Adiós 2014


No sé si es mejor lacrar una vieja historia encerrada en un folio amarillento o pulsar “Nuevo” en el procesador de texto y dejar que tus dedos tecleen libremente.

Siento que 365 días no son suficientes para alcanzar todas nuestras metas porque quizás nuestros proyectos requieren un plazo más largo de tiempo.

Inicié el año 2014, queriendo sumergirme en un mundo narrativo para poder navegar entre las letras y empaparme de palabras, pero… mi creación literaria quedó más seca que la mojama antes de acabar enero.

Se me ocurre que si los días tuviesen 48 horas, dejaríamos de ser esclavos del trabajo y podríamos dedicar más tiempo a las cosas que lo merecen. Aunque, bien pensado, la esperanza media de vida pasaría drásticamente de los 80 a los 40 años. Mejor será dejar las horas como están.

En una hoja polvorienta, encontré un relato en el que mi personaje “Fedra” encarnaba a una alumna enamorada de su maestro. Tanta insulsez en la trama, me evocó un bostezo seguido de una carcajada sonora. Un fogonazo de sensatez me hizo comprender cómo debían sentirse los lectores de mi blog. ¿Cómo pude creer que…?  Y, por raro que parezca, quemé un trozo de lacre para sellar aquel papel en vez de convertirlo en lluvia de confeti. Sin más, mis altos propósitos de escritura desmedida se esfumaron.

Tras un año de propósitos incumplidos y alejamiento del mundanal ruido, finalmente, he quitado los grilletes a mis dedos y les he dado libertad para escribir.
Seleccionar “Nuevo” para enfrentarte a la hoja en blanco siempre es alentador.
Quién sabe si el 2015 hará que se cumpla alguno de esos planes arrinconados en el desván del pasado.
Pase lo que pase, os deseo a todos lo mejor y espero que se cumplan vuestros buenos deseos.

 

FELIZ 2015

Mutación genética


 
Escalpelo en mano, veo que los logopedas se acercan a mi boca.
    ─No se preocupe, una pequeña incisión en la lengua de su hija será suficiente.
Mi madre, erguida y sin el menor atisbo de  compasión por mí, ordena:
    ─¡Adelante! ¡Cuánto antes acabe mejor! Ya estoy harta de tanta humanidad.
Luego, escondiendo su lengua viperina en el verdoso cuerpo, aguarda, pacientemente enrollada, el fatídico desenlace.
    ¡Satanás! Hubiese preferido el papel de Eva en esta ocasión.


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La sonrisa pintada en mi boca tras la lectura de los últimos micros ganadores del concurso de Radio Castellón Cadena Ser  y un mordisco a la manzana que estaba merendando,  dieron como resultado esta mutación de raíces bíblicas.  

La frase que debía incluir esa semana era 《Se acercan a mi boca》

Foto de protocolo


Adelanté presuroso un pie para ponerlo encima del pequeño trozo de papel. El otro, tuve que apoyarlo sobre el bordillo de la acera porque casi pierdo el equilibrio. Alineado con mis colegas, palidecí al ver el  flash que inmortalizaba tan fatídico momento.

Fingí recibir una llamada y permanecí inmóvil al aparato mientras todos desfilaban hacia sus vehículos. Me agaché para atar unos cordones inexistentes en mis zapatos y recogí la foto que había caído al guardar mi pañuelo. Hubiese sido difícil de explicar por qué una cara tan conocida, con el torso semidesnudo, estaba en el bolsillo de mi chaqueta.

La vi alejarse tras el cristal tintado del coche más largo de toda la comitiva. Nuestro pasado común seguía vivo sólo entre mis manos.

Al día siguiente, la foto de portada de los periódicos que se hicieron eco de aquella reunión de grandes empresarios, mostraba una formación de blancas sonrisas sobre una fila de piernas paralelamente bien dispuestas.
Ni rastro del incidente. Por lo visto, los retoques fotográficos  maquillan hasta las piernas.
Los contenidos del artículo publicado, gozaron del mismo trato.

La carrera



Levanté mi cabeza cuando llegué a la meta y respiré lentamente, temiendo agotar aquel elixir de vida que venía a recibirme. Las manos apoyadas en mi cintura, obligaron a mi cuerpo a permanecer quieto para recuperar el aliento. Clavado en mis deportivas observé un barullo de caras que se movía a cámara lenta. Sentí que las tropas internas de mis venas corrían aún desconcertadas por los túneles de mis cavidades librando su propia batalla. La desaceleración me provocó un vahído y doblé mi cuerpo hasta sujetar mis rodillas con las manos. Aquel equilibrio triangular provocó la calma celular que necesitaba mi cuerpo.


        Contemplé abrazos sudorosos, palmadas de reconocimiento sobre hombros desconocidos, lágrimas de triunfo y lágrimas de desencanto. Evadido del mundo, una súbita felicidad se instaló en mi rostro y una sonrisa inocente asomó en mis labios.


        Fue mi primera carrera. El mérito, simplemente alcanzar la meta.

        

  

Sentirse la reina del mundo

Se enfundó las botas de color teja sobre los pantis, la minifalda de terciopelo negro y la blusa de topos verdes con florecitas de seda. Nada como sentirse la reina del mundo, olvidarse del traje chaqueta y besar otros culos distintos al de su jefe.


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Cuando leí la frase "Sentirse la reina del mundo" en el concurso semanal de microrrelatos de Radio Castellón Cadena Ser, recordé la película "Pisando Fuerte (Kinky Boots)"  y me dejé llevar.
Por supuesto, este micro solo fue un fallido más. Aquí lo dejo. 







Más que harta de tropezar una y otra vez con la misma piedra, decidió alzar sus ojos para mirar de frente. Sentirse la reina del mundo, la animó a caminar con tanta elegancia que las piedras se apartaban a su paso y le hacían reverencias.

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Aunque solo envié el anterior micro, lo cierto es que esa semana escribí dos. No sé si la canción de Serrat sugestionó mi mente o si fue algún eco dormido de la canción de Julio Iglesias. El caso es que cambié las fuertes pisadas de quien sale del armario, por las pisadas seguras del que quiere comerse el mundo. Nada que ver con el anterior, pero os lo dejo también aquí.   



Amigo invisible





Pisotear  burbujas plásticas
anima las tardes de invierno.

Tablao flamenco improvisado.

Manta con lunares de cartón
y bufanda ceñida al cinto
de un sudado pelotón.

Uno, palmea extasiado
la madera de un cajón.
Otro, reparte líquido 
en los vasos de latón.

Brindan por un año nuevo,
que sumarán a su historia.

Ayudados por las mantas,
las bufandas deshiladas
y la leche que traía
esa caja de cartón.





Y si en vez de blanco...


─¿Y si en vez de blanco, fuese negro? ─pregunté, mientras apartaba un mechón de pelo de la cara de mi madre─ ¿No decías que realzaba el color de tus ojos?


─¡Ay hija! Ya llegarás a mis años y sabrás lo que vale un peine. Déjate de bobadas, anda. Al que no le guste, que no mire ─respondió sin contestar, mientras se sujetaba los pelos descarriados.  
Los viernes íbamos juntas a pasear por el parque y contemplábamos extasiadas la paleta de color otoñal que nos rodeaba. A las cinco, nos sentábamos en uno de los bancos del pasillo central, nos contábamos las banalidades del día y divagábamos sobre la vida de las personas que pasaban arriba y abajo. Para mi madre, ese era el momento cumbre. Aquella tarde, el aire gélido que se había levantado, nos echó a patadas.
Ya no recordaba la mata de pelo negro que mi madre lucía en aquellas fotos del  álbum. Su cabello se pobló de canas prematuramente y arrancó de cuajo su juventud. Ella se acomodó en la vejez sobrevenida y acabó convertida en sombra de la mujer fuerte que algún día fue.
 
Yo me independicé a los veinticuatro años. Quería ser libre. Pensé que lo mejor para mis padres era  que no los atormentara con mis problemas. La hipoteca se tragaba la mitad de mi sueldo. Aun así, creía ser feliz en la distancia.

A principios del verano, una ola de calor se llevó a mi padre por delante. Demasiadas teclas inservibles en un piano que había dejado de sonar hacía varios años. Mi madre se quedó helada aquella mañana. Yo, me quedé sin habla al recibir la noticia. 

Tragándome el remordimiento, acompañé a mi madre en tan duros momentos y despedí el cuerpo hueco que un día albergó a mi padre. Él seguía allí, con nosotras. La vida se me antojó extraña, egoísta y sin escrúpulos.

Cogí mi maleta, puse unas piezas de ropa y regresé con ella. Sonreía cuando venía a despertarme  y también cuando me obligaba a acostarme. 
Dos semanas después me dijo que mi compañía había sido muy grata pero que no quería tenerme con ella ni un minuto más. ¡Me dejó muerta! Aunque sabía que era lo mejor para las dos. Pacté que saldríamos a pasear por el parque cada viernes  y comeríamos juntas los domingos. Aceptó sin rechistar.  
Aquel domingo me presenté con unos pasteles para el postre. Me deslumbró su cabello negro y sus ojos verde esmeralda. Una foto familiar me observaba. La sonrisa de mi padre iluminó mi cara.
─Gracias mamá. Por fin tengo la respuesta.