Operación S.E.P.


    Sentada en la fría silla, observé su indefenso cuerpo y me perdí en mis pensamientos.
    Al menos, el tono rosáceo de los labios ponía una nota de color en su rostro envejecido, pero los pesados párpados parecían dos losas de acero incapaces de accionar el resorte de apertura.
    Las callosas manos estaban plagadas de gruesas venas en reposo que habían resistido el envite del traumático retorno y me atraían como imanes. 
    Vencí la tentación de acercarme para sentir el tacto de su piel gracias a un atisbo de lucidez que me hizo frenar en seco. Un contacto no permitido hubiese contaminado al sujeto y una acción de tal calibre, hubiese supuesto mi ejecución inmediata. 
     Entré en el receptáculo de mi cápsula nutricional tras cumplir mis créditos laborales. Cada día, superado el primer letargo de la fusión extrasensorial, analizaba las causas que provocaron la catástrofe y lamentaba no haber estado allí para evitarla.
    Mis particulares estudios no estaban autorizados por la Comunidad y ello alimentaba una idea que bullía en mi cabeza y bauticé con el nombre de Operación S.E.P. Ser casi humano no significaba serlo y tener un espécimen vivo en la sala de aislamiento resultaba esperanzador. Él era el primer recuperado tras la Glaciación de 2012.
    Observé la vasta llanura blanca que cegaba mis pupilas y ello provocó una contracción involuntaria en mi cuerpo que erizó mis nódulos epidérmicos. Quizás fuese eso lo que los hombres llamaban escalofrío. Sentimiento era lo único que me faltaba.
    Sin más, tras mi descanso obligatorio, regresé a la sede de Arquitectura Biogenética Humana y continúe estudiando sus órganos internos.

 
   El visionado de grafeno, me mostró un adenocarcinoma de decímetro y medio ubicado en el colón ascendente. Me sorprendió que pudiese llegar a viejo un ejemplar defectuoso.
    La sociedad humanoide a la que yo pertenecía, limitaba la vida a treinta ciclos orbitales y no permitía la supervivencia de ningún elemento infecto o con algún tipo de tara. Gestados en la cápsula madre mediante un complicado proceso de carbogénesis biocelular, nuestro aspecto humano permanecía invariable durante toda  nuestra existencia.

  
   Pensar que me encontraba en mi último ciclo orbital, hizo que mi actividad neuronal se acelerase y noté una presión punzante en mi pecho de origen desconocido. Creí empequeñecer extrañamente dentro de mi cuerpo y mi corazón comenzó a latir totalmente desbocado. Sin motivo aparente, esa cadena de reacciones abrió un portal telepático que me conectó con su cerebro.
    La sucesión de imágenes que colapsó mi retina, me hizo comprender que su infancia, su juventud y su etapa adulta no eran más que la punta de un iceberg que guardaba muchos misterios. Su lucha interna contra la enfermedad que lo devoraba y su deseo de vivir, se filtraron a través de los poros de mi piel accionando una señal de socorro.
    Aspiré todo el aire que pude, olvidé las normas, los protocolos y las rutinas y, armada de valor, cogí su mano con las mías. En ese momento, se inició una fusión citoplasmática que nos dejó ensamblados formando una misma persona.
   Noté, por mi menor tamaño, que mis células quedaban acopladas dentro de las suyas. Fue así como perdí mi imagen y adopté la de aquel hombre. Pero en el área encefálica, el mayor tamaño de mis neuronas logró conquistar su territorio.
    En la tibieza de sus entrañas encontré un cobijo agradable y comprobé que su maquinaria, envejecida por el exceso de ciclos orbitales, se encontraba en buen estado pese a la existencia tumoral. Mis células madre repararon su tara y la sanación inesperada energizó nuestra alianza.
    Tanta fuerza renovada conllevó cambios inesperados. Él rejuveneció veinte años y yo envejecí otros tantos. El premio fue sentir un torrente de vida fluyendo por nuestras venas.
    Así, vestida con cuerpo de hombre, me dirigí a la zona restringida donde se encontraba la celda experimental de traslados temporales. Nunca se habían efectuado pruebas con seres vivos pero una ocasión tan perfecta no volvería a presentarse. Me coloqué en el centro exacto del punto de no retorno y señalé una fecha cualquiera del año 2005. Sobra decir que llegamos a tiempo y la Operación S.E.P. concluyó con éxito.

                                                                     

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