Secreto entre hermanas (Parte V: Jorge y Rafa, 2009) (3)

Rubén había comentado que alguien tenía que pasar a recogerlas para llevarlas a Pekín, así que el inspector Poveda ordenó mantenerse a la espera, quizá podríamos detener a alguien más y seguir tirando del hilo.

           Don Leandro se había empeñado en entrar dentro de la casa, aunque le dijimos que no hacía falta que él estuviese dentro. Había intentado entrar por el cobertizo pero le había sido imposible, sus años y una generosa barriga prominente se lo impidieron. Así que lo intentó por la ventana del cuarto de baño. Se encargó personalmente de quitar la silicona que sellaba aquel marco con una cuchilla. Finalmente, ante los atónitos ojos del inspector Poveda, se adentró en la casa por aquella ventana, luego cruzó el pasillo y vino, sin hacer ruido, hasta la habitación en la que nosotros nos encontrábamos. Hubiese podido arruinar toda la operación pero, por alguna extraña razón, la suerte nos acompañaba. Minutos después nuestro jefe entraba también en aquella habitación por el hueco del cobertizo. La fiesta sorpresa estaba preparada.

           A las seis de la tarde, Méndez nos comunicó que un tipo de unos cuarenta años, corpulento, uno ochenta de estatura y unos noventa kilos, había aparcado un pequeño camión al lado de la furgoneta de Rubén y tras llamar a la puerta, había entrado en la casa.

           Pudimos escuchar la conversación que mantuvieron y parecía ser que aquel tipo no quería irse de allí sin haber tenido primero relaciones sexuales con las dos. Noté que la sangre me bullía y deseé salir de la habitación para pegarle dos hostias. Por la cara que ponía Rafa, debía estar pensando lo mismo que yo.

           Don Leandro, que había estado en aquella casa cuando la madre de las chicas aún vivía, nos hizo un pequeño plano de la vivienda para que nos hiciésemos una idea de la situación. Aquel pequeño croquis mostraba, nada más entrar, un salón que comunicaba a su derecha con una cocina sin puerta. Desde el salón se podía acceder a una de las habitaciones, y a su lado, había un largo pasillo rematado por una ventana. A la izquierda del pasillo, a continuación de la habitación a la que se accedía desde el salón, había un pequeño trastero y al fondo, estaba el cuarto de baño. En la parte derecha del pasillo, a continuación de la concina, dibujó dos puertas, eran otras dos habitaciones. No había nada más, la casa era de una sola planta.

           Después de mantener una charla con Rubén y hablar de alguna que otra operación fallida en la que nosotros ya habíamos intervenido, ese personaje llamado Marc quiso que su primer botín carnal fuese Fedra. Oímos sus pasos acercándose por el pasillo acompañados del ruido de unos pies que arrastraban por el suelo, supusimos que eran los de ella. Justo fueron a entrar en la boca del lobo. Estaba tan ocupado sosteniéndola  que no reparó en nosotros. No tuvo tiempo de decir nada, lo dejé inconsciente fácilmente. Fedra, en un estado lamentable, ni siquiera llegó a vernos. Aunque Rafa la sostuvo por detrás, cayó en brazos de don Leandro y se dejó llevar hasta la cama. Esposé a aquel individuo y lo dejé en manos de un policía. El inspector nos ordenó esperar en el furgón, sabía que Fedra no nos había visto y creyó oportuno que ellas siguieran sin conocer nuestro verdadero trabajo. Como suponíamos, Rubén acabó impacientándose y fue hasta la habitación para ver cómo iba todo, momento en que rápidamente fue detenido.

           Un agente de la policía local había llamado a una ambulancia y parecía que se oía una sirena acercándose.

           Marc y Rubén fueron escoltados por tres agentes hasta nuestro furgón. Rafa y yo les esperábamos impacientes. Nadie nos veía en ese momento. ¡Qué importancia podía tener que llegaran magullados a la Comisaría! Sin pensarlo dos veces, propiné un puñetazo cargado de rabia a Rubén, aquel canalla lo tenía merecido por todo lo que le había hecho pasar a Marina. Rafa, que sabía lo que Marc pretendía hacer con Fedra, no pudo reprimirse y le dejó los nudillos marcados en su cara.

           Núñez nos comentó que las chicas estaban supuestamente bien, pero iban a llevarlas al Hospital General de Castellón para hacerles un reconocimiento. Ese era un buen momento para que le pidiésemos un permiso al jefe, hacía tiempo que no estábamos a su lado y ahora necesitaban nuestra compañía. Desde que las chicas empezaron a triunfar en el mundo de la moda, ya no trabajábamos en la empresa Paolo&Giovanni, para ellas ahora éramos dos simples comerciales de una empresa de fotocopiadoras. Aquella tapadera nos daba un poco más de libertad y nos permitía llevar otros casos mientras ellas estaban de gira por Europa.

           El inspector Poveda se acercó al furgón policial y mostrando una sonrisa angelical se dirigió a los detenidos.

           ─Bien, de momento todo ha ido bien. Os vamos a llevar a nuestra comisaría. Seguro que allí cantáis como los ángeles.

          ─Oiga, voy a denunciarles por maltrato, ¡Mire lo que me ha hecho uno de sus hombres! Ha sido este tío ─dijo Marc mostrándole la cara y señalando a Rafa.

           ─Sí, ya veo que tiene la cara hinchada, por aquí hay muchas colmenas de abejas, es una pena que le haya picado una ─le contestó.

           ─¿¡Cómo dice!? Tengo un abogado muy bueno, no crea que se van a librar de ésta. Dentro de dos días yo estaré en la calle y ustedes se habrán quedado sin trabajo, tendrán que sufrir un bonito expediente disciplinario.

           ─Dice la verdad jefe, le he dado un puñetazo ─le confesó Rafa.

           ─No se preocupe Rafa, yo no he visto nada. Y a éste, ¿Qué le ha pasado? ─dijo despreocupado mirando a Rubén.

           ─A éste le he dado yo ─dije.

           ─Bien hecho ─contestó.

           ─Oiga, me llamo Javier Alonso, quiero dejar esto claro, ya he sido demasiado tiempo mi gemelo. Si tengo que pagar por algo, que sea por lo que yo he hecho, no por lo que haya hecho mi hermano. El que murió aquí en esta casa fue él, no yo ─aclaró quien pensábamos que era Rubén.

           Cuando supe que ese hombre era Javier, una ola de furia contenida se apoderó de mi persona y cegado por la rabia le asesté un puñetazo tan grande que le desencajé la mandíbula. Acabamos todos en el hospital general de Castellón.

           El inspector Poveda informó debidamente de la pequeña batalla en que ambos detenidos se habían enzarzado y todo quedó como una pelea entre ellos. Al día siguiente, tras auxiliar a los detenidos y realizar los trámites correspondientes, el inspector Poveda, Méndez y Núñez partieron hacia nuestra comisaría con Javier y con Marc.

           El jefe decidió darnos unos días de permiso porque creyó que nos hacían falta. De ese modo podríamos quedarnos en Castellón y acompañar a las chicas hasta que fuesen dadas de alta.

           Cuando Marina se despertó después de aquella larga noche, yo estaba allí a su lado y pude ver el amor reflejado en sus ojos. Algo me decía que estaba preparada para contármelo todo.

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