Adiós, Pepito, adiós

Una mañana te levantas y decides que todo irá bien, porque te lo mereces. Sí o sí, te vas de vacaciones.

Una ducha refrescante, el café solo y una tostada con mantequilla. Sales a la calle, presionas el mando del llavero y tu coche te da la bienvenida. Todo va sobre ruedas. 

Un semáforo en rojo salpica el arco iris que te acompaña, pero mantienes la calma. No dejarás que esa minucia emborrone el día.

Tu subconsciente, en cambio, ha tomado nota del detalle. La última vez que lo encontraste en rojo, acabaste en urgencias con traumatismo craneoencefálico debido a una colisión múltiple.

Bajas la ventanilla para inspirar el aire cálido de aquel día primaveral y tarareas la canción que está sonando en la radio. Sin esperarlo, una abeja empieza a revolotear por el salpicadero. Sabes que no debes distraerte cuando conduces y decides parar en el arcén para invitarla a salir. Mueves tu mano varias veces, esperando que el insecto siga la ráfaga de aire que le has proporcionado, pero la abeja ni se inmuta. 

Tu subconsciente, bolígrafo en mano, escribe la segunda línea en su lista. No has considerado tu reacción alérgica en caso de picadura, ni te ha pasado por la cabeza.

Y continúas intentando que la salida a aquel conflicto se realice de un modo pacífico, pero no hay forma de conseguirlo. Decides probar con un pañuelo de papel y coges la abeja con cuidado para lanzarla fuera del vehículo. Tras zarandear el clínex y despedir al visitante, lo guardas en tu bolsillo y continúas hacia tu destino.  

Un panel informativo indica que hay retenciones a diez kilómetros  y anuncia la posibilidad de optar por una vía alternativa. Cargado de optimismo, decides tomar la variante. Todo está saliendo redondo, no hay porqué preocuparse. 

Tu subconsciente, ya va por la tercera alerta. La última vez que alteraste una ruta, caíste por un terraplén y tu coche fue siniestro total. Tú, te libraste de milagro.

La carretera es estrecha, carente de arcén, pero el paisaje es digno de postal. Has subido la ventanilla para evitar nuevos intrusos y refrescas el ambiente con el aire acondicionado. Todo va como la seda. Estás ansioso por ver el mar, solo quedan doscientos kilómetros. Alcanzas un tractor enorme y disminuyes la velocidad porque no ves claro que puedas adelantarle. Al recordar la última vez que lo hiciste, te sientes afortunado. El cuentakilómetros bosteza mientras el coche avanza lentamente. No tienes prisa. Disfrutas de la vida.

Tres horas después, llegas a un pueblecito y atiendes a tu barriga, que exige con voz silenciosa que hagas una parada para comer algo. Te atrae el barullo que asoma por la ventana de un bar, y observas sus mesas repletas de gente y el buen ambiente que se respira en el interior. Te diriges a la barra con paso decidido, echas una ojeada al mostrador, lleno de tapas minuciosamente elaboradas, y te sientas en un taburete. Te das permiso para saltarte la dieta por un día.  Pides un bocadillo de tortilla con pimientos fritos, una tapa de ensaladilla rusa y otra de morro frito. Mientras esperas, tomas un quinto de cerveza bien fresquito. Como bien sabes, acabará cayendo alguno más.

Tu subconsciente anota, inquisidor, en su lista negra: los pimientos fritos que te provocan ardor de estómago, la ensaladilla rusa con esa mayonesa de sospechoso color, el morro frito que subirá tu colesterol a límites insospechados y  los quintos fresquitos que deberían impedirte conducir.

Saciado el apetito, te pides un carajillo para dar un toque de alegría a tu aventura. Luego, continúas la marcha. El sol brilla en lo alto y la carretera está libre de tractores. "Viento en popa, a toda vela", te diriges a tu destino.

Tu subconsciente, llamémosle Pepito, no sabe si darte una colleja o abandonarte a tu destino. Cinco quintos y dos carajillos y tú al volante. Deberían darte el alto antes de que ocurriese alguna desgracia. En la boda de Benito, una cerveza y un gin-tonic fueron suficientes para empotrar la moto en la furgona de delante; pero parece que has olvidado los tres tornillos y la placa que llevas en la pierna derecha. 

La carretera es recta y la luz del día la hace infinita. Has soñado tanto con esas vacaciones que nada ni nadie podrá impedir que las disfrutes plenamente. El mar te espera, en la bolsa llevas toallas de playa, bañadores y ropa, no te hace falta nada más. Todo está saliendo a pedir de boca.

Tu subconsciente sabe que no llevas protector solar ni sandalias de goma, ni tan siquiera un antihistamínico para tus alergias. Sabe que el mar es un hervidero de medusas y la orilla de la playa un terrible manto de cantos rodados. Le falta lápiz para tan larga lista.

A lo lejos, divisas un vehículo de la Guardia Civil. No tienes escapatoria, tienes que parar. Esperas no tener que soplar en esta ocasión. Con tu mejor sonrisa, saludas al agente que te ha dado el alto, le ofreces la documentación del vehículo y le muestras tu carnet de conducir. 

Tu subconsciente suda tinta china mientras reza el rosario. Solo faltaría acabar entre rejas. Has hecho caso omiso de todas las posibles amenazas que ha detectado y, ahora, se verá obligado a anotar en su repertorio una posible detención, la pérdida de puntos en el carnet de conducir y una sanción de no sabe cuánto importe.

Todo en orden, puedes seguir. Confirmado, hoy es tu día. Quedan solo cincuenta kilómetros y ya parece que el aire huele a salitre.

Tu subconsciente se ha quedado atónito ante esa suerte inusitada, pero no piensa bajar la guardia, sabe que algo acabará saliendo mal.

Tú, ya hace horas que has entrado en "modo vacaciones". La comida te ha sentado estupendamente y te sientes más vivo que nunca. Haces una parada técnica en una gasolinera y, luego,  continúas.

Pepito, ya repuesto del trance, recuerda que la última vez que visitaste los urinarios de una estación de servicio, tuviste que acudir al médico porque cogiste una infección inexplicable. Retoma la lista y sigue apuntando.

Ya puedes ver el mar a lo lejos, un inmenso azul se pinta en tus ojos. Llegas y estacionas en un aparcamiento anexo al paseo marítimo. A diez metros, extiendes la toalla en la orilla, te despojas de la camisa y el pantalón corto y dejas las deportivas junto a la toalla. Has tenido que pisar muchas piedras para alcanzar la arena del interior marino y te duelen los pies, pero no importa. Algo ha rozado tu muslo y tu brazo, pero lo ignoras. Te entra un calambre en la pierna y decides salir del agua, ¡No vas a darlo todo el primer día! Te tiras en la toalla para secarte tomando el sol y sucumbes al sueño.

Tu subconsciente está punteando frenéticamente aquella maldita lista de avisos a oidos sordos, cree que la comida copiosa, los quintos de cerveza, los carajillos y la visita a los urinarios de la gasolinera, te pasarán factura, más pronto o más tarde. Y no le cabe la más mínima duda de que el doloroso picor provocado por los "roces" de las medusas y la insolación que te está acechando, no serán un plato de buen gusto cuando despiertes de la siesta. Pepito sabe que aún queda día por delante.

Escuchas una voz que llama tu atención y despiertas de tu plácido sueño. Es una socorrista que te aconseja ponerte protector solar. Te deja unas muestras de regalo y, tras observar tu brazo y tu pierna, te ofrece también unos blisters de suero fisiológico como medida preventiva. No, no eres un adonis, hay más socorristas atendiendo a otros bañistas. Aquellas escoceduras, supuestamente provocadas por algún roce de medusa, han sido un mal menor y, además, mañana lucirás un bronceado espectacular. Quién sabe, igual conoces a tu pareja durante las vacaciones.

Recoges tus cosas y decides buscar el alojamiento que ya tienes concertado. No lo puedes creer, estabas justo delante de su entrada. Subes a la habitación y te echas en la cama. Lo dicho, todo ha salido redondo. Sonríes. Sabes que desde tu último percance automovilístico ya no escuchas aquella voz interna que se empeñaba en martirizarte todo el rato. A palabras necias, oídos sordos.

Tu subconsciente, altamente ofendido, ahora comprende por qué no atiendes a sus razonamientos. Quizás el milagro de tu salvación en aquel terraplén desconectó tu oído interior del altavoz de tu consciencia.  Mejor darte una patada en el trasero y dejar que te arrojes tu solo al abismo de la vida. 

Pepito acaba de ver una mujer sentada en la misma orilla de la playa, indiferente a las acciones de los dos niños que se pelean junto a ella, seguramente sus hijos, y se comen la arena a puñados. Y, también, observa al hombre, posiblemente su marido, que dormido sobre la toalla se encuentra junto a ella. Seguramente le van a salir ampollas si no se pone protección solar. Es momento de cambiar de hogar. Él también se tomará unas vacaciones. No le irá mal intentar transmitir tus recomendaciones a otros oídos más necesitados de su sabiduría.

Tú, estás feliz como una perdiz. Aún no entiendes cómo ni por qué. Por alguna razón te sientes más ligero que una pluma, como si te hubieras quitado un gran peso de encima.

Sacas tu móvil de la bolsa y haces tu primera foto. Seguramente, acabarás haciendo muchas más.