Cada lunes, sellaba su boleto en Calle Caballeros, hacía una fotocopia del
mismo y se dirigía a la iglesia de San Nicolás a depositarla a los pies del
Santo, junto a la oportuna dádiva.
Yo, que me estaba volviendo cada
vez más ateo, le increpé por ello, alegando que los Santos podían ofenderse por
tentar a la suerte haciendo uso de su influencia. Pero mi madre, cuando cobraba el premio, me decía:
“Que piensen lo que quieran. Al menos yo, les dejo un porcentaje de lo que
cobro. Otros, no dan ni las gracias”.
Yolanda, un relato que encierra esa moraleja propia de los cuentos. Y es que no hay mejor cosa que ser agradecido.
ResponderEliminarSi este microrrelato se diera en la realidad no quiero ni imaginar los llenos apoteosicos de las iglesias.
Un abrazo grande.
Cierto, Nicolás. Es de bien nacido, ser agradecido.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo no soy muy de santos, pero esos pies parecen divinos...
ResponderEliminarUn abrazo.
Cualquier persona, creyente o no, acabaría rendida a sus pies.
ResponderEliminarUn abrazo.
La fe cambia destinos. La gratidud te hace digno del camino.
ResponderEliminarCierto Julio, lo comparto plenamente. Gracias por comentar.
Eliminar