Secreto entre hermanas (Parte IV: Marina y Fedra, 2009) (3)

Un instante después, aquellas luces azules desaparecieron, me sentí derrumbada, seguramente estaba soñando despierta. El sopor de la noche se apoderó de mí y me quedé dormida.

           Fue el sonido del microondas el que nos despertó a las dos, él estaba calentándose un café del día anterior. Nos miró sonriente, casi triunfante, mostrándonos sus amarillentos dientes. Se sentó frente a nosotras, saboreando cada uno de los sorbos de aquel humeante café recalentado. Tenía la pistola en la mesa, al menos su dedo no estaba en el gatillo.

           ─Bien chicas, sólo me quedan unas horas para ser millonario. He pensado que lo mejor va a ser dejaros aquí. Unos conocidos míos vendrán a por vosotras y os llevarán bien lejos de aquí, a unos prostíbulos de Pekín. Seguro que os lo pasáis muy bien con la clientela que os espera allí. Anda, anda, no me miréis con esa mirada asesina que no os favorece nada.

           »Algún día me agradeceréis que haya decidido no mataros, ser esclavo del sexo no está tan mal ¿no? Es mejor que estar muertas. A la organización solo les servís si estáis vivas y gozáis de buena salud, de ese modo ellos sacan tajada al venderos a aquel prostíbulo y a mí me dan también un trocito del pastel, a modo de premio por mi constancia y valía.

           Fedra y yo nos miramos aterradas, nos había dicho que no iba a matarnos pero no sabíamos si lo que nos esperaba sería peor que estar muertas.

           Tras un día, que me pareció eterno, sentía mis huesos entumecidos y el dolor producido por las cadenas dejaba su huella en mi piel. Fedra parecía ausente, con la mirada perdida, seguramente pensando en cómo había ocurrido aquello y la impotencia que sentiría si no podía volver a ver a Rafa.

           Me acordé de Jorge, a estas alturas no sé si ellos sabrían algo de nosotras. Quizás el Sr. Paolo les había mentido para ocultar la situación en la que nos encontrábamos y no ponernos en peligro, o quizás les había puesto al tanto de qué ocurría y estarían desesperados ante la situación.

           El viejo reloj de la cocina marcaba las seis de la tarde, cuando oímos que llamaban a la puerta. Javier nos miró sonriente y nos dijo que seguramente serian sus amigos, los que iban a llevarnos a nuestro nuevo destino.

           ─¡Hola tío!

           ─¡Hola Marc! ¿Vienes solo?

           ─Sí, pero no te preocupes, las pinchamos primero y luego tú me ayudas a subirlas al camión antes de irte. Cuando llegue a Madrid me estarán esperando para ayudarme.

           ─El jefe, como siempre, lo tiene todo controlado.

           El nuevo visitante se detuvo ante nosotras y nos miró detenidamente, con descaro. Tomó con una mano la barbilla de Fedra y con la otra mano mi barbilla.

           ─¡Joder tío, ésta es un ángel! Me entran ganas de echarle un polvo ahora mismo, a ver si así me convierto en Santo ─dijo, señalando a mi hermana.

           Soltó unas risas, que acompañó Javier.

           ─Dejemos eso para luego Marc, cuéntame cómo estáis en la organización. Anda ven, te invito a un café. Acabo de poner la cafetera. Luego tendrás tiempo de estar con las chicas si te apetece.

           La aterradora idea de revivir aquella época ya olvidada en la que aquel hombre me obligó a ser la puta de sus amigos, se apoderó de mí. No podía siquiera imaginar a Fedra en aquella situación. Ella parecía estar en un estado catatónico, ausente, a kilómetros de allí, parecía un cadáver, sin color en sus mejillas, con aquellas ojeras grises rodeando sus hermosos ojos.

           Vi aquellos hombres sentados en la mesa, hablando tranquilamente, como si no estuviésemos allí, contando sus aberrantes anécdotas, y deseé morir y no tener que sufrir más. ¿Por qué Dios nos había abandonado? Tras un buen rato de charla vacía, el visitante quiso que Javier le dejase estar con Fedra.

           ─Tío, no va a ser todo para los chinitos, si a ti te da mal rollo lo comprendo, pero a mí me parece un bomboncito. Quítale las cadenas y me la llevaré a la habitación. ¡Va a ver lo que es un hombre! En el fondo, le voy a hacer un favor, no creas que esto lo hago con todas.

           Le quitaron las cadenas, y ella parecía inmóvil, casi muerta. Me asusté. Al verla caminar arrastrando el paso, comprendí que algo de ella aún estaba vivo. No pude frenar unas lágrimas que cayeron por mi rostro. La vi alejarse por el pasillo, hacia la habitación del fondo, la que estaba al lado del servicio. Lo último que vi fue la puerta cerrándose en un portazo. Javier me miró henchido de felicidad, había ganado su batalla, había roto nuestras vidas en mil pedazos.

           ─¿Qué te creías que no se la iba a dejar catar? Pues espérate, luego te catará a ti, para que recuerdes los viejos tiempos. Tienes suerte de que a mí me deis asco. Y esto no es nada para lo que os espera en el prostíbulo. Las vais a pagar todas juntas, por fin me vengaré de la zorra de vuestra madre.

           »Ella creía que yo no lo sabía, pero en el fondo siempre lo supe. Sabía que no eráis hijas mías. Sólo tuve que descubrirlo por mí mismo. Un día, repentinamente, me presenté en casa sin avisar. Tú no estabas en casa, te habías ido a con tu hermana a pasear por el parque. Tu madre estaba en la cama con otro. Cuando lo vi, decidí esperar detrás de aquella puerta entreabierta y oír su conversación, no pensaba montar ningún escándalo. Ella le estaba contando que no podía decirme que vosotras eráis sus hijas, al fin y al cabo, él no podía tomaros a su cargo porque era un hombre casado y con familia. La muy puta, pensó que era mejor que me tuvieseis a mí como padre en vez de no tener ninguno. No pude oír más, me fui de allí y regresé por la noche. Dormí con ella y esperé a que os hubieseis ido al colegio, luego tuve una bonita discusión con Elena. El resultado de la misma fue que sufrió un infarto y se murió. Ahí acabó la bonita historia de su vida, la vida de una zorra que trajo a este mundo dos zorritas.

           Se calló por fin y se dirigió hacia su querida cafetera para servirse otro café. Me alegró saber que no era nuestro padre.

           Yo no podía dejar de pensar en Fedra, no se oía ningún ruido, igual aquel bestia se había quedado dormido junto a ella después de satisfacer sus instintos carnales.

           Javier debió de pensar lo mismo porque lo vi alejarse por el pasillo hasta aquella habitación y entrar en ella.

           Silencio, más silencio, aquello era insufrible. ¿Se habría atrevido a tocarla también él? Mi tormentosa imaginación estaba acabando conmigo y cerré los ojos deseando que todo aquello tocase su fin.

           Oí la voz de una mujer detrás de mí, estaba abriendo mis cadenas.

           ─Tranquila, todo ha pasado, su hermana está bien, no se preocupe, la están atendiendo.

           Me quitó la mordaza y se puso frente a mí. Me acarició la mejilla y me mostró una sonrisa agradable. Al ver que era policía, me dio un vuelco el corazón. Era tanto el dolor que sentía en todo mi ser, que era incapaz de articular una palabra. Solo lloraba sin parar. Comprendí que aquel sueño de luces azules no había sido un sueño.

           Intenté levantarme, ella me ayudó, quería ir hacia aquella habitación y ver a mi hermana, abrazarla y llorar juntas. No fui capaz de decir nada, pero no fue necesario, aquella policía sabía dónde quería ir y me cogió fuertemente para que no cayese. Mis pies arrastraban por el suelo y aquel pasillo me pareció infinito. Un policía salió de aquella habitación y nos apartó hacia un lado, Javier y Marc le seguían apuntados por las pistolas de otros dos policías. Iban esposados. Marc sonreía, indiferente a lo que le podía caer encima. Javier ni se atrevió a mirarme a la cara. Sin fuerzas, logré escupirle en la cara. Sólo deseaba que lo condenasen a cadena perpetua y se pudriese en la cárcel para siempre.

           Dos pasos me separaban de aquella habitación. Cuando entré, vi a mi hermana en la cama, un sanitario estaba dándole un calmante. El jefe de policía, don Leandro se había quedado allí con ella. Se acerco a mí y me dio un beso en la mejilla. Él también parecía afectado. Me acerque a Fedra y la abracé con mis escasas fuerzas.

           ─Todo pasó ya Marina ─su voz sonaba como un susurro en mis oídos. Apoyó su cabeza en mi hombro y noté que humedecía mi blusa con sus lágrimas.

           ─¿Te han tocado Fedra? ¡Soy capaz de salir ahí fuera y matarlos ahora mismo!

           ─No, hermanita, tranquila, estos señores llegaron a tiempo.

           Don Leandro me explicó que habían sido avisados de lo que iba a suceder en la casa y habían recibido órdenes de acudir allí esa madrugada. Se escondieron por el bosque y consiguieron entrar sigilosamente, tras quitar la silicona de la ventana del servicio, antes de que llegara Marc. Aquel era el único acceso posible a la casa, el resto de ventanas tenían rejas. Una vez dentro y, tras observar que dormíamos, esperaron en aquella habitación hasta encontrar la ocasión más propicia para poder detenerlos y no poner en peligro nuestras vidas. Comentó que toda la operación había sido planeada y dirigida por la policía judicial de dos comisarías españolas y que ellos tan solo habían realizado su trabajo.

           Yo no entendía muy bien el funcionamiento de aquellas cosas, pero ver a mi hermana viva a mi lado y saber que no le habían hecho nada, me pareció un milagro.

           Rápidamente, casi sin darnos cuenta, nos pusieron en unas camillas y nos llevaron a una ambulancia. Llegamos al hospital y nos dejaron juntas en la misma habitación. Una enfermera iba a acompañarnos toda la noche, no teníamos de qué preocuparnos. Quería llamar a Jorge y contarle todo, pero no tenía fuerzas. No sé si fue el calmante que me administraron o qué fue, pero caí dormida en un profundo sueño.

           Cuando desperté vi la cara sonriente de Jorge a pocos centímetros de la mía. Solo pude devolverle la sonrisa. Miré hacia la cama de mi hermana, ella seguía durmiendo, Rafa estaba a su lado, esperando que despertara.

1 comentario: