Adiós 2011- Hola 2012

Otro año que pasa de largo. Si hiciese un repaso de este año, seguramente me vendrían a la cabeza varias cosas buenas y muchas cosas malas, y  suspiraría pensando en esos días buenos que pasaron y nunca volverán. Pero no, no estoy dispuesta a ponerme triste, eso no va conmigo. Prefiero recordar alguno de esos momentos especiales que me ha regalado el 2011.
         
           Este año nuestra peña de amigos ha vuelto a ser la que era, la que siempre fue, "Els de sempre". La traducción del valenciano al castellano sería "Los de siempre". Nuestra peña nació en  1966. Sí, ya hace unos años, toda una vida, cuando nuestras madres nos paseaban en su brazo. Aquellos bebés crecimos, acudimos a la misma escuela elemental y, pese a tomar distintos derroteros, a partir de ese momento, decidimos que siempre permaneceríamos unidos. Diez amigas y un amigo. Felipe nos dejó hace unos años, pero su risa y sus chistes nos acompañarán siempre. La peña pasó un periodo gris pero el recuerdo de una ilusión compartida volvió a reunirnos y las risas tronaron otra vez en nuestros corazones. Ya en 2010 tuvimos un buen año para recordar, el 2011 ha sido doblemente mejor. Pidamos pues, al 2012, que supere al anterior. Juntos vamos a despedir este año y juntos daremos la bienvenida al año nuevo.
           Otro suceso especial para recordar ha sido mi primer cambio de continente. Hemos viajado hasta Oriente Próximo,  y hemos visitado Turquía. Como deseo personal le pediré al 2012 que me deje seguir viajando.

          Después de mucho tiempo sin realizar ejercicio físico, decidí que 2011 bien merecía una oportunidad y me apunté al gimnasio. Sigo pensando que no pesan los años, sino los kilos.  Tras tres meses de actividad moderada, un problema en el pie me mantuvo alejada de allí seis meses, pero  tras las vacaciones regresé con más ganas y  más entusiasmo. Os diré que pese a mi inconstancia en esta área, este año comencé sudando la camiseta y lo pienso terminar igual si nada me lo impide. Esta es otra buena cosa que recordar y mi propósito será continuar con ella durante 2012.

           Además, he reencontrado viejas amistades, ese es el caso de mi amigo Didier, que después de treinta años contactó conmigo a través del face. Y es que la distancia no siempre es el olvido, a veces sólo es una pausa. Otro punto más para 2011. Le pediré más reencuentros especiales al próximo año. Sigo teniendo amigos en estado de "pausa" que me gustaría reencontrar.  Y ¿por qué no? Puestos a pedir, me gustaría también encontrar nuevos amigos.

  ¿Habéis visto la película El Diario de Bridget Jones? Bien, pues cualquier parecido con ella es pura coincidencia. Jajajajaja

          De corazón, os deseo un Feliz año 2012

Condolencias


Todas las nochebuenas deberían ser felices, llenas de alegría y de amor, para poder compartirlas en familia. Todas deberían ser así, pero no siempre lo son.

Esta nochebuena he acompañado a mi marido a dar el pésame a un compañero y amigo. Había fallecido su padre. Era una muerte esperada quizás, necesaria seguramente, pero más triste, sin duda alguna, si pensamos que era un día señalado para ser felices compartiendo los lazos familiares, reviviendo la ilusión de la Navidad junto a los hijos y los nietos.

En esta ocasión, los lazos familiares, más estrechos que nunca, más unidos que cualquier otra nochebuena, no eran fruto de la felicidad propia de estas fechas, sino del lloro respetuoso del alma, del silencio del recuerdo y la amargura de la ausencia.

Sombra en el rostro amigo, llanto en su corazón, triste nochebuena sin celebración.

«Es ley de vida, unos tiene que morir para que otros puedan nacer». Una frase en sus labios, que queda marcada a fuego en nuestros corazones. Admirable serenidad difícil de igualar.

Nuestras más sentidas condolencias, Luis.

Fotos para el recuerdo (2)

Viaje en globo sobre La Capadoccia (Turquía) Septiembre-2011



Es difícil explicar cómo puede sentirse alguien plácidamente mecido por las nubes en un idílico viaje en globo sobre la Capadocia.

           Os diré que la buena compañía es un factor determinante.  Nos aventuramos a realizar aquella travesía acompañados de nuestra amiga Arantza, intrépida viajera que conocimos hace unos años en Portugal y se ha convertido en una de nuestras mejores amigas y compañeras de viajes.

           Ver amanecer ante tus ojos y extasiarte con la explosión de colores anaranjados y amarillos que te rodean, es algo fascinante. Te deslumbras fácilmente con los juegos de luces y sombras y tus ojos sienten renacer el sentido de la vista, intentando captar el máximo ángulo posible, sin desperdiciar ninguno de esos pequeños regalos que la naturaleza nos ofrece.



           La experiencia es sin duda inolvidable, desde el principio hasta el final. Tuvimos la suerte de encontrar un día perfecto, sin pizca de viento, con la temperatura agradable y con un conductor experimentado que hizo de nuestro viaje un paseo entre las nubes.

           La belleza de ese paisaje volcánico, repleto de formas caprichosas que se enorgullecen de mostrar las heridas de su pasado, resultaba mágico.

           Observar el inflado de los globos, entrar en la cesta en la que vas a permanecer durante un par de horas, escuchar las comunicaciones por radio entre los tripulantes de los globos, tomar altura, descender, volver a tomar altura, rozar las nubes, tocar los picos de los montículos, coger las ramas de los árboles, soltarlas, realizar miles de fotos, algún video también, pensar que ha valido la pena levantarse a las cuatro de la madrugada, comprobar que estás a punto de descender, a un metro sobre el suelo, te arrastran hasta la camioneta, te dejan allí sobre ella, te hacen esperar, desinflan el globo, lo doblan cuidadosamente, anclan bien la cesta en la camioneta, te dejan bajar. Sensaciones guardadas en el corazón que no olvidaré jamás.



Todo fue muy bien, la compañía nos ofreció un brindis antes de concedernos los diplomas que acreditaban nuestro viaje en globo. La foto, otra foto, un apretón de manos. Algo nuevo que contar.

FELIZ NAVIDAD

Nuevamente llega la Navidad. Recibámosla con alegría y con ilusión.

           Son tiempos para regalar amor, desear paz y lograr felicidad.

           Me encantan estas fiestas tan entrañables. De nuevo en familia. De nuevo con los amigos.

           Muchos regresan a casa por Navidad y se producen reencuentros muy especiales.

           Las reuniones en la mesa también son diferentes, no por los manjares que puedan ofrecerse para celebrar la fiesta, sino por el calor familiar que nos envuelve. Esas risas, esos villancicos, esos besos esperados,... Pocas son las oportunidades que tenemos de vivir estos momentos juntos, aprovechemos la ocasión, vivamos las Navidades en familia y celebremos el regalo de vivir.

           De corazón os deseo ¡FELIZ NAVIDAD!

A cuestas con la vida

Miró el reloj, faltaba poco para que sonara. Otro día más en su anodina vida, un suma y sigue que nunca cesaba. Nada en su insulsa existencia merecía la pena. Se sentía como una lombriz bajo tierra, asomando su cabeza raras veces sobre la superficie. Casa, trabajo, trabajo, casa, casa, trabajo, trabajo, casa.

           Se quedó solo hacía años, cuando su madre falleció de una pulmonía. Nunca se preocupó por encontrar pareja, pensó que no la encontraría. Ahora, se arrepentía de no haber intentado esa búsqueda durante sus años de juventud. A sus cincuenta años, obeso, canoso y feo, se sentía viejo, sin ganas de nada, cansado de vivir.

           Sus compañeros de trabajo se pasaban el día hablando de cualquier cosa, sus salidas de fin de semana, sus vacaciones, sus peleas con los hijos, la eterna guerra con el fútbol... incluso se enzarzaban, en ocasiones, a discutir sobre política. Manuel siempre era un mero observador. No encontraba nada en su vida digno de contar. ¿Qué podía contar él si con sus ciento treinta kilos no podía ni subir a la escalera para compartir la conversación, cara a cara, con ellos? Llevaba tiempo relegado a trabajos secundarios, incluso pensaba que su jefe le había encomendado aquellas tareas porque sentía pena por él.

           Aquella mañana le ocurrió algo inesperado, al salir de su portal, tropezó sin querer con una mujer que miraba despistada dentro de su monedero. Las monedas saltaron por el aire, tuvo que ayudarla a recogerlas y se disculpó con ella por tan infortunado incidente. Pero, lejos de enfadarse con él, comenzó a reirse cogiéndose la barriga.

          ─Ay, ay, pero hombre ¿Cómo se disculpa? Si la culpa es mía, por andar buscando las monedas para el café antes de llegar a la cafetería. No se preocupe, que no me he caído yo, el que se ha caído es el monedero. Y ya ve, llevaba solo calderilla.
           ─Lo lamento muchísimo, he salido sin mirar.¿Le he hecho daño? ¿Seguro que lo tiene todo?
           ─No me ha hecho ningún daño. Sí, ciento tres pesetas en monedas, exacto ─dijo volviendo a meter sus ojos en el fondo del monedero─ Mire, como me ha caído usted bien, si quiere, le invito a un café. No se preocupe, en la cartera llevo un billete de cien. Un día es un día. ¿Qué le parece? 

           Manuel estaba perplejo, era la primera vez que alguien le invitaba a algo. No podía rechazarlo. Aún quedaba una hora para empezar su jornada, por un día que llegase puntual, no pasaría nada. Se fijó en ella, aún no la había visto bien. Tenía unos ojos chispeantes que irradiaban felicidad  y embellecían aquella cara redondeada que le miraba. ¿Eran verdosos o eran pardos? Se fijo en su cuerpo. También estaba bien entrada en kilos, seguramente rozaría los cien, pero los llevaba muy bien, sabía elegir bien la ropa. Se presentó como María, le dio la mano. ¡Qué piel tan suave! Un poco sudada, quizás. ¿Por qué la veía tan feliz y él no podía sentir lo mismo? Tenían el mismo problema con los kilos.

           ─¡Vamos! Es la cafetería de la esquina. Hacen un café estupendo. Prefiero tomarlo aquí, el del trabajo es un asco. Esas máquinas que nos ponen dan un café que sabe a rayos y centellas.
           ─¿Trabaja por aquí cerca? Si no le molesta que se lo pregunte ─se excusó Manuel.
           ─Mira Manuel, hablame de tú, no me hagas más vieja de lo que soy.
           ─No, por favor, no me mal interpretes, era simplemente por educación. Te tutearé, no me pareces vieja en absoluto.
           ─Bien, pues sí, trabajo dos calles más arriba, en la plaza Alfonso XIII, soy modelo de catálogo de ropa XL ─le entró la risa al ver su cara de asombro y se la contagió─ Sí, tonto, no te rías, que tú también podrías ser modelo XL.
           ─No, no, no me estoy burlando, no ─dejó de reirse en el acto─. Me has contagiado con tu risa. Me parece un trabajo muy digno. Yo no podría hacerlo porque, entre otras cosas, soy demasiado feo, en cambio tú, eres muy guapa.
           ─Ya sé que no te burlabas, hombre. Gracias por el piropo. Sí, el trabajo está bien, es limpio, no te cansas, te dan ropa que te sienta muy bien. En fín... que te puedo contar. Y tú, ¿Trabajas cerca de aquí?
           ─Sí, en la misma plaza que tú. Bueno, allí están las oficinas, luego nos mandan de aquí para allá. Soy electricista, bueno, ahora, más bien, conductor y ayudante de mis compañeros. Hace tiempo que no puedo subir a una escalera. Con mis kilos, ya ves. Mi jefe es un trozo de pan, por eso sigo ahí. Si no fuese por él, estaría en la cola del INEM, viéndolas venir.
           ─Hace un par de meses que vivo aquí, abrieron las  nuevas oficinas y me resultaba más barato pagar un alquiler que pagar los billetes de avión. Soy de  Barcelona. Siempre andamos liados con algún catálogo de ropa. ¿Tú eres de aquí?
           ─Sí, toda mi vida he vivido aquí, en el portal donde hemos tropezado. Este café es buenísimo, tenías razón.
           ─Yo vivo sola, aún no conozco a nadie por aquí, ¿Y tú?
           ─Sí, también vivo solo y no creas que conozco a mucha más gente que tú.
           ─Yo entro a las ocho y media ¿A qué hora empiezas tú?
           ─A la misma hora.
           ─¿Qué te parece si tomamos café juntos aquí todos los días?
           ─Bien, por mí no hay problema. Me gusta el café y me gusta tu compañía ─igual estaba arriesgando mucho diciéndole eso, pero...
           ─Vamos, pues ─se acercó a la barra y le pagó los dos cafés al camarero─ Nos vemos mañana aquí, sobre las ocho. ¡Qué tengas un buen día Manuel!
           ─Igualmente, María.

           Entró sonriente por la puerta y saludó animoso a sus compañeros. No tardaron en preguntar a qué se debía su semblante iluminado. Les contestó que había encontrado a la mujer de su vida. Aquella mañana fue él quien llevó el peso de la conversación. Sus días tenían otro sabor. Casa, café con María, trabajo, trabajo, café con María, casa.




Un adiós sin preaviso

Se rascó la cabeza varias veces antes de hablar, necesitaba digerir lo que acababa de escuchar y sacudir esa energía negativa que se estaba instalando en su persona.

            Laura había entrado por la puerta y se había dirigido a la cocina. Él estaba preparando la cena y saludó sin mirarla. Una escena habitual que fue quebrada aquella noche porque ella le había anunciado que iba a marcharse para siempre de su lado.

           La noticia dejó helado a Samuel, pero quiso creer que aquello no era más que una rabieta, un pulso entre ambos, una situación pasajera que él sabría manejar. Apagó el fuego, dejó lo que estaba haciendo y se lavó las manos. Se armó de paciencia y  le pidió que fuesen a hablarlo tranquilamente a la salita. Estaba seguro de poder convencerla para que olvidase aquella tontería que acababa de soltarle, porque ella no podría estar mejor en ningún otro lado que no fuese junto a él. Se sentaron en el sofá, separados. Ella le dijo que tendrían tiempo de hablarlo todo y que lo suyo ya no tenía solución. Samuel miró a los ojos de Laura y no encontró dudas en ellos, ni el más mínimo rastro de esperanza. ¿Cómo habían podido llegar hasta esa situación? ¿En qué momento la perdió? ¿Tanto daño le había hecho? ¿Podía existir otro hombre en su vida? No, eso no, sabía que eso no era posible. Se atrevió a hablar.

           ─No puedo creerlo ¿Esto es definitivo? ¿Todo se ha acabado? Lo nuestro no puede terminar así, nos queremos demasiado ─miraba atónito a Laura, herido de amor, desvalido ante la dureza de aquellas palabras.
─Sí. Dejémoslo aquí. No nos hagamos más daño. Llevamos demasiado tiempo discutiendo por todo. Hace años que perdimos la ilusión y dejamos que nuestro amor se esfumase. Es mejor que cada uno se vaya por su lado. Sin rencor. Pasemos página y comencemos otra etapa separados.

            La voz de Laura era firme y serena. Parecía tenerlo muy claro, no era una decisión tomada a la ligera. Volvió a recordarle a aquella joven que le arrebató el corazón años atrás, cuando él sólo pensaba en jugar a fútbol con sus amigos. Una joven con las ideas muy claras, por la que hubiese dado la vida si hubiese sido necesario.

            Llevaban demasiado tiempo distanciados, hacía tiempo que aquella casa había dejado de ser un hogar.

            En el descanso, siempre fueron incompatibles, ella tenía frío, él pasaba calor. Los primeros años, todo fue soportable, llevadero. Con el tiempo, Samuel decidió irse a la otra habitación. La cama era más pequeña pero fingía no importarle, separados podrían dormir bien los dos, ella tapada hasta el cuello y él tumbado sobre la colcha. No tardó en recriminarle que era ella la que le había echado de la habitación con tantas reprimendas. Ella se defendía recordándole que nunca le había dicho que se fuese de su lado, únicamente que no la destapase. Con la refrigeración y la calefacción de la vivienda ocurría otro tanto parecido. La conciliación cada vez tardaba más en llegar. Según él, era ella quien ganaba la batalla y se salía con la suya. Según ella, era él quien obtenía la victoria, machacándola con sus palabras. La rabia contenida se acumulaba en el corazón de Samuel y las palabras recibidas se acumulaban en la cabeza de Laura.

            Con la televisión, la historia se repetía nuevamente. Él le ofrecía el mando  del televisor para que ella eligiese su programa preferido, pero luego no tardaba en echarle por cara que aquello no era más que basura. Si Laura rechazaba el mando, era él quien se hacía el ofendido.

            Otro tema estrella en las discusiones eran sus escasas relaciones sexuales, él quería más, ella quería menos. El tira y afloja en la cuerda de las relaciones humanas es algo difícil de comprender. La satisfacción de él sólo era comparable a la insatisfacción de ella. Puede que todo fuese cuestión de práctica, tal como él insistía en recordarle, puede que fuese la falta de pasión y el cuidado en el juego, tal como ella se esforzaba en aclararle. Cualquiera tiene su parte de razón y cualquiera puede estar equivocado.

            ¿Qué les había ocurrido? ¿¡Acaso no recordaban ya lo que era amar y ser amado!? Ellos se amaban, siempre se amaron, nunca dejarían de amarse.

            Laura sabía que su amor era verdadero, sabía que nunca podría encontrar un hombre como Samuel. Tampoco quería buscarlo. Pero no quería sentirse prisionera, quería volver a ser ella, tomar de nuevo el rumbo de su vida.

            Hacía tiempo que sabía que aquello no funcionaba. Demasiada soledad, demasiados días sin esperanza ni color. No fue el televisor ni el cambio de habitación, eso eran obstáculos que ambos podían salvar si se lo proponían, se trataba de algo más. No fue el tener una relación al mes, o dos, en el mejor de los casos. Ella le quería aunque no fuesen grandes amantes. Eran aquellas malditas palabras apelotonadas en su cabeza, aquellas palabras que la estaban consumiendo y la hacían sentir como una mierda. Su corazón quedó roto con tanta acumulación de palabras vacías, de palabras sobrantes que mil veces hubiese preferido no escuchar.

            Él sabía que, sin ella, su vida no tenía sentido. ¿Cómo sería su vida a partir de ahora? Se había acostumbrado a ella, era una mujer inteligente y él lo sabía. No la merecía. ¿Cómo había podido fijarse en él? ¿Cómo la convenció para que dejase a su antiguo novio? Jamás hubiese dicho que su relación terminaría así. Siempre creyó que lo suyo no tendría fin. Se arrepentía por haberla hecho llorar tantas veces, por no satisfacerla como ella merecía, por ser tan egoísta desde hacía tiempo. Sí, quizás aquella decisión descabellada fuese lo mejor para ella, aunque no para él, que empezaba a notar el efecto de su ausencia. Tenía que darle un respiro, seguramente recapacitaría y volverían a estar juntos. La vida sin Laura. No lo podía creer.  

            Laura le dijo que iba a coger unas cosas de la habitación, lo dejó allí, pensativo. Cuando regresó con la bolsa, encontró a Samuel esperándola de pie, paralizado por el miedo que se apoderaba de él. Se acercó a él, le dio un beso en la mejilla.

            ─Mi padre me espera abajo. Estaré una temporada con él, hasta que sepa qué voy a hacer con mi vida y dónde voy a instalarme. Te agradecería que no llamases a su casa. Bastante tiene ya con tenerme allí de nuevo. No comparte mi decisión, pero la respeta. Tranquilo, no le he contado nada malo de ti. Te sigue queriendo. Pero, déjale ¿Vale?

            ─No te preocupes por eso, Laura. Yo tampoco comparto tu decisión, pero no le molestaré. Puede que ambos necesitemos estar un tiempo separados, aunque yo no lo veo así, sé que podríamos solucionarlo juntos. Te vas porque quieres. Yo te quiero, Laura, no lo olvides ─había tirado el último cartucho.

            ─No estoy hablando de amor, Samuel. Jamás hubiese compartido mi vida con alguien a quien no amase. Yo también te quiero, pero no puedo vivir así. Hemos hablado demasiadas veces de esto y no hemos conseguido nada. Llegué a mi tope y necesito alejarme de ti, volver a valorarme, a creer en mí, a quererme. Adiós.

            La puerta se cerró y un abismo se abrió entre los dos.

            Esa noche, era Samuel el que tenía frío, vio una película romántica en el televisor y durmió bajo el edredón de plumas de oca que cubría la cama de Laura. Y también esa misma noche, Laura sentía calor, compartió con su padre un partido de fútbol en el televisor de la salita y tuvo que abrir la ventana de su antigua habitación para refrescarse las ideas.

            Jamás volvieron a estar juntos. Nunca volvieron a enamorarse.

            Del papeleo se encargó el abogado que habían contratado. No fue complejo, la separación era amistosa.



           

           

           

Fotos para el recuerdo (1)

Ljubljana (Eslovenia) 2009
Con mi marido y mi hija,  embriagados de perfume y enamorados de esta ciudad cosmopolita.
Contemplando un país que celebraba su mayoría de edad.
La Iglesuela del Cid (Teruel) (España)  2006
Con mi amiga Pili, empapándonos de historia popular española

Hamelin (Alemania) 2010
Con mi marido y mi hija
Siguiendo la ruta de los Cuentos de los hermanos Grimm
 

Un sueño intergaláctico

Sobresaltada, dio un paso hacia atrás al notar aquel fluido espeso en el que había metido su pie. No veía nada extraño, pero sabía que había tropezado con algo. Movió sus brazos en el aire para asegurarse de que no existía nada raro a su alrededor y dio un paso al frente nuevamente. Bastó una fracción de segundo para estar dentro de esa atmósfera. Podía respirar pero el aire era distinto, más denso. Sentía que se encontraba dentro de un flan de gelatina transparente. Quiso retroceder nuevamente un paso, creyendo esperanzada que saldría de aquel lugar, pero no tuvo suerte. Comenzó a correr, variando la dirección, creyendo que finalmente encontraría la salida de aquella atmósfera que la oprimía. Media hora después se sentó en el bordillo de una acera, se quedó sin fuerzas. Desorientada, cayó en la cuenta de que no había visto a ningún ser humano en ninguna de las calles por las que había estado corriendo. Aquel lugar que parecía idéntico a su ciudad, de repente se le antojó totalmente diferente. Ni tan siquiera la calle en la que se encontraba en ese momento le resultaba conocida. El sudor corría por su frente, lo tocó, seguía siendo líquido. Un miedo incontrolado se apoderó de ella y le puso los pelos de punta. Tenía frío y comenzaba a tiritar. ¿Y si llamara a una puerta? Llamó a la primera que encontró, pero la fuerza de su puño la arrastró hacia el interior. ¿Había atravesado la puerta? Pensó que era una casa normal, como la suya, un recibidor, una sala de estar, un comedor, una cocina, un baño y dos habitaciones. Se apoyó en una de las paredes y fue engullida por ella, por lo que acabó cayendo  en el suelo de la estancia contigua. Comprobó que todo allí, excepto el suelo, era gelatinoso. La materia no tenía cosistencia, aunque guardaba un parecido asombroso con el mundo real que ella conocía. ¿Por qué estaba allí?

           ─¿Quién eres tú? ¿Quién te ha dado permiso para entrar? ─le preguntó una señora bastante enfandada que llevaba una cebolla en una mano y un cuchillo en la otra.

           Tragó saliva y contestó.

           ─Lo siento señora, no sé cómo he llegado hasta aquí, no sé qué hago aquí ─le contestó, mientras un reguero de lágrimas inundaba sus mejillas.
           ─Oh, lo siento cariño, no te asustes, no voy a hacerte nada ─soltó el cuchillo y la cebolla y se acercó hacia ella─. Dime qué haces aquí ¿Te has escapado? Ya sabes que eso está prohibido. Los guardias no tardarán en encontrarte, debes volver a la casa madre. ¡Tranquila! ─susurró suavemente en su oído─. Ya eres mayorcita, te queda poco para salir y tener tu sitio asignado. No te preocupes, conozco a uno de los vigilantes de la entrada, él te dejará entrar sin pedirte explicaciones. Pero debemos darnos prisa, son casi las dos de mediodía, y notarán rápidamente que no estás en tu nido.
           ─Pero...
           ─Silencio, no quiero que te oigan los vecinos, eso me traería problemas. Vamos, ven conmigo.

           Se dejó llevar hacia un vehículo extraño, se sentó con miedo a ser tragada por la materia pero, aquel material era consistente. Aquella señora se sentó a su lado. Parecía teclear algo en un panel que ella no veía. De vez en cuando, se giraba para mirarla con cara de pena y emitía un pequeño suspiro.

           ─Bien, ya estamos, abre la puerta y baja con cuidado. Ahora no veo a nadie.

           No entendía nada, no se habían movido de aquel lugar y le pedía que bajase. ¿Y si esa mujer estaba loca? Sin rechistar, abrió la puerta de aquel supuesto vehículo y comprobó que estaban en una calle llena de edificios de fachadas grises, sin ventanas, cuya monotonía era rota, de vez en cuando, por puertas negras de idénticas dimensiones. Aquello empezaba a convertirse en una pesadilla.

           ─No pienso ir con usted, yo no pertenezco a este mundo. No sé dónde estoy ni cómo he llegado aquí. Tampoco comprendo qué sentido tiene que exista un mundo como éste, donde los niños deben permanecer en un nido, vigilados, antes de formar parte de una sociedad como la suya. En mi mundo, los niños viven con sus familias, van al colegio, tienen amigos y juegan, ríen cuando algo les divierte y lloran cuando algo les apena. Son parte de la sociedad desde su primer día de vida hasta el último.
           ─No entiendo tus palabras, no sé quién eres, pero será mejor que regreses a tu mundo cuanto antes. Debe ser bonito vivir en tu mundo. Aquí, hasta los quince años, estás recluido en el nido, alimentando tu cerebro y aprendiendo tu oficio. Por eso, al verte, pensé que te habías escapado antes de estar preparada del todo. Por lo que veo, debes tener trece o catorce años ¿no?
           ─Tengo catorce. Necesito que alguien me ayude a regresar a mi mundo. Estoy segura de que mis padres han empezado a preocuparse. Ya debería estar en casa.
           ─En el nido nos contaban historias de otros mundos, nos hablaban de esa figura llamada padre y de su influencia en el carácter de sus hijos. Por ello, los altos mandatarios decidieron omitir esa figura, de ese modo, cada ser tiene su propio carácter, sin influencias externas de ningún tipo.
           ─¿Está segura de que nadie ha influido en la formación de su carácter? Permítame que lo dude.
           ─Sabemos que todos los mundos tienen defectos, el nuestro también. ¿Cuál es tu mundo?
           ─La Tierra.
           ─Sí, he oído hablar de ella. Es uno de los mundos que más me gustan. Pasamos cerca de la Tierra en algunas ocasiones, cuando nuestras galaxias quedan intersectadas en un punto y por un momento algun planeta de esta galaxia coincide con algun planeta de la vuestra. Quizás sea así como has aparecido en nuestro mundo. Sube al vehículo, te llevaré a casa de Doo, él ha continuado estudiando los universos y conoce más sobre esta materia que yo. 

           Sin darse cuenta llegaron a la casa de ese tal Doo. Bajaron del vehículo, y esa señora le cogió de la mano y le pidió que la siguiera. Su tacto era distinto al de la piel humana. Tiraba con fuerza de ella, pero su masa era diferente. ¿De qué estarían hechos?, se preguntaba.

           ─Doo, baja, quiero presentarte a alguien ─vociferó a los pies de una escalera.
           ─Hola Maa, ¿qué te trae por aquí? Te hacía preparando la comida para los gobernautas.
           ─Esto es una emergencia Doo. Te presento a.... ─dijo Maa mirando a la joven y esperando su respuesta.
           ─María
          ─Eso, María. No sabe cómo ha entrado en nuestro mundo. Es de la Tierra ─la emoción que acompañaba su voz al hablar, quedó rematada con una sonrisa al ver la cara de sorpresa de Doo.
           ─Pero... eso, en teoría, no es posible. Eran sólo hipótesis.
           ─Lo siento señor, yo no quería irrumpir así en su mundo, le aseguro que preferiría estar en el mío.
           ─Claro que sí, ya lo imagino señorita. Si por mi fuera le haría miles de preguntas, pero supongo que no hay tiempo para eso ¿verdad?
           ─Verdad.
           ─Veamos, ¿dónde habré dejado mis apuntes sobre investigación interestelar? Ah! Ya lo recuerdo.

           María y Maa esperaron calladas observando cómo rebuscaba entre las montañas de papeles de aquel lugar.
           Finalmente Doo encontró lo que buscaba.

           ─Eureka, lo encontré. Este texto fue escrito por una persona como tú ─ante el asombro de Maa y la inexpresividad del rostro de María, decidió explicarse mejor─. Sí, he dicho persona. Nosotros no somos personas, somos mudis ¿comprendes? ─dijo sonriente mirando a María.
           ─¿Me está diciendo que otra persona ha estado aquí antes que yo?
           ─Exacto, hace exactamente.... dos mil años.
           ─¿Qué? Hace dos mil años la gente viviría en chozas, cultivaría tierras y criaría el ganado. ¿Cómo puede ayudarme eso a mí?
           ─María, no sé qué te han contado de la historia de tus antepasados pero te diré que estás equivocada. La persona que estuvo aquí era un varón de treinta y tres años, conocía la tecnología más avanzada y nos enseñó cosas que nosotros desconocíamos. Pudo regresar a la Tierra realizando una llamada de teléfono.
           ─¿Teléfono?¿Hace dos mil años? No tengo humor para chistes, por favor.
           ─Es más, lo dejó a mis antepasados y yo aún lo conservo. ¿Quieres verlo?

           Si todo estaba ya perdido, nada peor podía pasarle. Asintió. Sacó una pequeña caja de un armario. Al verla, María pensó que no podía contener un teléfono de esos que alguna vez había visto en las exposiciones de antigüedades, ya que era demasiado pequeña, como mucho podía contener un móvil de esos modernos de última generación que tenían sus amigas. Al pensarlo, se le escapó una risa.

           ─¿Ocurre algo? ─le preguntó Maa.
           ─No, es que imaginaba que sería una caja más grande. Ahí, como mucho, cabe un móvil y, en aquella época, no creo que existiesen.
           ─Te repito que estás equivocada muchachita ─dijo indignado Doo.

           Efectivamente sacó un móvil de la cajita y María quedó estupefacta. Doo, con el ceño un poco fruncido, continuó con las explicaciones sobre lo que debía hacer.

           ─María, las instrucciones son sencillas. Este móvil fue dejado aquí voluntariamente por aquella persona, para evitar problemas si alguien de la Tierra aparecía perdido por aquí. Debes pulsar una vez aquí ─le señaló exactamente dónde─. Y decir tres veces en voz alta: «Llamando a la Tierra». Según estas instrucciones, con eso basta para que regreses a tu mundo.
           ─Vamos María, hazlo ─le animó Maa.

           Se acercó con mano temblorosa hacia el móvil y puso su dedo indice sobre la zona que debía pulsar. Miró a sus salvadores y decidió que, antes de partir, debía agradecerles su ayuda.

           ─Gracias Maa, por creerme desde el principio. Y a ti, Doo, por ayudarme a regresar a mi mundo. No sé qué habría sido de mí sin vosotros. Puede que esto no funcione, puede que sí. Si no funciona, Doo,  te contestaré a esas preguntas con mucho gusto; pero si funciona y regreso a mi mundo, no pienso olvidarme de ti, lo haré desde la Tierra. Te dejo mi número de móvil. Llámame.

           Les dio un beso. Extraña sensación en sus labios, rara sensación en sus mejillas.  Pulsó con su dedo el móvil.

           ─Llamando a la Tierra. Llamando a la Tierra. Llamando a la Tierra.

           Algo rozaba sus pies y la despertó. Era Bola, su gato. Sonrió al pensar en el sueño tan raro que había tenido.
            De repente, sonó su móvil.

           ─Llamando a la Tierra. Llamando a la Tierra. Llamando a la Tierra. María, soy Doo. Contéstame.










Aires de juventud

Aquel era el gran día, quedaban pocos minutos para llegar. A través de la ventana del tren, podía contemplar un paisaje encantado que me invitaba a cerrar los ojos y soñar. Estaba cansada, llevaba demasiadas horas viajando y, sin darme cuenta, al relajar mis párpados, una procesión de imágenes del pasado comenzó a desfilar ante mis adormecidas pupilas.

           Me recordé con diez años, dispuesta a ser feliz y contagiar felicidad, una niña dulce y cariñosa capaz de mover el mundo con su alegría. Ya entonces me gustaba imaginar cómo sería mi príncipe azul, de qué color tendría sus ojos, su pelo o su piel, e incluso, en qué idioma hablaría. Estaba firmemente convencida de que en algún punto de nuestro planeta existía una persona que sería mi pareja ideal. Simplemente la tenía que encontrar. No me gustaba cuando todos hablaban de encontrar a su media naranja. ¿Media? ¿Por qué? Yo quería ser una naranja entera y, en todo caso, que mi príncipe lo fuese también. Reflexiones demasiado grandes, para una mente tan pequeña.

           Con catorce años encontré a mi amigo perfecto, Julio. Fue por casualidad, como muchas de esas cosas que nos pasan en vacaciones. Niñas que rien, niños que juegan, cruces de miradas y brote de una amistad. Así fue como empezó nuestra historia. Fue en verano, en la playa. A Julio y a mí, nos gustaba mucho conversar, compartir nuestro tiempo, reirnos juntos y soñar en voz alta. Aquellos fueron días felices, días que guardé en mi corazón y que nunca podré olvidar. Con Julio podía hablar de cualquier cosa, podía contarle mis ideas, mis ilusiones, mis proyectos, mi vida. Pero no pude descubrir si él era  mi príncipe azul porque el mundo de los mayores era tan complicado que nuestra amistad  fue breve, escasa diría yo. Se marchó lejos, con su familia. Me prometí a mí misma que jamás volvería a confiar en un chico. Una parte de mi se fue con Julio para no volver nunca jamás, mi yo conversador. Se terminó sincerarse con nadie, se terminó creer en la amistad. Él sabía más de mí que cualquiera de mis amigas, por algún motivo extraño había logrado llegar a esa niña escondida que sus amigas no sabían encontrar. Y aquella gran amistad que se prometía invencible y duradera, acabó diluyéndose en el tiempo.

           A los quince años recibí mi primer beso. Un delicado beso digno de recordar, cargado de pureza y de inocencia. Me encontraba de vacaciones en un pueblo de montaña y, gracias a la conversación de mi madre con una señora del lugar, comencé a salir con un grupo de jóvenes que me aceptaron sin reservas. Iba a pasar quince días de descanso con mis padres y había decidido olvidar a Julio. Me irritaba que se pasease por mi mente enfundado con una armadura plateada y cabalgando sobre un caballo blanco. Quería conocer gente nueva y hacer nuevas amistades. Allí conocí a Antonio, tenía veintitrés años, demasiada diferencia de edad quizás, pero una chispa surgió entre nosotros. El final de aquella historia estaba escrito desde el principio, pero durante unos días la cabeza dejó de dirigir mi vida y mi corazón se convirtió en el centro del universo. Tres besos contados, dos abrazos y un adiós. Lloré amargamente en aquella despedida, pero, pese a ello, nunca le escribí dos letras, tampoco las escribió él.

           Después de aquello, dejé de creer en príncipes azules y dejé que mi mente se llenara de cosas reales, de vida, simplemente de eso. Pasaron varios años, varios Antonios y varios besos, hasta que, nuevamente, la casualidad posó sus ojos sobre mí. Fue cuando encontré a Mario, mi marido. Me casé a los veintiocho años.

           ─Señora, ya hemos llegado ─acompañó la voz ronca del revisor a un insistente dedo que golpeaba mi hombro.
           ─¿Cómo dice? ─dije asustada observando la cara de pocos amigos que me estaba mirando─. Bien, gracias, salgo enseguida ─le indiqué al elevar mi cabeza y comprobar que era la única persona que quedaba en aquel vagón.

           Cogí la maleta, el bolso y el abrigo y me dirigí hacia la salida. Estaba triste, carcomida por los recuerdos que me rondaban. Decidí sentarme en un banco para meditar qué estaba haciendo allí. Si decidí embarcarme en aquella aventura fue porque en el fondo de mi corazón creí encontrar un lugar vacio que esperaba su dueño. Opté por tomar el tren porque necesitaba correr despacio antes de llegar a aquel encuentro. Quería evitar que mi corazón volviera a latir.

           Al recibír noticias de Julio, supe que el destino me tendía la mano. No quise pensar nada, compré aquel billete y entré en el tren. Nadie me esperaba porque nadie sabía que estaba allí. No le había dicho nada, por si finalmente me arrepentía. Podría decir que mi vida había sido un camino de rosas,  con un buen trabajo y una familia encantadora, pero las rosas se habían tornado espinas. Tuve un buen marido y unos hijos encantadores pero, ahora, estaba completamente sola. Mario murió joven, cuando mis hijos tenían veinte años. Un cáncer de páncreas lo dejó fulminado en menos de un mes. Aquel  golpe fue muy duro para mí. Por aquel entonces, mis hijos, gemelos,  ya volaban solos y no paraban mucho tiempo en casa. Dos años después, un accidente de coche, quiso llevarse de este mundo lo único que me quedaba. Ocurrió aquí, en Berlín, cuando realizaban su viaje de fin de carrera, de fin de su vida más bien. Mis ojos se llenaron de lágrimas al recordar aquel trágico suceso. Habían pasado cinco años, sí,  pero una parte de mí  habia sido enterrada con ellos y mi seco corazón ya no podía sentir nada.

           Comprendí que mi aventura había terminado antes de empezar, así que volví a entrar en la estación y me dirigí a la taquilla para comprar un billete de vuelta. Consulté los horarios, el tren no tardaría en salir, entré en el vagón y me senté. Faltaban aún veinte minutos, pero quería estar allí, sola, con mis pensamientos.

           De vuelta a casa, noté una extraña sensación, agotamiento quizás. Quise creer que simplemente necesitaba descansar. Cerré los ojos y me dispuse a soñar.

           Ahora, desde aquí, se ve todo mucho más hermoso, mucho más nítido. Mi príncipe azul tiene armadura plateada y cabalga en su caballo blanco. Yo soy su dama y llevo un vestido de seda. No hay palabras para describir tanta belleza. Liberada del dolor, me dejo arrastrar por esos aires de juventud que me acogen y me arrullan. Aire de nuevo, repiro otra vez.

           ─¿Julia? ¿Eres tú? ─susurra una voz del pasado en mis oidos.

           Sonrío, mientras cabalgo junto a mi caballero de armadura plateada. Insiste de nuevo.

           ─Despierta amiga mía, estoy aquí.

           Abro los ojos, me sorprendo, otra vez la casualidad se pone de mi parte. Enmudezco de alegría mientras mi corazón grita en silencio. De nuevo juntos. ¡Quién sabe qué nos deparará el destino!    

La historia interminable

 Los años pasan y, para bien o para mal, esa cadena de sucesos a la que llamamos vida,  nos transforma irremediablemente hasta convertirnos en personas cada vez más insensibles y  frías, ajenas al amor o al dolor, como si de sombras vivientes se tratara .

Hoy he sentido que siento poco, que grito menos, que ya no río. Seguramente sea otra de esas veces en que se me va la olla, así que he terminado divagando conmigo misma.

Divagación UNO:

Hace un tiempo germinó en mi cabeza una historia macabra que comencé a escribir y no pude terminar. Me resultaba difícil continuar algo que sabía que acababa mal. No quería contarla, no quería sufrir, no quería sentir dolor al escribirla.  Inicié mi quinto capítulo, pero pudo conmigo; tenía pesadillas por las noches. Convertida en  asesino psicópata con transtorno bipolar, había terminado recluída en mi habitación, huyendo de ese personaje. Finalmente, opte por sacar mi espada y cargarme aquel asesino de por vida. Luego,  me fui a cenar con mis otros personajes; sí, con Berta, con Tere y con Rubén, y celebramos, por todo lo alto, aquella muerte merecida.


Divagación DOS:

¿Y si al volvernos adultos, caemos de esa nube que mantenía nuestras ilusiones vivas y hacía que creyésemos que todo cuanto imaginábamos podía suceder? Cuando éramos niños, nada era imposible, cualquier sueño podía convertirse en realidad. Creo recordar que algo así le sucedía al pequeño Bastian en el cuento de «La historia interminable»
¿Y si al caer de esa nube, las pequeñas batallas cotidianas logran que terminemos sometidos al yugo del destino?
Seguramente, el resultado inmediato de esa caída produzca el endurecimiento de ese músculo llamado corazón que antes impulsaba nuestro cuerpo a luchar por el amor, por la justicia y por la vida; y, tras el impacto, debilitado y derrotado, se deje arrastrar hacia el sendero de los insensibles.
Seguramente, como resultado final de esa caída se obtenga una idea que acaba instalándose sin permiso en nuestra mente, la idea de dejar las muestras de cariño para ocasiones puntuales, tan puntuales que terminan desapareciendo. 

Divagación TRES:

La adolescencia es una época  difícil, pero quizás sea la más bella en cuanto a sentimientos se refiere, una fuerza interior se resiste a sucumbir ante  la inevitable evidencia: «No muestres tus sentimientos, se fuerte, no llores, lucha». Tu cabeza marca el camino que debes seguir pero, tu corazón es un caldero en plena ebullición, que desea vertir sentimientos en cada cosa, en cada gesto, en cada palabra. No puedes ser ajeno a ellos porque son parte de ti, los sentimientos te delatan en todo momento, aunque quieras disimularlos.

Divagación CUATRO:

La mayoría de edad nos adentra en los entresijos de la vida laboral, nos obliga a terminar estudios y a buscar trabajo y nos marca, a fuego lento, un Don Dinero que nos acompañará el resto de nuestra vida. Don Dinero se convierte en el amigo indispensable. Esa es una de las primeras bofetadas de la vida, la que te obliga a rebajar tus altos vuelos para amoldarte a la realidad que te rodea. Se acabó querer gritar al mundo todos tus pensamientos, tus quejas, tus propuestas, tus risas y tus lloros. Te conviertes en un silenciado más, un obrero más de la cadena, sin fantasía, sin ilusiones, escondiendo tus sentimientos. Queda prohibido llorar, mirar con amor, transmitir tu calor.

¡Nooooooooooooooooooooooooooooo!, ¡Quiero querer, quiero sentir, quiero llorar, quiero vivir!

Bien, me desahogué,  lo necesitaba. Oxigené mi mente un poco, a veces lo necesito.

El paso del tiempo

No hace mucho, gracias a San Internet, mi amigo Didier me encontró en la red. Sentí una alegría inmensa, pues no nos hemos visto en treinta años. Siempre dicen que la distancia es el olvido y, efectivamente, nos separan más de mil kilómetros, pero no hubo olvido entre nosotros, simplemente fue una pausa.

Recuerdo las tardes juntos en la playa, contándonos anécdotas e intentando explicar nuestras diferentes costumbres y creencias. Resultaba interesante conocer su forma de ver las cosas. Cada día lograba sorprenderme.

Nuestra amistad perduró unos años a través de cartas y postales, pero finalmente quedó suspendida en el tiempo. Simplemente habíamos crecido y nuestras vidas habían cambiado de rumbo. Por aquel entonces no existía el facebook y los amigos se iban perdiendo por falta de contacto. Y es que, las amistades hay que cultivarlas, son como las plantas, si no las riegas, no crecen.

Ante aquel reencuentro inesperado, sentí la necesidad de hacerle muchas preguntas, saber qué había sido de él. ¿Cómo le iba la vida? ¿Tendría hijos? ¿Trabajaría? ¿Estaría bien? ¿Habría venido a España en alguna otra ocasión? ¿Y si hubiese estado aquí, sin yo saberlo? Eran demasiadas preguntas, lo sé, pero no pude resistirme a hacerle algunas. No soy dada a meterme en la vida de los demás, pero esta ocasión merecía unas cuantas preguntas. Y es que la curiosidad humana no tiene límites.

Lo que yo no llegué a contarle es que yo estuve en París en 1995, viajé hasta allí con mi marido para cumplir mi sueño de subir a la hermosa Torre Eiffel. Ése hubiese sido un buen momento para encontrarnos de nuevo y retomar nuestra amistad, pero no fue así. Durante aquel viaje, tuve una extraña sensación al pasar cerca de Vitry sur Seine, pero no pude hacer nada, pues no tenía modo de contactar con él.

En fin, seguimos en contacto, hay mucho que decir después de treinta años.

Un abrazo Didier.

Estambul: Algo diferente que contar




Sí, regresé de mis vacaciones, pasé diez días en Turquía y me dejé cautivar por sus encantos.

UNA PRECIOSA VISTA DE ESTAMBUL

            Como siempre, llevaba mi libreta, mi bolígrafo y un libro para leer. Me prometí a mí misma que escribiría y leería durante mi estancia, que guardaría mis notas y luego las usaría para escribir algo sobre el viaje, pero fui incapaz de emplear mi tiempo en esos menesteres. Era tan grande la explosión de imágenes que intentaba seducirme, que dediqué todas mis fuerzas a contemplar cuanto me rodeaba, dejarme llevar  por mis sentidos y captar con mi humilde cámara cientos de fotos maravillosas. No lo digo porque yo sea una gran fotógrafa, ni mucho menos, creo que la maravilla de la fotografía está en lo que nos transmite, ese recuerdo que, en este caso, merece la pena revivir.

            Aterrizar en Estambul y verte, de repente, rodeada de ansiosos personajes dispuestos a venderte por un “módico precio” chaquetas, polos, camisetas o colonias de marcas conocidas es algo con lo que hay que aprender a lidiar desde el primer minuto.  Notas que la desconfianza empieza a anidar en ti temiendo que, de un momento a otro, alguien va a llevarse tus pertenencias. Pero sólo se trata de una sensación pasajera. Cuando, tras la primera embestida, compruebas que tus pertenencias están donde deben estar, concluyes que únicamente pretenden venderte su mercancía. Tras cuatro días en esta fascinante ciudad, el día dos de septiembre visitamos el bazar egipcio y el gran bazar, y pude comprender que los turcos eran los reyes del comercio. Me era imposible imaginar un solo turco sin dotes comerciales. Debo confesar que no conseguí aprender el arte del regateo, pero regateé porque no quedaba otra. Sabía que en los lugares que indicaban precio no cabía el regateo, pero en el resto, eso era un requisito imprescindible. 

LA TORRE GÁLATA
           En cuanto a los vendedores callejeros, acosadores profesionales del pobre turista,  os diré que les estoy agradecida. Nuestro primer día en la ciudad estaba cargado de visitas programadas, incluidas en el circuito que habíamos elegido. El grupo lo formábamos veintiuna personas. Al finalizar las visitas del día, disponíamos de tiempo libre para nosotros y decidimos darnos un baño de multitudes paseando por la calle Istiklâl. Paramos a retomar fuerzas en la heladería Mado y luego continuamos hasta llegar a la torre Gálata para poder tomar hermosas fotos de la ciudad al atardecer. Nuestra guía, Demet, nos había aconsejado regresar al hotel en taxi, ya que es un transporte barato y rápido, pero nos advirtió que anotásemos el  barrio donde se encontraba el hotel, Laleli, por si el taxista desconocía la ubicación exacta del mismo. Era una buena referencia ya que en una ciudad plagada de hoteles, es de imaginar que los taxistas no los conocen todos. Nuestro taxista desconocía dónde estaba el hotel, pero nos llevó rápidamente hacia el barrio indicado, costándonos únicamente diez liras turcas. Al bajar del taxi caímos en la cuenta de que ninguno recordábamos el nombre de la calle del hotel, así somos de felices, qué le vamos a hacer. Debíamos estar cerca pero no sabíamos qué dirección tomar, así que decidimos preguntar a los vendedores que se habían acercado a  vendernos frascos de perfume y chaquetas de caballero. Nuestro desconocimiento del idioma no fue una gran barrera, una mezcla extraña de español, inglés y francés y la intención de decir alguna palabra suelta en turco, bastaron para hacer entender que necesitábamos que nos orientaran para llegar a nuestro hotel. El Darkhill resultaba conocido pero no sabían ubicarlo. Supusimos que se movían en una determinada franja de terreno y no iban más allá de su territorio.Llamaron a un conocido de la esquina de arriba, y fue aquel vendedor el que nos indicó con señas de debíamos ir dos calles más arriba y girar a la derecha. Realmente estaba muy cerca, sí,  pero, cuando te ves perdido y te das cuenta que no llevas ni la dirección del hotel, parece que empequeñeces en medio de la nada, el cansancio se apoderá de ti y quinientos metros parecen agigantarse y convertirse en cientos de kilómetros.
UN DELICIOSO HELADO EN MADO PARA REPONER FUERZAS

El teatro de la vida

Sentada en el patio de butacas, observo la sucesión trágica de esa historia de amor, un amor caducado antes de su inicio, un amor distante que rememora cada gesto, cada caricia, cada abrazo y cada beso que pudo ser y no fue, fruto de la incomprensión y del desprecio cruel por todo aquello que no sigue el camino marcado por la hipocresía, fruto del vacío que inunda la existencia que nos rodea, el todo gris que nos envuelve marcando nuestra desdicha.

           Me dejo llevar por la tortuosa música que acentúa la sucesión desencadenada de errores cometidos por los personajes que representan los actores, que acompaña con sus acordes la imagen desoladora del fin, ese fin desamparado y melancólico que arrasa todo a su paso, que deja tu corazón arrugado, descolorido y seco, esperando un brote de vida que oxigene la historia y cambie el rumbo trágico que a lo lejos se divisa.

           Viajo a través del tiempo, miro a través de sus ojos, siento dolor en mi pecho; me dejo llevar por el viento, caigo en sus brazos, inerte. Puedo verle llorar a través de mis párpados, susurra en voz baja mi nombre intentando despertarme de aquel ingrato sueño y cargado de rabia levanta su cabeza para gritar  su amor por mí a los cuatro vientos. La estancia se ha vuelto pequeña, diminuta, todos respiran al mismo son, conteniendo ese llanto enlutado que se ha adueñado de la sala. Sigo en sus brazos, muerta, su desdicha penetra en mí por cada poro de mi piel, mi corazón se ha paralizado de repente y una tristeza infinita habita todo mi cuerpo. Un codo me roza en la butaca, es mi marido, mi corazón vuelve a latir de nuevo, estoy viva. Regresar de aquel escenario me ha devuelto la respiración, esa respiración suspendida en el aire, paralizada en el tiempo. Contemplo a mi alrededor al resto de los presentes, absortos en la escena, pendientes de aquella tragedia anunciada.

           Curiosamente la palabra griega hipócrita significaba actor, y hay tanta hipocresía en la vida que no puedo más que imaginar que nos movemos dentro de un gran teatro, el teatro de la vida.

¿Jugamos?

Bien, ya estoy aquí de nuevo, en mi tiempo de descanso, dispuesta a seguir contando historias.

           Este año ha sido un año muy duro, necesitaba las vacaciones, desconectar mi cabeza de los números y dejar de respirar a cada instante los efectos de la crisis. Hasta dentro de un mes odiada crisis.

           La crisis económica se ha pegado a nuestras espaldas como una lapa y no resultará fácil deshacerse de ella a corto plazo. La batalla iniciada a finales de 2008 continúa, muchos no quisieron verla o creyeron que era algo pasajero y siguieron cavando más profundamente el hoyo por el que estamos cayendo. ¿Tocaremos fondo o seguiremos más allá del universo interestelar? Somos únicamente un pequeño eslabón de la cadena, esa cadena que bien dispuesta alrededor de un cuello hermoso provoca admiración al contemplarla pero que, si empieza a perder a sus pequeños eslabones, puede convertirse en una soga.

           Como bien dice un refrán valenciano: "Qui no guarda quan té, no menja quan vol" (Traducción: Quien no guarda cuando tiene, no come cuando quiere). Resultado: Deuda, deuda y más deuda. Hemos llegado a ese punto en el que nuestra existencia ha dejado de pertenecernos y algún gigante lejano empieza a relamerse saboreando su codicia. La estrategia está servida. ¿Quién mueve ficha ahora en el monopoly?

Le llaman HP

¡Despierta! ¿Sigues ahí? Sí, tú, la que parece que no está. Estoy aquí, esperando. Te observo cada día, lejana y distante, cansada y sin fuerzas, con la mirada perdida en la lejanía. ¡Si pudiera un sólo instante descubrir qué es lo que piensas! Pasas de puntillas brevemente por mi lado, me rozas  un instante pero no consigo retenerte aquí.  ¡Me siento tan frustrado! Deambulas a mi alrededor cada tarde y te grito en silencio esperando tu regreso.

La aletargada ausencia que respiro en tu presencia invade nuestro mundo creando un vacío que no acierto a comprender. Mírame, estoy aquí, ¿me ves? Soy ese hombro amigo en el que apoyas tu cabeza, la válvula de escape que siempre necesitas para huir. Acércate de nuevo. Sí, así, frente a mí. Vamos, estoy dispuesto a complacerte. ¿A qué esperas? Poséeme. A tu disposición pongo mis teclas, mi pantalla  y mi disco duro. Vamos, estás por fin de vacaciones. Todo es comenzar.


Vacaciones, por finnnnnnnnnnn!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Construyendo castillos de naipes

Perseguidas. Capítulo 4


Delicadamente depositaba una tira junto a la otra, hinchado de gozo imaginando cuál sería la reacción de Alberto. Poco a poco, aquellas tiras de piel arrancada pegadas minuciosamente sobre aquel pergamino, adoptaban forma dentro de aquel galimatías. Se regocijaba  mirando aquel mensaje, la estocada que acabaría con la vida del causante de su desdicha.

            Alan tuvo que soportar  durante años su arrogante desprecio en aquel piso compartido de la zona universitaria. Tantas noches de vigilia provocadas por sus innumerables juergas de alcoba le habían provocado trastornos de sueño que aún no había sido capaz de superar.  El eco de aquellas risas y sonidos escandalosos le perseguía cada noche, recordándole lo pusilánime que se sentía cada día frente al todopoderoso Alberto. Tampoco olvidaría nunca que en su último año de carrera, casi tuvo una aventura amorosa con la recepcionista de secretaría, pero ésta fue truncada por la vil acción de Alberto, que vistos los ojitos de borrego que ponía Alan, le robó la chica de un plumazo y luego le restregó su fechoría por las narices. Atrás quedó todo aquello cuando conoció a Lourdes, la mujer por la que finalmente perdería la cabeza. Él le prometió amor eterno y le pidió que se casase con él; y ella, con aquella sonrisa encantadora que le embaucó desde el primer día, aceptó la proposición. Todos decían que hacían muy buena pareja, Acababan de fijar la fecha de su boda el día en que, casualmente, encontraron a Alberto en un supermercado y tuvo que presentarle a su prometida.  Tres días después, Lourdes fallecía en un accidente de tráfico. La noticia del periódico rezaba que un borracho se había estrellado contra el vehículo en el que se encontraba Lourdes y ésta había fallecido en el acto aunque, felizmente, su acompañante había salido ileso en aquel accidente. La noticia impactó a Alán hasta tal extremo que no pudo reaccionar en aquel momento.  En el funeral de Lourdes todos sus amigos rehuían su mirada, culpables de una culpa impropia, deseosos de pasar cuanto antes aquel mal trago. No tardó en enterarse de quién era ese acompañante misterioso de Lourdes. Se trataba de Alberto.

            Pasó mucho tiempo desde entonces, un tiempo en el que pudo elaborar su plan con plena serenidad. Debía vengarse con elegancia, en fin, hacer las cosas bien.

            ¡Resultó tan fácil engañar a la ingenua Berta! Lo de su amiga Tere, fue coser y cantar. Chica joven, sola, independiente y sin novio.  Sólo debía hacerse notar un poco para captar su atención y embaucarla con su saber hacer de hombre entrado en años bien conservado. Aquella parte le resultó muy sencilla. A través de Tere podría torturar psicológicamente a Berta e, indirectamente a Alberto. Imaginar sufriendo a ese mamón, era algo que sólo podía comparar con el éxtasis del orgasmo.

            La cándida Berta cayó en su telaraña sin darse cuenta y un lazo de marcada amistad comenzaba a vislumbrarse en el horizonte.

           Tras revelar su historia y sus temores a Alan, Berta decidió que debía ir a visitar a su padre al hospital. Ahora se sentía relajada y cargada de energía positiva. Necesitaba verle, saber cómo se encontraba, contarle lo sucedido y escuchar su opinión antes de acudir a la policía. Su madre se había quedado sin batería y Carla, la esposa de su padre, no contestaba sus llamadas. Cuando llegó, le indicaron dónde debía dirigirse. Un pálpito acudió a su pecho, temiendo la peor de las noticias. Sus piernas se negaban a correr con la rapidez que ella les exigía, pero finalmente logró llegar a la unidad de cuidados intensivos. Encontró a su madre y a Carla conversando en el pasillo. El pasillo parecía gris, sombrío y frío, y notó un escalofrío cuando se acercó a ellas.

            ─¿Cómo está? ¿Qué dicen los médicos? ¿Puedo verle?

            Las palabras se agolpaban en su garganta pidiendo paso, alborotadas, sin descanso.

            Su madre la abrazó y le dio un beso en la mejilla para tranquilizarla.

            ─Aún no sabemos nada, Berta. Cuando hemos llegado, estaba en la habitación, sedado. Todo parecía ir bien. El médico nos había informado que había sufrido un fallo cardíaco, seguramente debido al exceso de trabajo, los nervios, la falta de sueño y otra serie de factores. Despertó y llegó a estar consciente un instante, pero no pudo pronunciar ni una palabra.  Le dije que estabas a punto de llegar, pero… sufrió un infarto, esta vez más grave ─bajó el volumen de su voz, hasta convertirla en un susurro y siguiendo con sus dedos las lágrimas que caían rodando por las mejillas de Berta, continuó─  Tranquila, papá, va a superarlo.

            Carla, esperaba con las palmas de las manos apoyadas en el quicio de la ventana, con la angustia contenida, enmudecida por el miedo a perderle.

            Berta se acercó a mirar por la pequeña ventana que les permitía saber que seguía con vida. La visión de ese cuerpo  necesitado de cuidados la dejó destrozada.

            A pocos kilómetros de allí, Alan colgaba el teléfono tras informarse del estado de Alberto a través de un contacto suyo del hospital. Quería que sufriese al límite, pero debía aguantar vivo, al menos, hasta que él pudiese servirle el plato fuerte que le tenía guardado. No le importaba que conociese su identidad tras haber leído aquel mensaje amenazando de muerte a su hija, un mensaje dirigido a la niña de sus ojos, un mensaje que él sabía que Alberto terminaría leyendo. Jamás podría encontrarle, había cambiado sus apellidos hacía años y su nombre no tenía nada de particular. Seguramente, las imágenes de Tere maniatada y colgada de aquella viga con un charco de sangre en el suelo,  podían llevarle a pensar que eran de Berta, dado su gran parecido físico. Un pelo bien revuelto sobre la cara ocultaba la falsedad de la escena, una escena que parecería tan creíble que provocaría un fallo cardíaco en el sensible corazón de aquel hijo de puta que impidió que él fuese feliz. Si no era demasiado tonto, acabaría descubriendo que Alan era el emisario. Todas y cada una de las frases de los mensajes, fueron frases que él mismo le había dicho a Alan en algún momento de su vida estudiantil. Pero, si aún no lo captaba, seguro que acabaría haciéndolo. Su amiga Francis, ATS del hospital, a la que llamó diciéndole que estaba preocupado por Berta, le dijo que Alberto estaba sedado y no había hablado aún con ningún familiar. Estaba en la UCI, alejado de todos, como mera precaución, pero seguramente saldría de allí antes de una semana. Esperaba con ansia ese momento, cuando le contase a la policía el acoso al que su hija estaba sometida y su suposición sobre quién era el sospechoso. Seguramente rastrearían los mensajes recibidos y al fin encontrarían al pobre emisor de los mismos, otro desgraciado que también le había hecho la vida imposible durante su infancia. Sería bonito cargarle las culpas a otro y, una vez estuviese todo calmado, dar la estocada final. Lo de la desaparición de Tere, sería más complicado de explicar, pero Alan estaba seguro de que podría convencer a cualquiera de su historia de amor con ella, de hecho había engañado a su mejor amiga; e incluso lograría hacer creer a todos que ella iba a pasar un tiempo con sus padres en Ceuta. La mantendría con vida mientras le fuese útil, luego ya pensaría qué hacer con su cuerpo. Alberto no sabía que su hija estaba trabajando con su enemigo.