Y de postre, tronco de navidad


Los comensales, por razones que huían a mí entendimiento, preferían apiñarse sobre el suelo del salón contiguo.
De nuevo había pasado un año, pero esta vez, no estaríamos solos.
En el centro, triunfal y humeante, resplandecía la sopera con el cocido de navidad, manjar predilecto del dueño de la casa y, a su lado, reposaba la bandeja honda con tapa de cristal que mostraba un pavo relleno de foie con guarnición de castañas y frutos secos, tentación para el paladar de los más exigentes. Dos pasteles rellenos de marisco y cuatro pequeños cuencos con delicias al hojaldre remataban la presentación.
Latían voces nuevas en la casa y estaba ansiosa por conocerles.
Una a una, las espaldas agachadas se levantaron y hubo abrazos y besos. Decidí acercarme discretamente tras quitar el freno de las dos ruedas que me sujetaban.

Desde la puerta, vi que el dueño agradecía a los presentes su pronta reacción y, aunque su blanquecina cara parecía retornar del inframundo, esbozó una sonrisa que iluminó la estancia. Dos hombres lo sentaron en el sillón y, recuperado de su vahído, apremió a sus invitados para que degustaran la cena del servicio de catering. Perplejos miraron mi nueva ubicación.

El dueño se acercó y, posando su mano sobre mi pulida madera, dijo: “No os asustéis hijos, en su corazón de roble late tanto amor por mí que, a veces, creo que es vuestra madre”.

Un niño acercó su mejilla a una de mis esquinas y susurró: “Me alegro de conocerte yaya”.

 
 

Un cuento desde el más allá


Allá por el año 66, de un siglo al que los humanos llamaron 20, nació un grupo de seres extraordinarios dotados de poderes inimaginables. Los magos de mirada oscura vaticinaban días de guerra, tiempos de llantos y décadas de silencio.

Al principio de los tiempos, aquellos seres unidos buscaron el lugar donde nacen los Sueños, con el firme propósito de alcanzar el suyo propio y marcar con su impronta los senderos de la Historia.

Tuvieron que lidiar batallas difíciles y esquivar las brechas intangibles que acecharon sus andanzas. No hubo gloria, ni risas, ni oratoria y, finalmente, todos se dispersaron permitiendo que una tupida sombra acampara sobre sus cabezas.

Entrados en el siglo 21, asomaron las primeras luces. Algunos construyeron mil puentes entre los escarpados abismos que los separaban. Pero, aun así, no lograron acercarse. El porte orgulloso del todopoderoso Tiempo había roto los lazos que los unieron un día.

Medio siglo ha pasado desde su nacimiento, la esencia perdura y los lazos invisibles siguen en algún lugar de sus corazones.  Fue la unión de unos pocos la que atrajo a otros pocos, y la fuerza de varios la que encendió las ascuas.

Brilla ahora de lejos, la luz que los ilumina y sirve de guía a los que aún no la han encontrado. Sabemos, que todos lograrán encontrarla.


Desde este palco, auguramos tiempo de paz y armonía, de estrechamiento de lazos y entendimiento mutuo. Atrás queda el mal presagio de los magos nefastos y queda abierta la puerta al festejo y la celebración.

Siempre juntos.

 

THE VIP BOX



«The End» era un título gancho que activaba el interruptor cerebral de cualquiera. Muchos babeaban imaginando un sinfín de escenas apocalípticas.

La joven directora y el resto de personal del equipo de rodaje habían firmado un pacto de silencio y «No comment» era su respuesta oficial. Discípula de otro director de reconocida fama, la sombra de tan rico árbol vaticinaba un éxito asegurado. 

El primer día de ventas, las entradas se habían agotado y los vecinos del municipio dónde iba a celebrarse el estreno ni se habían enterado. Indignados, reclamaron a sus ediles la instalación de pantallas panorámicas en las calles principales y, aceptada la petición, se anunció que el día de la gala quedaba autorizada la ocupación de dichas vías públicas mediante sillas de propiedad particular con determinadas dimensiones.

La noticia del visionado gratuito del estreno para todos los vecinos, atrajo a cientos de personas de municipios colindantes que reclamaron también su derecho a disfrutar del acto alegando ser vecinos de proximidad.

Se adoptaron medidas adicionales: Cada empadronado podría colocar un máximo de diez plazas en la calle, pudiendo alquilar aquellas no utilizadas a habitantes de otro lugar.

Las sillas rejuvenecieron, se arreglaron las desvencijadas patas de las más viejas y se pasó una capa de barniz a las más necesitadas.

Finalizada la proyección, Yale Youthful, nueva directora lanzada a la fama, dirigió unas palabras a los espectadores de la calle: «¡Sois un pueblo fantástico!»

Apiñados en las ventanas, los residentes aplaudieron a rabiar.

 

El gol de la discordia


Triquiñuelas aparte, llegó la hora de la verdad. Sentado frente a todos, en calidad de oveja descarriada, gritos de hinchas y pupilas amenazantes me acribillaban.

La rueda de prensa era una encerrona. ¿Cómo explicar lo inexplicable? El contrato mantenía mi culo pegado a esa silla, mientras buscaba las palabras justas que aquel auditorio debía escuchar.

El míster, con aparente calma, me cedió la palabra.

─ Bueno, el chute de Lolo me ha pillado desprevenido, el balón ha chocado con mi cabeza, ha quebrado su trayectoria y ha entrado por la escuadra de la portería. Son cosas que pasan.

Un exaltado, tomó sin permiso la palabra.

─¡Sí, claro! ¿Desde cuándo un gol metido gracias al cabezazo de un árbitro es algo normal?

Propósito de enmienda


─Salía humo por el capó del coche y allí, en medio de la carretera, me sentí el único ser vivo del universo. Otra vez me había olvidado el móvil. Esperé a que se enfriara el motor para intentar ponerlo en marcha nuevamente, pero no hubo suerte.

»Caminé varios kilómetros sin encontrar a nadie y, cuando ya anochecía, encontré finalmente una señal informativa: “Bienvenido a Chilches/Xilxes”. Aligeré el paso al ver que un manto de luces salpicaba la noche estrellada que caía sobre mis hombros. La silueta desigual de los edificios ejercía sobre mí una atracción poderosa y, como guiado por el canto de una sirena, crucé varias calles hasta llegar a la playa. Dejé que el mar aliviara mis doloridos pies y que mis ojos cansados se deleitaran con tan bella imagen. Seguramente acabé dormido sin darme cuenta.

─Muy bien caballero. Haga el favor de levantarse. Voy a pasar la máquina limpiadora por este tramo y no quiero que tengamos problemas ninguno de los dos.

Aquel operario me miró de reojo, antes de volver a montarse en su artefacto y, cuando me vio en pie, continuó con su trabajo.

Palpé mi bolsillo y noté la silueta de mi móvil. Seguía allí. De vuelta a casa, encontré mi coche aparcado en la puerta.

Me prometí que aquella era la última vez que celebraba la noche de San Juan tomando unas copas con Mario.

Caso sin resolver


Aquella mañana me pasé por la oficina a primera hora para evitar patéticas despedidas de compañeros que, en el fondo, se alegraban enormemente de perderme de vista. Dejé mis llaves y mi identificación en el buzón de recursos humanos. Olvidé hacerlo el día antes y nadie se dio cuenta.

Reducción de plantilla. Una ruleta rusa que apuntó erróneamente hacia mí. Pura matemática. Sobraba uno. ¿Yo?

Mientras recogía mis caramelos de menta, Jaime dejó su café en la mesa contigua y musitó un saludo legañoso que me indignó. Si me hubiese visto muerto, ni se hubiese inmutado. ¡Cómo podía aquel ser inerte mantener su puesto!

Un abrecartas afilado lo puso en el lugar que se merecía.

La policía entrevistó a todos los trabajadores y no encontró ninguna pista.

Al día siguiente, mientras tomaba una cerveza en el sofá, llamaron para rogarme que me incorporara de nuevo al trabajo. 


 

Quinta Chilches/Xilxes 1966




¡Hola Quinta!

Hemos compartido tantas risas, llantos y recuerdos que un millón de bolígrafos Bic no bastarían para escribir toda nuestra historia.

Hoy tenía ganas de escribir y me he acordado de ti.  ¿Por qué no? He pensado que podría distraerte un rato.

Retrospección

Las paredes derribadas del colegio público que nos cobijó en nuestra infancia fueron testigos mudos de nuestras vivencias. Y, seguramente, aquellos maestros de escuela que nos llevaron de la mano, tuvieron que reprimir más de una risa fingiendo un gesto agrio ante nuestros muchos actos rebeldes.

Viene a mi mente la sonrisa recta de doña Joaquina. Nunca comprendí porqué su sonrisa no era curva. Aquella fina línea dibujada en su cara expresaba más de lo que parecía. Una raya corta en sus labios anunciaba la llegada de truenos y relámpagos; en cambio, una raya más extensa, auguraba un placentero día. Simples señales que, hasta unos parvulitos como nosotros, lográbamos captar.

Si de recuerdos hablo, también guardo en mi memoria la cariñosa mirada de doña Isabel. Aquel brillo en sus ojos nos transmitía tanta tranquilidad y confianza que, cuando pretendía regañarnos, no lograba que nos lo tomáramos en serio.  

Es curioso que se utilice la expresión “leer la cartilla” para hacer alusión a reprimendas o reproches. Lo cierto es, que todos le leímos la cartilla a doña Joaquina y a doña Isabel, aunque no con ánimo de reproche sino con la firme intención de demostrarles que sus esfuerzos, unidos a los de nuestros sufridos padres y hermanos, habían obtenido su recompensa.

Siempre he pensado que fuimos una generación “En tránsito”. Nuestro vaivén por los edificios habilitados como aula se convirtió en algo habitual. Hicimos los parvulitos en el antiguo colegio de Regiones Devastadas, el 1º de EGB en una de las casas de maestro de la Calle San Isidro, el segundo curso en un bajo del edificio de la Calle Montoliu próximo a la vía de tren y a los huertos de naranjos, los cursos tercero a quinto, de nuevo en nuestro amado colegio rodeado de moreras, el 6º de EGB en el colegio público de Almenara y, finalmente, nuestros dos últimos años los cursamos en las aulas habilitadas para tal fin en el primer piso del edificio que alberga el actual Teatro de Chilches.

Siempre hemos sido almas viajeras, lo mamamos en nuestra infancia.

El adusto semblante de don Ramón, en cambio, se desvanece entre mis recuerdos, solo sé que pasamos de parvulitos a alumnos de EGB casi sin darnos cuenta. Dejamos la cartilla para coger los libros, y aparcamos los juegos de alfombra para jugar a hacer cuentas con los números. Fue un alegre primer curso que disfrutamos con doña Amparo y don Pepe. Así empezaríamos a amueblar nuestra cabeza. Otra cosa distinta, es valorar si los muebles están bien colocados o no. Dejemos a cada cual que lo valore por sí mismo.

Doña Sofía fue, sin duda, mi profesora preferida. Me embelesaban sus historias, tanto las que narraban pasajes bíblicos como las que acababan con moraleja. Era tanta su pasión al contarlas, que lograba contagiarme. A ella debo, en parte, mi afición por la lectura y la escritura.

El año en el que tomamos la 1ª Comunión guarda un lugar especial en mi baúl de los recuerdos. ¡Cuánta paciencia tuvo doña Teresa con nosotros! ¿Cómo lograría centrar nuestra atención en las clases? Despistados desde el primer día, con la vista fijada en el 25 de mayo de aquel 1975, resultaba difícil concentrarse en los temas escolares.

Lo que sí enterré en un pozo profundo fue mi 4º de EGB. Para nada quiero recordar aquel símil de educación castrense impartido por don Manuel. Curso de cantos mañaneros en formación militar, en el que tuve el gusto de probar sus golpes de paleta sobre la punta de mis dedos.

Ya en quinto, comprendí que aquello de ser una piña llegaba a su fin. Con diez años, pretendieron que dejáramos nuestra infancia aparte. La meta consistía en aprender una amalgama de saberes varios para afrontar los nuevos retos que nos esperaban fuera del pueblo. Fue difícil para doña Adela y complicado para nosotros. Las fronteras de nuestra vida iban a ampliarse.

Durante todos aquellos años se forjó nuestro espíritu curioso, nuestra vena luchadora y nuestra pasión por los bichos.  Nos gustaba ir a las acequias de los huertos en busca de ranas o lagartijas, capturar hormigas, mariquitas o escarabajos peloteros, y, sobre todo, criar gusanos de seda. Actividades que casi diría que alcanzaron el estatus de deporte local.  ¿Quién no ha subido a una morera haciendo equilibrios imposibles para coger hojas con las que alimentar a sus gusanos?

 


Con mucho cariño, para mis compañeros de Quinta. Besos a todos.