Construyendo castillos de naipes

Perseguidas. Capítulo 4


Delicadamente depositaba una tira junto a la otra, hinchado de gozo imaginando cuál sería la reacción de Alberto. Poco a poco, aquellas tiras de piel arrancada pegadas minuciosamente sobre aquel pergamino, adoptaban forma dentro de aquel galimatías. Se regocijaba  mirando aquel mensaje, la estocada que acabaría con la vida del causante de su desdicha.

            Alan tuvo que soportar  durante años su arrogante desprecio en aquel piso compartido de la zona universitaria. Tantas noches de vigilia provocadas por sus innumerables juergas de alcoba le habían provocado trastornos de sueño que aún no había sido capaz de superar.  El eco de aquellas risas y sonidos escandalosos le perseguía cada noche, recordándole lo pusilánime que se sentía cada día frente al todopoderoso Alberto. Tampoco olvidaría nunca que en su último año de carrera, casi tuvo una aventura amorosa con la recepcionista de secretaría, pero ésta fue truncada por la vil acción de Alberto, que vistos los ojitos de borrego que ponía Alan, le robó la chica de un plumazo y luego le restregó su fechoría por las narices. Atrás quedó todo aquello cuando conoció a Lourdes, la mujer por la que finalmente perdería la cabeza. Él le prometió amor eterno y le pidió que se casase con él; y ella, con aquella sonrisa encantadora que le embaucó desde el primer día, aceptó la proposición. Todos decían que hacían muy buena pareja, Acababan de fijar la fecha de su boda el día en que, casualmente, encontraron a Alberto en un supermercado y tuvo que presentarle a su prometida.  Tres días después, Lourdes fallecía en un accidente de tráfico. La noticia del periódico rezaba que un borracho se había estrellado contra el vehículo en el que se encontraba Lourdes y ésta había fallecido en el acto aunque, felizmente, su acompañante había salido ileso en aquel accidente. La noticia impactó a Alán hasta tal extremo que no pudo reaccionar en aquel momento.  En el funeral de Lourdes todos sus amigos rehuían su mirada, culpables de una culpa impropia, deseosos de pasar cuanto antes aquel mal trago. No tardó en enterarse de quién era ese acompañante misterioso de Lourdes. Se trataba de Alberto.

            Pasó mucho tiempo desde entonces, un tiempo en el que pudo elaborar su plan con plena serenidad. Debía vengarse con elegancia, en fin, hacer las cosas bien.

            ¡Resultó tan fácil engañar a la ingenua Berta! Lo de su amiga Tere, fue coser y cantar. Chica joven, sola, independiente y sin novio.  Sólo debía hacerse notar un poco para captar su atención y embaucarla con su saber hacer de hombre entrado en años bien conservado. Aquella parte le resultó muy sencilla. A través de Tere podría torturar psicológicamente a Berta e, indirectamente a Alberto. Imaginar sufriendo a ese mamón, era algo que sólo podía comparar con el éxtasis del orgasmo.

            La cándida Berta cayó en su telaraña sin darse cuenta y un lazo de marcada amistad comenzaba a vislumbrarse en el horizonte.

           Tras revelar su historia y sus temores a Alan, Berta decidió que debía ir a visitar a su padre al hospital. Ahora se sentía relajada y cargada de energía positiva. Necesitaba verle, saber cómo se encontraba, contarle lo sucedido y escuchar su opinión antes de acudir a la policía. Su madre se había quedado sin batería y Carla, la esposa de su padre, no contestaba sus llamadas. Cuando llegó, le indicaron dónde debía dirigirse. Un pálpito acudió a su pecho, temiendo la peor de las noticias. Sus piernas se negaban a correr con la rapidez que ella les exigía, pero finalmente logró llegar a la unidad de cuidados intensivos. Encontró a su madre y a Carla conversando en el pasillo. El pasillo parecía gris, sombrío y frío, y notó un escalofrío cuando se acercó a ellas.

            ─¿Cómo está? ¿Qué dicen los médicos? ¿Puedo verle?

            Las palabras se agolpaban en su garganta pidiendo paso, alborotadas, sin descanso.

            Su madre la abrazó y le dio un beso en la mejilla para tranquilizarla.

            ─Aún no sabemos nada, Berta. Cuando hemos llegado, estaba en la habitación, sedado. Todo parecía ir bien. El médico nos había informado que había sufrido un fallo cardíaco, seguramente debido al exceso de trabajo, los nervios, la falta de sueño y otra serie de factores. Despertó y llegó a estar consciente un instante, pero no pudo pronunciar ni una palabra.  Le dije que estabas a punto de llegar, pero… sufrió un infarto, esta vez más grave ─bajó el volumen de su voz, hasta convertirla en un susurro y siguiendo con sus dedos las lágrimas que caían rodando por las mejillas de Berta, continuó─  Tranquila, papá, va a superarlo.

            Carla, esperaba con las palmas de las manos apoyadas en el quicio de la ventana, con la angustia contenida, enmudecida por el miedo a perderle.

            Berta se acercó a mirar por la pequeña ventana que les permitía saber que seguía con vida. La visión de ese cuerpo  necesitado de cuidados la dejó destrozada.

            A pocos kilómetros de allí, Alan colgaba el teléfono tras informarse del estado de Alberto a través de un contacto suyo del hospital. Quería que sufriese al límite, pero debía aguantar vivo, al menos, hasta que él pudiese servirle el plato fuerte que le tenía guardado. No le importaba que conociese su identidad tras haber leído aquel mensaje amenazando de muerte a su hija, un mensaje dirigido a la niña de sus ojos, un mensaje que él sabía que Alberto terminaría leyendo. Jamás podría encontrarle, había cambiado sus apellidos hacía años y su nombre no tenía nada de particular. Seguramente, las imágenes de Tere maniatada y colgada de aquella viga con un charco de sangre en el suelo,  podían llevarle a pensar que eran de Berta, dado su gran parecido físico. Un pelo bien revuelto sobre la cara ocultaba la falsedad de la escena, una escena que parecería tan creíble que provocaría un fallo cardíaco en el sensible corazón de aquel hijo de puta que impidió que él fuese feliz. Si no era demasiado tonto, acabaría descubriendo que Alan era el emisario. Todas y cada una de las frases de los mensajes, fueron frases que él mismo le había dicho a Alan en algún momento de su vida estudiantil. Pero, si aún no lo captaba, seguro que acabaría haciéndolo. Su amiga Francis, ATS del hospital, a la que llamó diciéndole que estaba preocupado por Berta, le dijo que Alberto estaba sedado y no había hablado aún con ningún familiar. Estaba en la UCI, alejado de todos, como mera precaución, pero seguramente saldría de allí antes de una semana. Esperaba con ansia ese momento, cuando le contase a la policía el acoso al que su hija estaba sometida y su suposición sobre quién era el sospechoso. Seguramente rastrearían los mensajes recibidos y al fin encontrarían al pobre emisor de los mismos, otro desgraciado que también le había hecho la vida imposible durante su infancia. Sería bonito cargarle las culpas a otro y, una vez estuviese todo calmado, dar la estocada final. Lo de la desaparición de Tere, sería más complicado de explicar, pero Alan estaba seguro de que podría convencer a cualquiera de su historia de amor con ella, de hecho había engañado a su mejor amiga; e incluso lograría hacer creer a todos que ella iba a pasar un tiempo con sus padres en Ceuta. La mantendría con vida mientras le fuese útil, luego ya pensaría qué hacer con su cuerpo. Alberto no sabía que su hija estaba trabajando con su enemigo.




Cena 25 aniversario COU La Vall promoción 1984

Veinticinco años tuvieron que pasar para que este reencuentro fuese posible.

        1984-2009

Veinticinco largos años desde nuestro paso por COU, el antiguo curso de orientación universitaria.

Aquel curso nos lanzó hacia el futuro, un futuro ya presente en el que todos andábamos metidos. Fue el curso que nos distanció en el tiempo y nos hizo olvidar muchas caras y nombres que alguna vez fueron importantes en nuestras vidas. Rostros desdibujados con nombre propio, que se quedaron durmiendo con forma de dedicatoria entre las tapas de algún libro.

Cuando alguien del grupo organizador contactó conmigo para comunicarme la cena conmemorativa que estaban preparando y animarme a asistir, recuerdo que tuve serias dudas y decidí contestar que lo tenía que pensar. Quise ponerle cara a la mujer que me había llamado por teléfono, Carmen,  pero fui incapaz de hacerlo en ese momento. El nombre me era vagamente familiar, pero lo tenía ciertamente olvidado.

¿Cómo iba a presentarme a esa cena? Con mi mala memoria para esas cosas, incapaz de recordar muchas caras y muchos nombres, aquello podría resultar incluso desagradable. Si alguien se acercaba a mí para saludarme y yo no me acordaba ni de su nombre, aquello podría resultar un tanto embarazoso y ni tan siquiera  me lo quería plantear.

Me sentía muy distanciada de aquellos compañeros, y aunque algunos de ellos estudiaron Magisterio conmigo y pude compartir tres años más de mi vida con aquellas personas, tras finalizar esos estudios, la posible relación existente desapareció.

Me preguntaba de qué podríamos hablar en una situación como esa. Podría contarles que después de estudiar Magisterio, ante el desolador panorama que se mostraba a los que finalizábamos aquella carrera y no queriendo opositar para una plaza de especialidad diferente a la mía, Ciencias Puras, decidí seguir estudiando. Quizás les contase que realicé estudios de Técnico Especialista en Informática de Gestión y que, por aquel entonces  comencé a trabajar para la administración en la que acualmente trabajo, y de eso ya hace veintiún años. También podría contarles que, aunque nunca lo hubiese imaginado, aquel trabajo me gustó tanto que decidí prepararme a fondo para sacarme aquella plaza y así pasaron tres años más de mi vida. Podría completar esa información curricular contándoles que también terminé dos cursos de Derecho, y seguramente, alguien me preguntaría porqué me quedé ahí y no continué esa carrera, pero entonces tendría que contarle que llegué a matricularme de tercero pero no llegué a presentarme a ninguno de los exámenes, porque los primeros meses de mi embarazo reclamaron toda mi atención. Y con todo eso, ¿Qué les habría contado de mí? Nada. Saber que trabajo, estoy casada y tengo una hija dice bien poco de mí. ¿Era de eso de lo que se iba a hablar en esa cena? Por más vueltas que le daba, cada vez tenía más claro que no me interesaba en absoluto. ¿De qué sirve saber si hoy día eres médico, juez, cirujano, bombero, maestro, profesor o soñador?

Mi postura estaba cada vez más clara, no pensaba ir, aquello no me interesaba. Llamé a una de mis compañeras de COU, Elena, para preguntarle si ella acudiría a aquel evento. No sólo había sido compañera mía en ese curso sino que estudiamos Magisterio juntas y vivimos en un piso compartido durante dos años en Castellón. Muchas habían sido las vivencias compartidas y, desde mi boda, no sabía nada de ella. Lo tenía decidido, si ella iba, yo también iría, aunque sólo fuese por pasar una velada agradable juntas y recordar viejos tiempos. Encontré su teléfono entre papeles olvidados y la llamé inmediatamente. Su voz me resultaba extraña, la pillé en un mal momento y la conversación fue un poco fría. Aunque parecía que le apetecía ir, no me lo aseguró. Aquello me entristeció muchísimo, pero reforzó mi idea de no acudir a aquella cena.

En aquel momento mi vida estaba dedicada al trabajo y la familia, y no tenía contacto con ninguno de aquellos  compañeros. ¿Quién me iba a recordar a mí si yo no era capaz de recordar a la gran mayoría?

Consulté la página web de seguimiento de los acontecimientos concernientes a la cena. Se podía elegir mesa y compañeros con los que pasar una velada agradable. Empecé a reconocer nombres e incluso, dentro de mi desmemoria, recordé alguna de sus caras. Mi marido y mi hija me animaron a asistir, aunque yo me mostraba reticente porque no es nada fácil sacarme de casa si no es para irme de vacaciones. Con los días, a fuerza de insistir, lograron convencerme y anoté mi nombre en una de aquellas mesas. ¿Se apuntará Elena? ¿No se apuntará? Finalmente no lo hizo. Dos años depués sigo sin tener noticias suyas.



Se celebraba el 12 de junio de 2009, como podéis ver muchos fuimos los que acudimos finalmente a la cita. Coincidí en la mesa con diferentes personas que, por algún motivo u otro, habían compartido alguna cosa conmigo. A las nueve de la noche comenzaban las fotografías de grupo, a las tres de la madrugada ninguno de los asistentes había dejado aún la sala. No sólo se habló de la situación laboral de cada uno de los miembros de la mesa, también salieron de nuevo a relucir el simpático, la científica, el intelectual, la romántica, la bailaora, ... De repente, todos habíamos rejuvenecido veinticinco años y seguíamos siendo los mismos de siempre. Fue una sensación maravillosa

Aquella noche inolvidable compartí mesa con diez grandes PERSONAS, y lo digo con mayúsculas porque no puedo decirlo de otro modo. Empezando por la izquierda, sentado a mi lado Jose Vicente Ferreres, Feli Gutierrez, Ilu Hernández, Amparo Agut, Mari Carmen Bau, María José Medina, Tere Fenollosa, Lourdes, Puri Fenollosa y Josep Escrich.

Dos años después aún mantengo el contacto con alguno de ellos y debo decir que, sin pretenderlo, ha venido a mi memoria esta celebración y he vuelto a recordar los buenos momentos pasados junto a mis compañeros de COU.

Curiosamente, sólo Ilu recordó aquella Yolanda paralela, que andaba con su libreta bajo el brazo y combinaba trigonometría, álgebra, física y química con historias, relatos, cartas  y poemas. Para el resto, aquella faceta mía no existía. Ahora, alguno más de ellos la conoce, jajajaja.

Gracias a los organizadores del evento por tener la brillante idea de ofrecer a los asistentes una pegatina con el nombre para que nadie pasara ningún apuro al saludar a un antiguo compañero. Fue una idea excelente. Creo que yo, como mucho, hubiera recordado unos veinte nombres de las cien personas más o menos que acudimos a la cena.


Secretos inconfesables

Perseguidas. Capítulo 3

Dejó que el tono sonara varias veces, Tere no respondía. Tenía que ir a su casa y comprobar que efectivamente ella no estaba allí. No era la primera vez que no le cogía el teléfono. Pero, para abandonar el trabajo, debía pedir permiso.  Optó por no decirle nada a Alán y se fue directa al despacho del jefe. Le comunicó que su padre había sufrido algo parecido a un infarto y quería ir al hospital. No puso objeciones e incluso le indicó que podía tomarse un par de días libres si los necesitaba. Antes de salir de su despacho, le preguntó porqué no se había dirigido a su supervisor para indicarle la situación, a lo que ella respondió aturdida que, como nunca había tenido que ausentarse, creyó que tenía que dirigirse a él. No obstante, para evitar un redireccionamiento hacia el despacho de Alan, le indicó que ella  misma le había visto salir con unos señores que parecían clientes. Vio en la cara del jefe que la respuesta le había satisfecho. Cogió su chaqueta y se despidió de Marisa, argumentando la misma excusa. El taxi que había llamado previamente la esperaba en la puerta de la empresa.
            Su amiga Tere vivía sola desde hacía un año. Sus padres habían sido trasladados a Ceuta y sólo venían a verla un fin de semana al mes.
            Llamó insistentemente al timbre de la puerta, antes de coger la copia de la llave de casa Tere que ella tenía en su poder. Entró gritando a voces su nombre, a la espera de encontrarla en su habitación, cubierta de mantas y con una fiebre de amarras,  pero tras buscarla por toda la casa, vio que no se encontraba en ella.
            Mientras su cabeza intentaba asimilar la situación, el sonido del teléfono fijo de la salita la desconcertó, se acercó sin pensar hacia el aparato para escuchar si alguien dejaba algún mensaje en el contestador de Tere.
            ─¿Srta. Fernández?  Buenos días, mi nombre es Alberto, le llamó de la Agencia de Viajes Soñaresgratis.com. Su viaje de novios está confirmado. En un par de días recibiremos los billetes de avión. Pueden pasar ustedes a recogerlos. No obstante y, sólo para evitar posibles confusiones en los pasajes le repito los nombres que figurarán en ellos: A. Martínez y T. Fernández. ¿Ok? Si hay algún error o necesita alguna aclaración, no dude en contactar conmigo llamando al teléfono 902111000 Gracias.
            Decidió tomar asiento antes de que su cuerpo se desplomara.  A. Martínez, A. Martínez…,  se repetía una y otra vez. Aquello era una broma de mal gusto. ¿Su amiga Tere y Alán? ¿Alán? ¿Su supervisor? ¿Cuántos A. Martínez había en el mundo? ¿Era ese Alán quien le enviaba e-mails monstruosos y había hecho desaparecer a su amiga?    
            Vio que el coche de Tere estaba en el garaje. Un arrebato de furia la empujó a coger su coche para dirigirse hacia la empresa. No tenía carnet de conducir pero había llevado muchas veces aquel vehículo.
            Entro hecha una fiera, sin saludar a nadie, directa al despacho de Alán, armada con su propia rabia, creyéndose suficientemente fuerte como para abatir a un Titán. Tras de sí, la puerta dio un portazo. Alán se quedó atónito ante tal intromisión. Pero no pudo soltar una palabra ante el tornado de acusaciones que fue vertido sobre él por parte de Berta.
            ─¿Qué le has hecho a mi amiga Tere, desgraciado? ¿Te crees que puedes jugar así con las personas, a tu antojo? Soy más fuerte de lo que te imaginas y no soy tan fácil de impresionar como otras. ¿Pensabas que no descubriría que eras tú? No sé cómo has engatusado a Tere hasta el punto de hacerle creer que debía separarse de sus amigos. ¿Para qué? ¿Para hacerme daño a mí? ¿Por qué? Dime, ¿Qué te he hecho yo? No, no contestes, espera que te diga todo lo que he venido a decirte. No sé por qué has hecho desaparecer a Tere, ni por qué has dejado esa marca en ella, pero quiero que regrese ¿lo has entendido? Si no lo haces, soy capaz de matarte con mis propias manos.
            La temperatura de aquel despacho parecía haber subido quince grados tras el derroche verbal de Berta. Aún tenía los ojos enrojecidos por aquella ira que la dominaba y no era consciente de la cara de terror que ponía su adversario.
            ─¿Pu… puedo hablar?
            Tras una respiración profunda,  le miró fijamente y asintió con la cabeza.
            ─Lamento que Tere decidiese no contarte nada Berta. Decía que no estaba bien salir con el jefe y que tú no lo entenderías. No se equivocaba cuando me dijo que eso te haría daño. Fue decisión suya apartarse de los amigos para que estuviésemos juntos y solos los sábados. No sólo he dejado yo una marca en ella, ella también la ha dejado en mí y te aseguro que es muy profunda. Estamos enamorados Berta, compréndelo, nos vamos a casar.
            ¿Qué estaba pasando?, ¿Alguien podía decírselo a Berta? Aquel hombre no parecía un terrorista informático con instinto asesino, sólo parecía un enamorado asustado ante la embestida de la amiga de su novia. Se sentó en el sillón  del otro lado de la mesa y rompió en lloros. Alán no sabía qué hacer.
            ─Berta, tranquilízate, cuando venga Tere de Ceuta, te lo explicará todo. No me mires con esa cara. Sí, no tiene gripe. Se ha escapado para hablar con sus padres y contarles lo de la boda. Será en quince días. Y lo del niño. Tere está embarazada, por eso queremos casarnos cuanto antes.
            Berta no salía de su asombro e intentaba digerir la información recibida. Alán creía que aquella entrada arrolladora en su despacho se debía a algún instinto posesivo que ella tenía sobre Tere, pero debía aclararle que estaba equivocado. Así que decidió serenarse, creerle y contarle su versión de la historia.

Vacaciones a la vista

No me cansaré de repetirlo, necesito vacaciones, desconectar, cambiar el chip,  hacer un kit-kat,  en resumen, respirar. Sí, sí, respirar. ¡Aire, necesito aire!

A cuarenta y un día de mis vacaciones, me siento como el escalador que sufre en la recta final para llegar hasta la cima. El problema es: ¿Llegaré sana y salva, o moriré en el intento? Es broma, jaja. Los que me conocen saben que pese a los pesares multiples que pueden azotar el día a día, en realidad, prefiero siempre reir antes que llorar.

¿Por qué tengo la sensación de haber dicho algo parecido hace más o menos un año?

Bueno, tras tomar un poco de aire asomando la cabeza por la ventana, decidimos pensar en positivo y andar buscando ese viaje fantástico para nosotros y nuestro bolsillo. ¡Con la crisis actual, esta conciliación se hace cada vez más difícil!

Se terciaba un encuentro con nuestra amiga Arantza para aunar preferencias y sugerir posibles destinos. El punto de encuentro, fue, como el año pasado, Vilanova i la Geltrú.

El destino estrella acordado en nuestra cita fue Praga y Budapest. Regresamos a nuestros lugares de origen y nos dirigimos a la agencia de viajes para reservar tan preciado tesoro, pero el azar no quiso estar de nuestro lado y lo que parecía fácilmente posible, resultó ser lo más imposible del mundo.Ni fechas, ni vuelo, ni bolsillo se ponían de acuerdo.

Con esto de la necesidad de cambiar el chip, pensamos que lo mejor era hacer precisamente eso y dejar este destino para otras vacaciones futuras. Volvimos a mirar catálogos, consultar internet, hacer números y más números. Finalmente, encontré uno que parecía situarse entre nuestras posibilidades. Llamé a Arantza rápidamente. Di en la diana, le encantaba ese destino. Por fin cambio de continente. Turquía en nuestro punto de mira. Principios de septiembre a la vuelta de la esquina.