Que piensen lo que quieran...


Cada lunes,  sellaba su boleto en  Calle Caballeros, hacía una fotocopia del mismo y se dirigía a la iglesia de San Nicolás a depositarla a los pies del Santo, junto a la oportuna dádiva.

           Yo, que me estaba volviendo cada vez más ateo, le increpé por ello, alegando que los Santos podían ofenderse por tentar a la suerte haciendo uso de su influencia. Pero  mi madre, cuando cobraba el premio, me decía: “Que piensen lo que quieran. Al menos yo, les dejo un porcentaje de lo que cobro. Otros, no  dan ni las  gracias”.

6 comentarios:

  1. Yolanda, un relato que encierra esa moraleja propia de los cuentos. Y es que no hay mejor cosa que ser agradecido.

    Si este microrrelato se diera en la realidad no quiero ni imaginar los llenos apoteosicos de las iglesias.

    Un abrazo grande.

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  2. Cierto, Nicolás. Es de bien nacido, ser agradecido.

    Un abrazo.

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  3. Yo no soy muy de santos, pero esos pies parecen divinos...
    Un abrazo.

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  4. Cualquier persona, creyente o no, acabaría rendida a sus pies.
    Un abrazo.

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  5. La fe cambia destinos. La gratidud te hace digno del camino.

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