuperación. P.D. Os regalamos dos semanas de vacaciones. No vengáis antes. Un abrazo»

           Decidieron quedarse en Castellón antes de regresar a sus trabajos. Disponían de unos días para poner en orden sus vidas.

           La primera tarde, cada pareja salió por separado. Rafa y Fedra optaron por ir al cine del centro comercial La Salera y tomaron el autobús urbano que les dejaba en la entrada.

           Jorge y Marina prefirieron ir a pasear. Fueron al Parque Ribalta, el parque más emblemático de la ciudad. Tras hablar de mil banalidades, ambos se sentaron en un banco, frente al estanque, y ella quiso sincerarse con Jorge.

           ─Jorge, necesito hablarte de mí, contarte mi pasado.

           ─¿Estás segura de querer contármelo?

           ─Sí, debí hacerlo hace mucho tiempo. Espero que no te importe que empiece por el principio.

           ─No hay ninguna prisa, tenemos todo el tiempo del mundo.

           ─Nací en el pueblecito donde nos han tenido secuestradas ─su mirada quedó nublada un instante, pero respiró hondo y prosiguió con su relato─. Mi madre murió cuando yo tenía doce años, y mi padre…, bueno, el que yo creía que era mi padre, no se preocupaba de nosotras, así que tuve que ser fuerte y cuidar de mi hermana. Yo quería mucho a mi madre, guardo muy buen recuerdo de ella.

           Se mantuvo en silencio unos segundos, antes de poder continuar. Jorge esperó paciente, atento a sus palabras, sabiendo de antemano lo que le iba a contar. Notó rigidez en las líneas de expresión de Marina. Lo que le iba a contar, sin duda, iba a ser duro para ella. 

           ─Cuando cumplí los catorce años, Javier me convirtió en la puta de sus amigos y amenazó con matar a Fedra si no cumplía sus órdenes. Pasé cinco años siendo niña de día y puta de noche. Dejé mi infancia y mi adolescencia aparcadas y prometí ser fuerte para vengarme algún día de aquel hombre.

           Su voz sonaba rota y  la expresión dura que había adoptado su cara delataba que aún no le había contado la parte más dura de su historia. Continuó.

           ─Él quería vender la virginidad de Fedra y yo no estaba dispuesta a consentirlo. Creí que el único modo de impedir aquella barbarie era matando a Javier. No pensé en nada, me acerqué a la casa y le apuñalé por la espalda con esta navaja, ─la sacó del bolsillo del pantalón y se la mostró─. Sí… intenté matar a ese monstruo. Desde entonces la llevo conmigo, para no olvidar qué clase de persona soy. Debería estar en la cárcel.

           Jorge agarró la navaja que Marina sostenía en su mano izquierda y se la guardó en un bolsillo de su chaqueta.

           ─Trae, yo la guardaré, ya no te hace falta. Seguro que Rubén no murió por tu culpa. No te atormentes.

           El inspector Poveda, aquella mañana, les había informado sobre los detalles de la confesión de Javier y les había confirmado que ya no existía motivo alguno para ocultar su verdadera identidad a las chicas.

           Jorge sabía que Marina no causó la muerte de Rubén, seguramente ese hombre continuaría con vida si no le hubiesen apuñalado en el corazón, pero no le dijo nada al respecto, prefirió conocer su relato. Le dio un beso en la frente y la animó a continuar.

           ─No, no fui yo quien causó su muerte, el propio Javier me contó cómo sucedió todo: al parecer, el hombre que había en la casa era su hermano gemelo y, por lo visto,  fue un polaco el que, forcejeando con él, acabó matando a Rubén. Nunca nos había hablado de nuestro tío, así que no sabíamos que existía.

           »Oficialmente, Javier, fue declarado muerto aquella noche. No sé cómo, pero hubo un error en la identificación del cadáver. Nos dijeron que encontraron otro muerto en aquel lugar pero nadie nos explicó nada más. Incluso nos enseñaron la navaja con la que ambos se mataron, igual que la mía. Llegué a olvidar todo el odio que sentía hacia él y concentré todo el odio en mí misma. No fui capaz de relacionarme con nadie. Vivimos dos años con Elisa y Manuel, los dueños del restaurante en el que yo trabajaba. A ellos debo agradecer  no haber enloquecido. Nunca supieron nuestro secreto. Nos quedamos allí únicamente para que Fedra terminase la secundaria, siguiendo el buen consejo que nos dio don Leandro, el Jefe de Policía, siempre muy atento con nosotras. Nunca le conté nada a la policía sobre mí. Preferí lapidar esos recuerdos en lo más profundo de mi alma. Por supuesto, nunca volví a ver a ninguno de los amigos de Javier, si lo hubiera hecho, no sé si hubiera podido soportarlo.

           Descansó unos instantes, perdida en sus pensamientos, retomando fuerzas y, tras una breve pausa, prosiguió.

           ─Este era nuestro secreto Jorge, un secreto entre hermanas que me ha atormentado todo este tiempo y del que no quería hablar con nadie. Fedra sólo ha sido mi víctima, ha sufrido conmigo el peso de este secreto y sé que nunca se lo ha confesado a nadie. Sólo deseo que sea feliz, ella se lo merece.

           ─Todos tenemos derecho a ser felices ¿No crees? ¿No quieres ser feliz?

           ─Mira, Javier nos secuestró en el parque y nos llevó a la casa de la montaña. Nos tuvo encadenadas y amordazadas, la una frente a la otra, sin saber si saldríamos de allí con vida. Lo único bueno de esta historia ha sido descubrir que él no era nuestro padre. Me contó que mi madre tenía un amante, nuestro padre real, pero tenía mujer e hijos y mi madre no quería que dejase a su familia. ¡Ya ves! Pude tener un padre de verdad.¡Ojalá se hubiese hecho cargo de nosotras cuando murió mi madre! ¡Seguro que hubiéramos sido felices!

           Tras unos minutos de silencio, Marina parecía haber terminado de vomitar todo aquello que había guardado tantos años en su interior. Miró fijamente a Jorge, con  semblante triste, pero manteniendo la suficiente entereza para lanzar aquella parte final que le quería soltar.

           ─Bueno, creo que te he dicho todo lo que quería contarte. Quiero agradecerte la amistad que me has brindado durante todo este tiempo, pero no quiero que sigas a mi lado. Ahora ya sabes quién soy en realidad. Intenté matar a una persona y ejercí la profesión de puta durante cinco años. Todo eso me ha marcado profundamente y sólo yo debo cargar con el peso de mi pasado.

           ─Te quiero Marina. Olvida tu pasado. Conozco personas que podrán ayudarte en eso. A mí no me importa lo que fuiste ni lo que hiciste o intentaste hacer. Te quiero de verdad y quiero pasar el resto de mi vida contigo.

           Rompió a llorar amargamente. Jorge le tendió su pañuelo y la besó en la mejilla.

Secreto entre hermanas (Parte VI: Javier, 2009)

“Sabía que a esas zorras les iba bien. Los dueños del restaurante les habían ofrecido su casa y vivían con ellos.

           Creo que ellas no volvieron nunca a nuestras casas después de lo ocurrido. La casa del pueblo permaneció cerrada desde mi supuesta muerte y la de la montaña también. Para dejar pasar el tiempo, me fui a vivir al piso de Rubén y allí nadie se dio cuenta de nada. Como únicamente hablaba con los de la Organización, no tenía relación con nadie del vecindario. Mis jefes sabían que yo era Javier, a ellos no podía engañarlos, eran demasiados años trabajando juntos.

           Una vez estuve en la casa de la montaña, dejé mi vehículo en la carretera y me dirigí allí andando. Pude observar que la policía rondaba por los alrededores de vez en cuando. Ahora no solo debía ocultarme de los guardas forestales, además debía esquivar a la policía local. Conseguí entrar para recordar viejos tiempos y, sentado en la mesa, empecé a imaginar cómo podría vengarme de ellas. Tenía que ser en aquella casa, el lugar donde perdí a mi hermano.

           Un confidente de la Organización se enteró de que las chicas iban a irse de la población y le encargué que descubriese cuál era su destino, pero no pudo averiguarlo. Continué con mi trabajo habitual, normalmente tenía a Marc de compañero. Nuestro patrón a seguir siempre era el mismo, me resultaba sencillo realizarlo y con las ganancias podía permitirme algún pequeño lujo.

           Decidí alquilar un piso en Madrid y viví unos meses allí, sin más compañía que la del televisor y la del móvil. Había imaginado muchas veces mi venganza: unas veces las mataba, otras simplemente las cedía a la Organización, para que las enviasen a algún prostíbulo del Lejano Oriente; pero finalmente prefería olvidarme del asunto. Cuando casi había dado mi batalla por perdida, mi contacto me dijo exactamente dónde estaban. Aquello dio nuevamente sentido a toda mi existencia.

           Decidí que debía cambiar de domicilio e instalarme cerca de ellas y, aunque seguía trabajando con los míos, me dediqué en cuerpo y alma a conocer todos y cada uno de los pasos que daban. Conseguí urdir un plan perfecto para secuestrarlas en el parque, pero cuando ya lo tenía todo planeado, cambiaron el rumbo de su vida y Fedra se convirtió en modelo. ¡Menuda suerte la mía! Aquello echó por tierra todas mis esperanzas de conseguirlo.

           A partir de ahí, fue más fácil seguirles la pista, pues sólo tenía que comprar las revistas en el quiosco, pero me resultaba imposible encontrarlas solas.

           Siempre tenían gente a su alrededor, especialmente un par de gilipollas que supongo que pretendían ser amigos con derecho a roce. Aquello podía complicarme las cosas y decidí que debía saber exactamente no sólo qué pasos daban sino también qué pensaban.

           Un día que ellas no estaban, logré entrar en su portal y subir hasta su piso. Mi hermano siempre dijo que se me daba bien abrir las cerraduras. Instalé un par de micrófonos: uno en la habitación y otro en la salita. Alguien me dijo alguna vez que las mejores confidencias se hacen en los dormitorios.

           Aunque al principio, pensé secuestrarlas para enviarlas a algún prostíbulo extranjero, luego se me ocurrió una genialidad: «Pedir un rescate a los idiotas de sus jefes». Una vez cobrado, la Organización ya se encargaría de ellas. Mis jefes no trataban normalmente con producto nacional, preferían la mercancía del Este pero, en este caso, por ser yo, iban a hacer una excepción.

           Instalar micrófonos fue una idea brillante. Casi todos los días escuchaba sus conversaciones comentando la jornada de trabajo y sus sentimientos hacia ese par de tontos que se habían cruzado en sus vidas. Yo tenía la sartén por el mango. Sabía que en algún momento flaquearían.

            Una noche, invadidas por algún repentino arrebato de añoranza, comentaron que cuando regresaran del viaje que iban a hacer a París, volverían a casa paseando por el parque, solas, como siempre lo habían hecho antes de tener amigos. Aquella fue mi oportunidad. Tuve que moverme rápido y sobornar a más de uno para ser contratado como operario del servicio de recogida de basuras municipal. Conseguí tener furgoneta propia y trabajar justo en el parque por el que querían pasear las chicas. Sólo debía tener paciencia y esperar a que llegase el momento apropiado. Mientras tanto lo tendría todo planeado. Primero fui a la casa de la montaña, para tenerlo todo preparado, luego me dediqué durante unos días a tener pleno dominio de mi nuevo trabajo.

           Cuando volvieron de París, tal como dijeron, fueron a casa paseando por el parque, solas. Allí las secuestré, fue muy fácil, primero lancé un dardo inmovilizador a Fedra, y luego otro a Marina, las metí en la furgoneta y me las llevé hacia mi casa de la montaña. Recuerdo que en algún momento, me pareció ver que un vehículo nos seguía, pero finalmente lo despisté y creí que no era así. ¡Qué equivocado que estaba!

           Bien, tras llevarlas allí llamé a uno de sus jefes para conseguir que pagase el supuesto rescate y bueno, después ya me detuvieron ustedes.»

           ─¡Habré terminado ya, ¿no?! Creo que ya no tengo más que decir.

          ─Se equivoca, aún no nos ha hablado de la Organización, debe darnos nombres, direcciones, números de teléfono, etc.

           ─No puedo hacer eso, ellos me matarían. Prefiero cumplir mi pena en la cárcel.

           ─No ha querido la asistencia de ningún abogado pero, le repito, que si usted no tiene ninguno, le podemos asignar uno de oficio. Él le asesoraría convenientemente y, seguramente, le aconsejaría que nos diese la información que le estamos solicitando.

           ─Ya les he dicho que no quiero saber nada de esos picapleitos. Seguro que por buen comportamiento salgo antes de lo previsto y consigo rehacer mi vida. Además, estoy confesando voluntariamente, más atenuantes a mi favor ¿no?

           ─Bien, he terminado mi trabajo. Buenos días.

           ─¿Ya se va?

           ─Sí señor, hoy me tocaba a mí hacer de poli bueno. Ahora entrará mi compañero.

……

           ─Buenos días, veo que no ha terminado su declaración de un modo satisfactorio para nosotros.

           ─¡Oiga, no abuse!

           ─Supongo que el Inspector Poveda ya le ha dicho que hoy le tocaba a él hacer de poli bueno. Pues bien, verá, yo soy el poli malo.

           ─¡Ah, sí! ¿Qué piensa hacerme, castigarme cara a la pared?

           ─No señor, pienso matarle.

           ─¡No crea que me asusta con sus artimañas policiales!

           ─Si usted no habla, no tendremos ninguna información, cierto, pero si no nos da esos datos, entonces ya no nos sirve de nada y, como usted ya está oficialmente muerto, es mejor que le matemos y nos olvidemos de su cara. No se puede arrestar a nadie por matar a un muerto.

           ─Pero, ¿Qué dice? Acabo de confesar que soy Javier y no Rubén.

           ─De momento esa confesión está retenida.

           ─Usted no me mataría a sangre fría, un buen profesional no haría eso.

           ─Tiene razón, un buen profesional no lo haría, pero un amante despechado o un padre enfurecido sí.

           ─¿De qué está hablando?

           ─¡Y aún me lo preguntas miserable! Yo fui el amante de Elena y soy el padre de Marina y de Fedra. ¿Crees que no sería capaz de hacerlo?

           ─¡Socorro! ¡Ayúdenme! ¡Socorro!



Secreto entre hermanas (Parte V: Jorge y Rafa, 2009) (3)

Rubén había comentado que alguien tenía que pasar a recogerlas para llevarlas a Pekín, así que el inspector Poveda ordenó mantenerse a la espera, quizá podríamos detener a alguien más y seguir tirando del hilo.

           Don Leandro se había empeñado en entrar dentro de la casa, aunque le dijimos que no hacía falta que él estuviese dentro. Había intentado entrar por el cobertizo pero le había sido imposible, sus años y una generosa barriga prominente se lo impidieron. Así que lo intentó por la ventana del cuarto de baño. Se encargó personalmente de quitar la silicona que sellaba aquel marco con una cuchilla. Finalmente, ante los atónitos ojos del inspector Poveda, se adentró en la casa por aquella ventana, luego cruzó el pasillo y vino, sin hacer ruido, hasta la habitación en la que nosotros nos encontrábamos. Hubiese podido arruinar toda la operación pero, por alguna extraña razón, la suerte nos acompañaba. Minutos después nuestro jefe entraba también en aquella habitación por el hueco del cobertizo. La fiesta sorpresa estaba preparada.

           A las seis de la tarde, Méndez nos comunicó que un tipo de unos cuarenta años, corpulento, uno ochenta de estatura y unos noventa kilos, había aparcado un pequeño camión al lado de la furgoneta de Rubén y tras llamar a la puerta, había entrado en la casa.

           Pudimos escuchar la conversación que mantuvieron y parecía ser que aquel tipo no quería irse de allí sin haber tenido primero relaciones sexuales con las dos. Noté que la sangre me bullía y deseé salir de la habitación para pegarle dos hostias. Por la cara que ponía Rafa, debía estar pensando lo mismo que yo.

           Don Leandro, que había estado en aquella casa cuando la madre de las chicas aún vivía, nos hizo un pequeño plano de la vivienda para que nos hiciésemos una idea de la situación. Aquel pequeño croquis mostraba, nada más entrar, un salón que comunicaba a su derecha con una cocina sin puerta. Desde el salón se podía acceder a una de las habitaciones, y a su lado, había un largo pasillo rematado por una ventana. A la izquierda del pasillo, a continuación de la habitación a la que se accedía desde el salón, había un pequeño trastero y al fondo, estaba el cuarto de baño. En la parte derecha del pasillo, a continuación de la concina, dibujó dos puertas, eran otras dos habitaciones. No había nada más, la casa era de una sola planta.

           Después de mantener una charla con Rubén y hablar de alguna que otra operación fallida en la que nosotros ya habíamos intervenido, ese personaje llamado Marc quiso que su primer botín carnal fuese Fedra. Oímos sus pasos acercándose por el pasillo acompañados del ruido de unos pies que arrastraban por el suelo, supusimos que eran los de ella. Justo fueron a entrar en la boca del lobo. Estaba tan ocupado sosteniéndola  que no reparó en nosotros. No tuvo tiempo de decir nada, lo dejé inconsciente fácilmente. Fedra, en un estado lamentable, ni siquiera llegó a vernos. Aunque Rafa la sostuvo por detrás, cayó en brazos de don Leandro y se dejó llevar hasta la cama. Esposé a aquel individuo y lo dejé en manos de un policía. El inspector nos ordenó esperar en el furgón, sabía que Fedra no nos había visto y creyó oportuno que ellas siguieran sin conocer nuestro verdadero trabajo. Como suponíamos, Rubén acabó impacientándose y fue hasta la habitación para ver cómo iba todo, momento en que rápidamente fue detenido.

           Un agente de la policía local había llamado a una ambulancia y parecía que se oía una sirena acercándose.

           Marc y Rubén fueron escoltados por tres agentes hasta nuestro furgón. Rafa y yo les esperábamos impacientes. Nadie nos veía en ese momento. ¡Qué importancia podía tener que llegaran magullados a la Comisaría! Sin pensarlo dos veces, propiné un puñetazo cargado de rabia a Rubén, aquel canalla lo tenía merecido por todo lo que le había hecho pasar a Marina. Rafa, que sabía lo que Marc pretendía hacer con Fedra, no pudo reprimirse y le dejó los nudillos marcados en su cara.

           Núñez nos comentó que las chicas estaban supuestamente bien, pero iban a llevarlas al Hospital General de Castellón para hacerles un reconocimiento. Ese era un buen momento para que le pidiésemos un permiso al jefe, hacía tiempo que no estábamos a su lado y ahora necesitaban nuestra compañía. Desde que las chicas empezaron a triunfar en el mundo de la moda, ya no trabajábamos en la empresa Paolo&Giovanni, para ellas ahora éramos dos simples comerciales de una empresa de fotocopiadoras. Aquella tapadera nos daba un poco más de libertad y nos permitía llevar otros casos mientras ellas estaban de gira por Europa.

           El inspector Poveda se acercó al furgón policial y mostrando una sonrisa angelical se dirigió a los detenidos.

           ─Bien, de momento todo ha ido bien. Os vamos a llevar a nuestra comisaría. Seguro que allí cantáis como los ángeles.

          ─Oiga, voy a denunciarles por maltrato, ¡Mire lo que me ha hecho uno de sus hombres! Ha sido este tío ─dijo Marc mostrándole la cara y señalando a Rafa.

           ─Sí, ya veo que tiene la cara hinchada, por aquí hay muchas colmenas de abejas, es una pena que le haya picado una ─le contestó.

           ─¿¡Cómo dice!? Tengo un abogado muy bueno, no crea que se van a librar de ésta. Dentro de dos días yo estaré en la calle y ustedes se habrán quedado sin trabajo, tendrán que sufrir un bonito expediente disciplinario.

           ─Dice la verdad jefe, le he dado un puñetazo ─le confesó Rafa.

           ─No se preocupe Rafa, yo no he visto nada. Y a éste, ¿Qué le ha pasado? ─dijo despreocupado mirando a Rubén.

           ─A éste le he dado yo ─dije.

           ─Bien hecho ─contestó.

           ─Oiga, me llamo Javier Alonso, quiero dejar esto claro, ya he sido demasiado tiempo mi gemelo. Si tengo que pagar por algo, que sea por lo que yo he hecho, no por lo que haya hecho mi hermano. El que murió aquí en esta casa fue él, no yo ─aclaró quien pensábamos que era Rubén.

           Cuando supe que ese hombre era Javier, una ola de furia contenida se apoderó de mi persona y cegado por la rabia le asesté un puñetazo tan grande que le desencajé la mandíbula. Acabamos todos en el hospital general de Castellón.

           El inspector Poveda informó debidamente de la pequeña batalla en que ambos detenidos se habían enzarzado y todo quedó como una pelea entre ellos. Al día siguiente, tras auxiliar a los detenidos y realizar los trámites correspondientes, el inspector Poveda, Méndez y Núñez partieron hacia nuestra comisaría con Javier y con Marc.

           El jefe decidió darnos unos días de permiso porque creyó que nos hacían falta. De ese modo podríamos quedarnos en Castellón y acompañar a las chicas hasta que fuesen dadas de alta.

           Cuando Marina se despertó después de aquella larga noche, yo estaba allí a su lado y pude ver el amor reflejado en sus ojos. Algo me decía que estaba preparada para contármelo todo.

Secreto entre hermanas (Parte V: Jorge y Rafa, 2009) (2)

           ─¿Cuándo ha ocurrido eso?

           ─Hace unas dos horas, creemos que se dirigirán a Castellón. Don Leandro y sus chicos han sido avisados. Iba a llamarles a ustedes para que viniesen inmediatamente. Lourdes ha llamado también a Méndez y a Núñez. Les espero a los cuatro en mi oficina, en veinte minutos, nos vamos de viaje. Iremos por autovía, de ese modo les alcanzaremos antes.

           ─A sus órdenes.

           No fue necesario decirle nada a Rafa, estábamos en mi coche y él conducía rumbo a la Comisaría. Detrás de nosotros llegaron Méndez y Núñez. El inspector nos pidió que le siguiésemos hasta el furgón del aparcamiento. Subimos los cinco y Núñez se puso al volante. Los compañeros que seguían a aquel loco por la carretera nacional, nos mantenían informados. Si se confirmaba nuestra sospecha, se dirigiría hacia aquel municipio donde apareció sin vida su hermano, el padre de las chicas. El inspector creía que las chicas tuvieron algo que ver con aquello y que Rubén lo sabía, por lo que suponía que quería matarlas allí y vengar así la muerte de Javier.

           Yo tenía un nudo en la garganta, no era capaz de decir nada. Rafa también había quedado enmudecido, fuimos los únicos que no hablamos durante aquel frenético viaje. Mi mente no paraba de pensar en Marina, en todo aquello que no me atreví a decirle durante estos años y lo tonto que había sido por no intentarlo siquiera.

           Un tiempo después, que me pareció eterno, dejábamos la autovía del Mediterráneo para circular por una carretera nacional llena de camiones y turismos. Nos llevaban aún mucha ventaja, cincuenta kilómetros era mucha distancia y con aquel tráfico tan denso no los alcanzaríamos.

          ─Ponga la sirena Núñez, si no, no vamos a llegar nunca ─dijo el Inspector.

          Sabíamos que estaban llegando a la población porque los compañeros nos lo habían comunicado. Pero al mantenerse más distantes para no llamar su atención, le perdieron de vista. Menos mal que don Leandro y sus chicos le esperaban ocultos en los alrededores de aquella casa y uno de sus agentes nos esperaba en la entrada de la población para acompañarnos hasta allí, porque era un lugar al que no resultaba fácil llegar sin conocer la montaña. El agente subió al furgón con nosotros y, con su ayuda, llegamos sin problemas. Los dos compañeros del vehículo de vigilancia nos siguieron también. 

           Don Leandro y sus chicos tenían órdenes de vigilar los movimientos de Rubén y mantenerse a la espera. No debían actuar, si no era necesario.

           ─Hola, Leandro, me alegro de verte. ¿Qué tenemos?

           ─Ha llegado y ha metido dentro a las chicas. Les apuntaba con la pistola en todo momento, no nos hemos atrevido a hacer nada. Creemos que hay alguien más en la casa, aunque no podemos confirmarlo.

           ─¿Otro hombre?

           ─Sí. Hemos intuido una silueta a través de la ventana del servicio y no se parece en nada a la de Rubén. Creemos que debe ser algún compinche suyo que ha venido para ayudarle a vigilar las chicas.

           ─Eso puede complicar las cosas. Tendremos que andarnos con cuidado.

           ─Inspector, deberíamos vigilar bien la casa, conocer todos los movimientos de Rubén y poner algún micrófono para saber qué está diciendo ese loco ahí dentro. En algún momento cometerá un error ─dije.

           ─No se preocupe Hurtado, no permitiremos que las mate. Encárguese de coordinar la vigilancia de la casa.

           ─Mis chicos le ayudarán también Hurtado.

           Me puse rápidamente al asunto, cada uno de nosotros cuatro vigilábamos un lado de la vivienda, los cuatro agentes ofrecidos por don Leandro nos servían de apoyo. Los compañeros del coche de vigilancia, se quedaron con don Leandro y el Inspector Poveda.

           Desde mi posición, pude observar la figura de un hombre a través de una ventana. Parecía la ventana del cuarto de baño. Fue sólo un momento, pero aquella figura no encajaba con la descripción que tenía de Rubén, o sea que era cierto que había alguien más. Intentamos poner algún micro en las ventanas de la casa, pero estaban herméticamente cerradas y no tuvimos suerte.

           Yo me situé en la parte trasera  de la casa y desde allí podía ver un pequeño cobertizo adosado a la vivienda, donde seguramente se habrían guardado antiguamente los aperos de labranza. Un pequeño huerto olvidado y lleno de maleza me separaba de Marina.

           Núñez nos comunicó que Rubén había salido de la casa y había cogido su furgoneta. Don Leandro y el inspector Poveda se encargarían de seguirle. Nosotros debíamos quedarnos allí. Hubiese sido el momento perfecto para liberar a Marina y a Fedra pero, la presencia de un posible segundo individuo dentro de la casa nos cortó las alas. No queríamos poner en peligro a las chicas.

           Poco después, algo extraño llamó mi atención: vi que un individuo mugriento salía por la puertecilla del cobertizo y se dirigía sigiloso hacia mí. Lo cazé. Quise alertar a mis compañeros, pero Rubén acababa de llegar.

           ─¿Dónde te crees que vas tan rápido?

           ─Yo no sé nada, no sabía que esa casa tenía dueño, no me haga daño por favor.

           ─Oye, me pareció ver tu figura a través de la ventana del servicio. ¿Eras tú?

          ─Sí, no podía aguantarme, yo sólo quería ir al váter como una persona normal. No hice ruido, no les molesté, no se enteraron de que yo estaba allí. Le juro que no he hecho nada malo. No he robado nada.

           ─ Y ¿Cómo has entrado en la casa?

           ─La pared estaba llena de humedad, me apoyé en ella y los ladrillos se movieron, así que los quité y me quedé dentro de la casa calentito hasta que llegaron ellos. Aquí fuera hace mucho frío, sabe.

           ─Encárgate de este tipo, creo que no le vendría mal algo de comida ─le dije a uno de los agentes de la policía local.

           Fue una lástima no haber descubierto antes que el otro individuo era un indigente, pues hubiésemos podido liberar a las chicas antes de que regresara Rubén.

           Me acerqué con cuidado hacia el cobertizo para ver la obertura de la pared. Era demasiado pequeña, solo una persona delgada como aquel pobre hombre huesudo podía pasar por allí. Asomé la cabeza y comprobé que daba paso a una habitación polvorienta que tenía la puerta cerrada. No se escuchaba nadie desde allí, aunque parecía que se oía a una voz de hombre al fondo. Pensé que nos vendría bien entrar en esa habitación y colocar algún micro bajo la puerta para oír lo que decía allí dentro y, en caso necesario, entrar sin esfuerzo en la casa para detenerle. Salí de allí para informar de la situación.

           Los jefes nos indicaron cuáles habían sido los pasos dados por Rubén durante aquella salida: se dirigió al centro comercial de las afueras de la población vecina, efectuó una llamada telefónica desde una cabina pública y luego adquirió unas latas de comida precocinada y una nueva tarjeta de móvil.

           Un señor Paolo, aterrado por la situación, llamó a nuestro jefe para comunicarle que Marina y Fedra habían sido secuestradas y alguien pretendía cobrar un millón de euros por su rescate. El inspector le indicó que estábamos vigilando a ese delincuente y sabíamos dónde tenía a las chicas. Le pidió que se serenase y cuando volviese a llamarle le pidiese unas fotos de las chicas para asegurarse de que seguían con vida, cuando las recibiese en su móvil, debía reenviárselas. Al escuchar la conversación que mantenía el inspector con el señor Paolo, noté que mi párpado se movía nerviosamente, empezaba a sentirme afectado por la situación, aquello era algo más que un caso para mí.

           Durante aquella noche, dos agentes de policía lograron hacer más grande la obertura que daba acceso a la casa desde el cobertizo. Colocamos un micrófono por debajo de la puerta de aquella habitación para poder escuchar los desvaríos de aquel loco.

           Por lo visto, pensaba venderlas a un prostíbulo de Pekín, aquello me pareció esperanzador, al menos, no iba a matarlas. El inspector nos mostró las imágenes que acababa de enviarle el señor Paolo. Amordazadas y encadenadas a una silla, Marina y Fedra parecían dos cadáveres esperando su final, al verlas me entró un escalofrío.



Secreto entre hermanas (Parte V: Jorge y Rafa, 2009) (1)

Marina y Fedra acababan de llegar de París, estaban agotadas, no había más que verlas. Habían tenido un fin de semana bastante movidito: demasiados desfiles, entrevistas y fotografías. Nos dijeron que cogerían el coche y se irían a casa a descansar. Nosotros les dijimos que teníamos cita con el dentista, esa era nuestra tapadera cuando teníamos que reunirnos con Méndez y Núñez.

           Nos esperaban ansiosos en el café, por teléfono me comentaron que habían observado un comportamiento extraño en Rubén y no sabían a qué atenerse. Pedimos otros dos cafés y nos sentamos con ellos en la mesa.

           ─Hola ¿Cómo va todo? ¿Qué habéis descubierto?

           ─Bueno, creemos que está tramando algo, hace un mes que se ha puesto a trabajar de barrendero para el ayuntamiento. Lleva una furgoneta municipal y está siempre en el parque por el que iban vuestras chicas al trabajo cuando os conocieron. ¿Sabéis cuál digo?

           ─¡Claro tío! Continúa.

          ─El inspector Poveda cree que pretende secuestrarlas allí. Esa furgoneta tiene un banco de hierro en su interior y varias cuerdas, lo ha visto uno de nuestros agentes al pasar paseando junto al vehículo. Ninguna de esas dos cosas son necesarias para ejercer la profesión de barrendero.

           ─Y ¿Cómo no se han dado cuenta los encargados del ayuntamiento o es que no revisan el contenido de sus furgonetas? ─dijo Rafa.

           ─Parece ser que los barrenderos van por parejas y el cuidado de la furgoneta es responsabilidad suya, así que nadie presta atención a lo que hay en su interior.

           ─Y ¿Quién es su pareja? ─pregunté.

           ─Ahí está la gracia, casualmente él no tiene pareja. Es el único barrendero que va solo, así que puede montárselo como quiera ─contestó Núñez.

           ─Bueno, estaremos al tanto y evitaremos que paseen por allí solas. De todos modos, ya no tienen tiempo para dedicarse a esos placeres. Se pasan la vida en los aviones o en los coches. Será difícil que las coja.

           ─No estaría de más que echaseis una ojeada por el piso de las chicas para ver si hay algún micro más, aparte de los nuestros. No me extrañaría que él supiese algo que nosotros no sabemos. Te recuerdo que solo pusiste micros en la sala, la cocina y el baño ─aconsejó Méndez.

           ─Bien, intentaré acceder a su habitación, pero tendrá que ser en un descuido de Marina, ya sabéis cómo es.

           ─Sí, claro, y sabemos que están coladas por vosotros, aunque esa parte se la ocultamos siempre al jefe, no sea que se mosquee y os aparte del caso ─añadió riendo Núñez.

           Agradecimos la información, tomamos el último sorbo de café y nos despedimos. Pensamos que tras conocer esa noticia, nuestro deber era plantarnos en el piso de las chicas y auto-invitarnos a cenar. De ese modo, mientras Rafa las enredaba con su palique, yo podría inspeccionar su habitación.

           Seguramente se habrían cambiado de ropa y andarían con sus mejores galas de noche y esas babuchas de conejito que me hacían tanta gracia. Llamamos al timbre pero nadie contestó. Volví a insistir, no hubo respuesta. Aprovechando la entrada de unos vecinos en la finca nos colamos también en la recepción, ya nos tenían vistos de alguna otra ocasión y no les extrañó nuestra presencia. Subimos rápido con el ascensor y llamamos a su puerta, podía ser que las hubiésemos pillado a las dos en el baño y no hubiesen oído el timbre, pero algo me decía que aquello no pintaba bien. No nos abrieron, así que entramos sin permiso. A Rafa se le daban bien aquellos menesteres, dominaba aquellos ganchos metálicos como si se hubiese dedicado toda la vida a forzar puertas. La casa estaba vacía, entre en su habitación, todo estaba en orden. Recordé lo que nos dijo Méndez y me acerqué a la mesilla de noche que había entre las dos camas. Nada más tocar su borde, di con el micrófono. Me quedé aterrado ¿Les habría pasado algo? Se lo mostré a Rafa. Salimos de allí corriendo, cerrando la puerta de un portazo. Mientras bajaba en el ascensor, llamé al inspector para comunicarle mi hallazgo y contarle mis temores.

           ─Dígame Hurtado.

           ─Señor, creo que a las hermanas Alonso les ha ocurrido algo. Nos dijeron hace unas horas que se iban a casa en coche, así que nosotros nos fuimos tranquilamente a la reunión con Méndez y Núñez. Sabemos que Rubén Alonso trabaja ahora de barrendero y lleva una furgoneta sospechosa. Hemos ido a casa de las chicas, ellas no estaban y hemos descubierto un micrófono instalado en la mesilla de su habitación. Pienso que igual hablaron en algún momento de ir caminando por el parque, como solían hacer cuando eran unas simples limpiadoras, y aquello le dio la idea a Rubén para meterse en ese trabajo. Rafa les ha llamado varias veces al móvil, pero no contestan.

           ─Mire Hurtado, sabemos que las chicas han sido secuestradas por su tío, una unidad policial les está siguiendo. No se preocupe, todo está controlado.

Secreto entre hermanas (Parte IV: Marina y Fedra, 2009) (3)

Un instante después, aquellas luces azules desaparecieron, me sentí derrumbada, seguramente estaba soñando despierta. El sopor de la noche se apoderó de mí y me quedé dormida.

           Fue el sonido del microondas el que nos despertó a las dos, él estaba calentándose un café del día anterior. Nos miró sonriente, casi triunfante, mostrándonos sus amarillentos dientes. Se sentó frente a nosotras, saboreando cada uno de los sorbos de aquel humeante café recalentado. Tenía la pistola en la mesa, al menos su dedo no estaba en el gatillo.

           ─Bien chicas, sólo me quedan unas horas para ser millonario. He pensado que lo mejor va a ser dejaros aquí. Unos conocidos míos vendrán a por vosotras y os llevarán bien lejos de aquí, a unos prostíbulos de Pekín. Seguro que os lo pasáis muy bien con la clientela que os espera allí. Anda, anda, no me miréis con esa mirada asesina que no os favorece nada.

           »Algún día me agradeceréis que haya decidido no mataros, ser esclavo del sexo no está tan mal ¿no? Es mejor que estar muertas. A la organización solo les servís si estáis vivas y gozáis de buena salud, de ese modo ellos sacan tajada al venderos a aquel prostíbulo y a mí me dan también un trocito del pastel, a modo de premio por mi constancia y valía.

           Fedra y yo nos miramos aterradas, nos había dicho que no iba a matarnos pero no sabíamos si lo que nos esperaba sería peor que estar muertas.

           Tras un día, que me pareció eterno, sentía mis huesos entumecidos y el dolor producido por las cadenas dejaba su huella en mi piel. Fedra parecía ausente, con la mirada perdida, seguramente pensando en cómo había ocurrido aquello y la impotencia que sentiría si no podía volver a ver a Rafa.

           Me acordé de Jorge, a estas alturas no sé si ellos sabrían algo de nosotras. Quizás el Sr. Paolo les había mentido para ocultar la situación en la que nos encontrábamos y no ponernos en peligro, o quizás les había puesto al tanto de qué ocurría y estarían desesperados ante la situación.

           El viejo reloj de la cocina marcaba las seis de la tarde, cuando oímos que llamaban a la puerta. Javier nos miró sonriente y nos dijo que seguramente serian sus amigos, los que iban a llevarnos a nuestro nuevo destino.

           ─¡Hola tío!

           ─¡Hola Marc! ¿Vienes solo?

           ─Sí, pero no te preocupes, las pinchamos primero y luego tú me ayudas a subirlas al camión antes de irte. Cuando llegue a Madrid me estarán esperando para ayudarme.

           ─El jefe, como siempre, lo tiene todo controlado.

           El nuevo visitante se detuvo ante nosotras y nos miró detenidamente, con descaro. Tomó con una mano la barbilla de Fedra y con la otra mano mi barbilla.

           ─¡Joder tío, ésta es un ángel! Me entran ganas de echarle un polvo ahora mismo, a ver si así me convierto en Santo ─dijo, señalando a mi hermana.

           Soltó unas risas, que acompañó Javier.

           ─Dejemos eso para luego Marc, cuéntame cómo estáis en la organización. Anda ven, te invito a un café. Acabo de poner la cafetera. Luego tendrás tiempo de estar con las chicas si te apetece.

           La aterradora idea de revivir aquella época ya olvidada en la que aquel hombre me obligó a ser la puta de sus amigos, se apoderó de mí. No podía siquiera imaginar a Fedra en aquella situación. Ella parecía estar en un estado catatónico, ausente, a kilómetros de allí, parecía un cadáver, sin color en sus mejillas, con aquellas ojeras grises rodeando sus hermosos ojos.

           Vi aquellos hombres sentados en la mesa, hablando tranquilamente, como si no estuviésemos allí, contando sus aberrantes anécdotas, y deseé morir y no tener que sufrir más. ¿Por qué Dios nos había abandonado? Tras un buen rato de charla vacía, el visitante quiso que Javier le dejase estar con Fedra.

           ─Tío, no va a ser todo para los chinitos, si a ti te da mal rollo lo comprendo, pero a mí me parece un bomboncito. Quítale las cadenas y me la llevaré a la habitación. ¡Va a ver lo que es un hombre! En el fondo, le voy a hacer un favor, no creas que esto lo hago con todas.

           Le quitaron las cadenas, y ella parecía inmóvil, casi muerta. Me asusté. Al verla caminar arrastrando el paso, comprendí que algo de ella aún estaba vivo. No pude frenar unas lágrimas que cayeron por mi rostro. La vi alejarse por el pasillo, hacia la habitación del fondo, la que estaba al lado del servicio. Lo último que vi fue la puerta cerrándose en un portazo. Javier me miró henchido de felicidad, había ganado su batalla, había roto nuestras vidas en mil pedazos.

           ─¿Qué te creías que no se la iba a dejar catar? Pues espérate, luego te catará a ti, para que recuerdes los viejos tiempos. Tienes suerte de que a mí me deis asco. Y esto no es nada para lo que os espera en el prostíbulo. Las vais a pagar todas juntas, por fin me vengaré de la zorra de vuestra madre.

           »Ella creía que yo no lo sabía, pero en el fondo siempre lo supe. Sabía que no eráis hijas mías. Sólo tuve que descubrirlo por mí mismo. Un día, repentinamente, me presenté en casa sin avisar. Tú no estabas en casa, te habías ido a con tu hermana a pasear por el parque. Tu madre estaba en la cama con otro. Cuando lo vi, decidí esperar detrás de aquella puerta entreabierta y oír su conversación, no pensaba montar ningún escándalo. Ella le estaba contando que no podía decirme que vosotras eráis sus hijas, al fin y al cabo, él no podía tomaros a su cargo porque era un hombre casado y con familia. La muy puta, pensó que era mejor que me tuvieseis a mí como padre en vez de no tener ninguno. No pude oír más, me fui de allí y regresé por la noche. Dormí con ella y esperé a que os hubieseis ido al colegio, luego tuve una bonita discusión con Elena. El resultado de la misma fue que sufrió un infarto y se murió. Ahí acabó la bonita historia de su vida, la vida de una zorra que trajo a este mundo dos zorritas.

           Se calló por fin y se dirigió hacia su querida cafetera para servirse otro café. Me alegró saber que no era nuestro padre.

           Yo no podía dejar de pensar en Fedra, no se oía ningún ruido, igual aquel bestia se había quedado dormido junto a ella después de satisfacer sus instintos carnales.

           Javier debió de pensar lo mismo porque lo vi alejarse por el pasillo hasta aquella habitación y entrar en ella.

           Silencio, más silencio, aquello era insufrible. ¿Se habría atrevido a tocarla también él? Mi tormentosa imaginación estaba acabando conmigo y cerré los ojos deseando que todo aquello tocase su fin.

           Oí la voz de una mujer detrás de mí, estaba abriendo mis cadenas.

           ─Tranquila, todo ha pasado, su hermana está bien, no se preocupe, la están atendiendo.

           Me quitó la mordaza y se puso frente a mí. Me acarició la mejilla y me mostró una sonrisa agradable. Al ver que era policía, me dio un vuelco el corazón. Era tanto el dolor que sentía en todo mi ser, que era incapaz de articular una palabra. Solo lloraba sin parar. Comprendí que aquel sueño de luces azules no había sido un sueño.

           Intenté levantarme, ella me ayudó, quería ir hacia aquella habitación y ver a mi hermana, abrazarla y llorar juntas. No fui capaz de decir nada, pero no fue necesario, aquella policía sabía dónde quería ir y me cogió fuertemente para que no cayese. Mis pies arrastraban por el suelo y aquel pasillo me pareció infinito. Un policía salió de aquella habitación y nos apartó hacia un lado, Javier y Marc le seguían apuntados por las pistolas de otros dos policías. Iban esposados. Marc sonreía, indiferente a lo que le podía caer encima. Javier ni se atrevió a mirarme a la cara. Sin fuerzas, logré escupirle en la cara. Sólo deseaba que lo condenasen a cadena perpetua y se pudriese en la cárcel para siempre.

           Dos pasos me separaban de aquella habitación. Cuando entré, vi a mi hermana en la cama, un sanitario estaba dándole un calmante. El jefe de policía, don Leandro se había quedado allí con ella. Se acerco a mí y me dio un beso en la mejilla. Él también parecía afectado. Me acerque a Fedra y la abracé con mis escasas fuerzas.

           ─Todo pasó ya Marina ─su voz sonaba como un susurro en mis oídos. Apoyó su cabeza en mi hombro y noté que humedecía mi blusa con sus lágrimas.

           ─¿Te han tocado Fedra? ¡Soy capaz de salir ahí fuera y matarlos ahora mismo!

           ─No, hermanita, tranquila, estos señores llegaron a tiempo.

           Don Leandro me explicó que habían sido avisados de lo que iba a suceder en la casa y habían recibido órdenes de acudir allí esa madrugada. Se escondieron por el bosque y consiguieron entrar sigilosamente, tras quitar la silicona de la ventana del servicio, antes de que llegara Marc. Aquel era el único acceso posible a la casa, el resto de ventanas tenían rejas. Una vez dentro y, tras observar que dormíamos, esperaron en aquella habitación hasta encontrar la ocasión más propicia para poder detenerlos y no poner en peligro nuestras vidas. Comentó que toda la operación había sido planeada y dirigida por la policía judicial de dos comisarías españolas y que ellos tan solo habían realizado su trabajo.

           Yo no entendía muy bien el funcionamiento de aquellas cosas, pero ver a mi hermana viva a mi lado y saber que no le habían hecho nada, me pareció un milagro.

           Rápidamente, casi sin darnos cuenta, nos pusieron en unas camillas y nos llevaron a una ambulancia. Llegamos al hospital y nos dejaron juntas en la misma habitación. Una enfermera iba a acompañarnos toda la noche, no teníamos de qué preocuparnos. Quería llamar a Jorge y contarle todo, pero no tenía fuerzas. No sé si fue el calmante que me administraron o qué fue, pero caí dormida en un profundo sueño.

           Cuando desperté vi la cara sonriente de Jorge a pocos centímetros de la mía. Solo pude devolverle la sonrisa. Miré hacia la cama de mi hermana, ella seguía durmiendo, Rafa estaba a su lado, esperando que despertara.