¡Hola Quinta!
Hemos compartido tantas risas, llantos y recuerdos que un
millón de bolígrafos Bic no bastarían para escribir toda nuestra historia.
Hoy tenía ganas de escribir y me he acordado de ti. ¿Por qué no? He pensado que podría distraerte
un rato.
Retrospección
Las paredes derribadas del colegio público que nos cobijó en
nuestra infancia fueron testigos mudos de nuestras vivencias. Y, seguramente, aquellos
maestros de escuela que nos llevaron de la mano, tuvieron que reprimir más de
una risa fingiendo un gesto agrio ante nuestros muchos actos rebeldes.
Viene a mi mente la sonrisa recta de doña Joaquina. Nunca
comprendí porqué su sonrisa no era curva. Aquella fina línea dibujada en su
cara expresaba más de lo que parecía. Una raya corta en sus labios anunciaba la
llegada de truenos y relámpagos; en cambio, una raya más extensa, auguraba un
placentero día. Simples señales que, hasta unos parvulitos como nosotros,
lográbamos captar.
Si de recuerdos hablo, también guardo en mi memoria la cariñosa
mirada de doña Isabel. Aquel brillo en sus ojos nos transmitía tanta
tranquilidad y confianza que, cuando pretendía regañarnos, no lograba que nos
lo tomáramos en serio.
Es curioso que se utilice la expresión “leer la cartilla”
para hacer alusión a reprimendas o reproches. Lo cierto es, que todos le leímos
la cartilla a doña Joaquina y a doña Isabel, aunque no con ánimo de reproche
sino con la firme intención de demostrarles que sus esfuerzos, unidos a los de
nuestros sufridos padres y hermanos, habían obtenido su recompensa.
Siempre he pensado que fuimos una generación “En tránsito”.
Nuestro vaivén por los edificios habilitados como aula se convirtió en algo
habitual. Hicimos los parvulitos en el antiguo colegio de Regiones Devastadas,
el 1º de EGB en una de las casas de maestro de la Calle San Isidro, el segundo
curso en un bajo del edificio de la Calle Montoliu próximo a la vía de tren y a
los huertos de naranjos, los cursos tercero a quinto, de nuevo en nuestro amado
colegio rodeado de moreras, el 6º de EGB en el colegio público de Almenara y,
finalmente, nuestros dos últimos años los cursamos en las aulas habilitadas para
tal fin en el primer piso del edificio que alberga el actual Teatro de
Chilches.
Siempre hemos sido almas viajeras, lo mamamos en nuestra
infancia.
El adusto semblante de don Ramón, en cambio, se desvanece
entre mis recuerdos, solo sé que pasamos de parvulitos a alumnos de EGB casi
sin darnos cuenta. Dejamos la cartilla para coger los libros, y aparcamos los juegos
de alfombra para jugar a hacer cuentas con los números. Fue un alegre primer
curso que disfrutamos con doña Amparo y don Pepe. Así empezaríamos a amueblar
nuestra cabeza. Otra cosa distinta, es valorar si los muebles están bien
colocados o no. Dejemos a cada cual que lo valore por sí mismo.
Doña Sofía fue, sin duda, mi profesora preferida. Me
embelesaban sus historias, tanto las que narraban pasajes bíblicos como las que
acababan con moraleja. Era tanta su pasión al contarlas, que lograba
contagiarme. A ella debo, en parte, mi afición por la lectura y la escritura.
El año en el que tomamos la 1ª Comunión guarda un lugar
especial en mi baúl de los recuerdos. ¡Cuánta paciencia tuvo doña Teresa con
nosotros! ¿Cómo lograría centrar nuestra atención en las clases? Despistados
desde el primer día, con la vista fijada en el 25 de mayo de aquel 1975,
resultaba difícil concentrarse en los temas escolares.
Lo que sí enterré en un pozo profundo fue mi 4º de EGB. Para
nada quiero recordar aquel símil de educación castrense impartido por don
Manuel. Curso de cantos mañaneros en formación militar, en el que tuve el gusto
de probar sus golpes de paleta sobre la punta de mis dedos.
Ya en quinto, comprendí que aquello de ser una piña llegaba a
su fin. Con diez años, pretendieron que dejáramos nuestra infancia aparte. La meta
consistía en aprender una amalgama de saberes varios para afrontar los nuevos retos
que nos esperaban fuera del pueblo. Fue difícil para doña Adela y complicado
para nosotros. Las fronteras de nuestra vida iban a ampliarse.
Durante todos aquellos años se forjó nuestro espíritu
curioso, nuestra vena luchadora y nuestra pasión por los bichos. Nos gustaba ir a las acequias de los huertos
en busca de ranas o lagartijas, capturar hormigas, mariquitas o escarabajos
peloteros, y, sobre todo, criar gusanos de seda. Actividades que casi diría que
alcanzaron el estatus de deporte local.
¿Quién no ha subido a una morera haciendo equilibrios imposibles para
coger hojas con las que alimentar a sus gusanos?
Con mucho cariño, para mis compañeros de Quinta. Besos a todos.