La mezcolanza de razas era patente en aquel cuadro puntiforme y multicolor que divisaba a través del terrascopio. En una fracción de segundo, me sentí teletransportada a una vida anterior. Las neuronas de mi hipocampo solapaban en mi campo visual un encaje de bolillos plagado de coloridos y diminutos alfileres que sujetaban la labor a una cartulina anaranjada y plastificada. Parpadeé levemente y reseteé tal recuerdo.
Pronto sería uno más de aquellos puntos de la imagen. No sabía qué tonalidad de piel adquiriría, cuál sería el color de mis ojos o mi pelo ni, mucho menos, qué sexo me tocaría esta vez. ¿Acaso importaba?
Tres, dos, uno...
Creí que mis pulmones iban a romperse, la rabia se adueñaba de mí, me sentía amenazado por las fuerzas del universo. No lograba pronunciar media palabra y gruñía sinsentidos. ¡Mentira! ¡Estaba llorando!
Sentí una fuente de calor que me era familiar y aquel sentimiento de "zona segura" logró calmar mis inquietudes.
Alguien estaría ahora al otro lado del terrascopio, oteando su futuro próximo, ajeno a la sorpresa que le deparaba este mundo.
Abrí los ojos y la observé concentrada en su labor, moviendo los diminutos palos de madera primorósamente, derrochando amor por cada poro de su piel.
¡Gracias, de nuevo, por esta nueva oportunidad!
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