El primer día de trabajo

Perseguidas. Capítulo 1
 
 
El atronador sonido del despertador invadió la habitación, puntual como siempre, pero esta vez, a las seis y media de la mañana. La madre de Berta lo dejó programado con el máximo volumen y, con cariño, le seleccionó un sonido de campana de iglesia que era capaz de resucitar a los muertos. Ella misma lo situó al pie de la cama, para obligarse a levantarse a silenciar el maldito reloj.

      Estaba nerviosa y un extraño sofoco se había instalado caprichosamente en sus mejillas, algo que ni el maquillaje lograba disimular. Para colmo, también le sudaban las manos, y el mero hecho de imaginarse estrechando la mano a alguno de sus nuevos compañeros le producía una angustia terrible.

      Tere no pasaría a recogerla hasta las ocho en punto. En realidad, su horario de mañana era de nueve a dos, pero no querían llegar tarde al trabajo el día de su debut. Salir una hora antes de casa resultaba un poco exagerado, la empresa que las había contratado como auxiliares administrativas estaba instalada en el polígono industrial del Sur de la ciudad, y ese trayecto podía realizarse en quince minutos, pero… ¡Cualquiera le llevaba la contraria a Tere! Si tenían que esperar cuarenta minutos en la puerta de la oficina, esperarían.

      A las siete y cuarto ya estaba preparada, así que tenía tiempo para intentar relajarse. Su madre trabajaba en el mercado de abastos y, a esas horas, no estaba en casa. Decidió abrir el ordenador para ver el correo electrónico y comprobar si alguno de sus amigos estaba conectado. Tres mensajes nuevos le esperaban en la bandeja de entrada: dos de su amiga Tere, enviados a las doce de la noche y, otro, de alguien llamado Alan, enviado a las tres de la madrugada. Abrió primero los de ella. Uno, contenía un escueto mensaje de texto: «Mañana triunfamos chica. Ponte guapa. Me pido el jefe. Jajaja». Otro, llevaba un PowerPoint humorístico sobre los trabajos de oficina y una frase añadida por ella: «Recuerda coger los crucigramas, por si nos aburrimos. Jajaja». Estuvo a punto de eliminar el tercer mensaje porque no conocía al remitente, pero le picó la curiosidad y lo abrió, creyendo que sería alguien que quería hacer amistad. Su piel se quedó fría como el hielo y su cara quedó desencajada, la boca con una triste mueca de horror y los ojos casi saliendo de sus órbitas. No había ningún mensaje escrito, solo una impactante fotografía del cuerpo de su amiga Tere, brutalmente descuartizado. Aquello no parecía un montaje de Photoshop.

      Sus manos temblaban y su mente sufría un shock. Debía llamar a Tere para confirmar que aquello no era cierto y aquella imagen tan real era solo una broma de mal gusto. El monótono sonido del móvil se repitió varias veces hasta que apareció la voz mecánica que le indicaba que podía dejar su mensaje después de la señal: «Tere, por lo que más quieras, llámame inmediatamente, por favor».

      Miró y remiró aquella fotografía en la pantalla, queriendo creer que alguien con una mente muy macabra había querido asustarla. Apagó el ordenador y continuó sentada e inmóvil. No podía borrar aquella imagen de su cabeza: Su amiga abierta en canal, con las vísceras al descubierto y sus extremidades arrancadas dispuestas alrededor del cuerpo, como enmarcando el cuadro.

      Quizás podía llamar a su padre y contarle lo sucedido. Seguro que él le diría qué debía hacer. Hacía dos años que no vivía con ellas, sus padres estaban separados, pero siempre estaba ahí cuando Berta lo necesitaba.

      ─Buenos días, Papa.

      ─Berta cariño, ¿Pasa algo?

      ─No lo sé papá, pero estoy muy asustada.

      ─No te preocupes, que todo va a salir bien. ¡Ya lo verás!

      ─No papá, no hablo de mí, hablo de Tere. He abierto un correo electrónico en el que alguien me enviaba una fotografía horrible de mi amiga descuartizada. Tengo miedo.

      ─Seguro que es una fantasmada de alguien que os conoce, tranquilízate, ¿La has llamado? ¿Has hablado con alguien de esto?

      ─Sí, la he llamado pero no contesta. Luego te he llamado a ti. ¿Qué debo hacer, papa?

      ─¿No habías quedado con ella para ir al trabajo?

      ─Sí.

      ─¿A qué hora?

      ─A las ocho.

      ─Faltan diez minutos, cálmate, espera a que sean las ocho. Seguro que pasará a por ti. Si llega esa hora y no está ahí puntual como un reloj, me llamas. Pediré permiso al jefe y me planto ahí en quince minutos. No llames a mamá, no la preocupes, ya se lo contarás cuando llegue, ¿vale?

      ─Bien papá, haré lo que me dices.

      Decidió serenarse, pensar en positivo y olvidar la monstruosidad que acababa de ver. A las ocho en punto, llamaban al timbre de su casa. Se asomó por la ventana y vio el coche de Tere aparcado frente a su puerta. Su corazón dejó de latir acelerado y el ritmo de sus pulsaciones se relajó. Menos mal que todo quedó en un desagradable susto. Se miró al espejo, aquel rubor instalado en su mejilla a primera hora de la mañana había desaparecido, su cara, sin duda, necesitaba más color. Se atusó el pelo y se recompuso la ropa, luego, bajó triunfal por la escalera dispuesta a afrontar su primer día de trabajo. Cogió su bolso y las llaves. Al salir de casa vio a Tere sentada al volante, con una amplia sonrisa dibujada en la cara, indicándole con la mano que se apresurara.

      Cuando entró en el coche, le dio un intenso abrazo a Tere.

      ─Buenos días Berta, ¿Te pasa algo?

      ─Nada Tere, que te quiero mucho. Anda, vamos, que hoy será nuestro gran día.

      ─Vamos pues, a por todas. Les demostraremos que somos las mejores.

      Berta no le dijo nada a Tere sobre lo ocurrido minutos antes.

      Llegaron demasiado pronto a la empresa, como era de esperar. Un conserje, extrañado ante su presencia, les abrió y tras saber que eran las chicas nuevas de la oficina, les informó que las puertas no se abrían hasta las nueve menos cuarto, por lo que no debían presentarse allí antes de esa hora. Las acompañó a la sala del café y les dijo que esperaran al jefe.

      Se tomaron un café de máquina y se sentaron a esperar. A menos cuarto en punto, aparecieron dos mujeres, a las que tildaron de «cincuentonas», con exceso de maquillaje, varios anillos en sus manos y vestidas a la última moda que, tras saludarlas con un «Buenos días» desganado, se situaron en el otro extremo de la sala a saborear su café. A falta de cinco minutos para las nueve, un bullicio de voces se oía en la entrada. Sin duda alguna, esa era la hora oficial de entrada de todos los trabajadores de la oficina.

      El jefe se acercó a saludarlas y les dijo que iba a presentarles a la persona que se encargaría de explicarles sus nuevos cometidos en aquella oficina.

      ─Buenos días, señoritas.

      ─Buenos días ─respondieron al unísono.

      ─Espero que estén contentas aquí. No quiero ver caras tristes. Este trabajo es duro, lo sé, demasiado papel, pero con el tiempo verán que es una rutina. Vengan conmigo, las acompañaré a sus mesas y les presentaré a la persona que les explicará el funcionamiento de todo esto. Si tienen algún problema, no duden en acudir a mí.

      Salieron de aquella sala y observaron las oficinas en las que pasarían los próximos doce meses: varios grupos de cuatro mesas adosados entre sí, separados mediante paneles de unos cincuenta centímetros de altura. A primera vista, Berta creyó contar cinco grupos a la derecha y cinco grupos a la izquierda. Pasaron por el pasillo central hasta el último grupo de mesas de la izquierda. Dos mesas vacías las esperaban. Enfrente de ellas, sus nuevas compañeras, las dos mujeres de la sala del café. Tere no pudo reprimir una mueca de desagrado al verlas. El jefe les pidió que dejaran sus cosas allí y le acompañaran hasta el despacho del supervisor que se encontraba justo en el pasillo que tenían al lado.

      ─Bien, te presento a Berta y a Tere. Las dejo en tus manos. Instrúyelas bien.

      ─Señoritas, les presento a Alan, será su nuevo Supervisor.

      Al oír ese nombre, Berta se estremeció y notó un sudor frío que corría por su frente. Cerró los ojos un instante, allí estaba la imagen de su amiga y el correo de Alan. ¡No podía ser! ¡Era sólo una casualidad! Tenía que borrar eso de su cabeza.

      Alan se acercó a estrecharles la mano, primero le dio la mano a Tere y luego se la ofreció a Berta. Retuvo la mano de Berta entre las suyas un instante, que ella creyó que era una eternidad, mientras el jefe les indicaba que Alan era un genio en informática y marketing.

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