Secreto entre hermanas (Parte VI: Javier, 2009)

“Sabía que a esas zorras les iba bien. Los dueños del restaurante les habían ofrecido su casa y vivían con ellos.

           Creo que ellas no volvieron nunca a nuestras casas después de lo ocurrido. La casa del pueblo permaneció cerrada desde mi supuesta muerte y la de la montaña también. Para dejar pasar el tiempo, me fui a vivir al piso de Rubén y allí nadie se dio cuenta de nada. Como únicamente hablaba con los de la Organización, no tenía relación con nadie del vecindario. Mis jefes sabían que yo era Javier, a ellos no podía engañarlos, eran demasiados años trabajando juntos.

           Una vez estuve en la casa de la montaña, dejé mi vehículo en la carretera y me dirigí allí andando. Pude observar que la policía rondaba por los alrededores de vez en cuando. Ahora no solo debía ocultarme de los guardas forestales, además debía esquivar a la policía local. Conseguí entrar para recordar viejos tiempos y, sentado en la mesa, empecé a imaginar cómo podría vengarme de ellas. Tenía que ser en aquella casa, el lugar donde perdí a mi hermano.

           Un confidente de la Organización se enteró de que las chicas iban a irse de la población y le encargué que descubriese cuál era su destino, pero no pudo averiguarlo. Continué con mi trabajo habitual, normalmente tenía a Marc de compañero. Nuestro patrón a seguir siempre era el mismo, me resultaba sencillo realizarlo y con las ganancias podía permitirme algún pequeño lujo.

           Decidí alquilar un piso en Madrid y viví unos meses allí, sin más compañía que la del televisor y la del móvil. Había imaginado muchas veces mi venganza: unas veces las mataba, otras simplemente las cedía a la Organización, para que las enviasen a algún prostíbulo del Lejano Oriente; pero finalmente prefería olvidarme del asunto. Cuando casi había dado mi batalla por perdida, mi contacto me dijo exactamente dónde estaban. Aquello dio nuevamente sentido a toda mi existencia.

           Decidí que debía cambiar de domicilio e instalarme cerca de ellas y, aunque seguía trabajando con los míos, me dediqué en cuerpo y alma a conocer todos y cada uno de los pasos que daban. Conseguí urdir un plan perfecto para secuestrarlas en el parque, pero cuando ya lo tenía todo planeado, cambiaron el rumbo de su vida y Fedra se convirtió en modelo. ¡Menuda suerte la mía! Aquello echó por tierra todas mis esperanzas de conseguirlo.

           A partir de ahí, fue más fácil seguirles la pista, pues sólo tenía que comprar las revistas en el quiosco, pero me resultaba imposible encontrarlas solas.

           Siempre tenían gente a su alrededor, especialmente un par de gilipollas que supongo que pretendían ser amigos con derecho a roce. Aquello podía complicarme las cosas y decidí que debía saber exactamente no sólo qué pasos daban sino también qué pensaban.

           Un día que ellas no estaban, logré entrar en su portal y subir hasta su piso. Mi hermano siempre dijo que se me daba bien abrir las cerraduras. Instalé un par de micrófonos: uno en la habitación y otro en la salita. Alguien me dijo alguna vez que las mejores confidencias se hacen en los dormitorios.

           Aunque al principio, pensé secuestrarlas para enviarlas a algún prostíbulo extranjero, luego se me ocurrió una genialidad: «Pedir un rescate a los idiotas de sus jefes». Una vez cobrado, la Organización ya se encargaría de ellas. Mis jefes no trataban normalmente con producto nacional, preferían la mercancía del Este pero, en este caso, por ser yo, iban a hacer una excepción.

           Instalar micrófonos fue una idea brillante. Casi todos los días escuchaba sus conversaciones comentando la jornada de trabajo y sus sentimientos hacia ese par de tontos que se habían cruzado en sus vidas. Yo tenía la sartén por el mango. Sabía que en algún momento flaquearían.

            Una noche, invadidas por algún repentino arrebato de añoranza, comentaron que cuando regresaran del viaje que iban a hacer a París, volverían a casa paseando por el parque, solas, como siempre lo habían hecho antes de tener amigos. Aquella fue mi oportunidad. Tuve que moverme rápido y sobornar a más de uno para ser contratado como operario del servicio de recogida de basuras municipal. Conseguí tener furgoneta propia y trabajar justo en el parque por el que querían pasear las chicas. Sólo debía tener paciencia y esperar a que llegase el momento apropiado. Mientras tanto lo tendría todo planeado. Primero fui a la casa de la montaña, para tenerlo todo preparado, luego me dediqué durante unos días a tener pleno dominio de mi nuevo trabajo.

           Cuando volvieron de París, tal como dijeron, fueron a casa paseando por el parque, solas. Allí las secuestré, fue muy fácil, primero lancé un dardo inmovilizador a Fedra, y luego otro a Marina, las metí en la furgoneta y me las llevé hacia mi casa de la montaña. Recuerdo que en algún momento, me pareció ver que un vehículo nos seguía, pero finalmente lo despisté y creí que no era así. ¡Qué equivocado que estaba!

           Bien, tras llevarlas allí llamé a uno de sus jefes para conseguir que pagase el supuesto rescate y bueno, después ya me detuvieron ustedes.»

           ─¡Habré terminado ya, ¿no?! Creo que ya no tengo más que decir.

          ─Se equivoca, aún no nos ha hablado de la Organización, debe darnos nombres, direcciones, números de teléfono, etc.

           ─No puedo hacer eso, ellos me matarían. Prefiero cumplir mi pena en la cárcel.

           ─No ha querido la asistencia de ningún abogado pero, le repito, que si usted no tiene ninguno, le podemos asignar uno de oficio. Él le asesoraría convenientemente y, seguramente, le aconsejaría que nos diese la información que le estamos solicitando.

           ─Ya les he dicho que no quiero saber nada de esos picapleitos. Seguro que por buen comportamiento salgo antes de lo previsto y consigo rehacer mi vida. Además, estoy confesando voluntariamente, más atenuantes a mi favor ¿no?

           ─Bien, he terminado mi trabajo. Buenos días.

           ─¿Ya se va?

           ─Sí señor, hoy me tocaba a mí hacer de poli bueno. Ahora entrará mi compañero.

……

           ─Buenos días, veo que no ha terminado su declaración de un modo satisfactorio para nosotros.

           ─¡Oiga, no abuse!

           ─Supongo que el Inspector Poveda ya le ha dicho que hoy le tocaba a él hacer de poli bueno. Pues bien, verá, yo soy el poli malo.

           ─¡Ah, sí! ¿Qué piensa hacerme, castigarme cara a la pared?

           ─No señor, pienso matarle.

           ─¡No crea que me asusta con sus artimañas policiales!

           ─Si usted no habla, no tendremos ninguna información, cierto, pero si no nos da esos datos, entonces ya no nos sirve de nada y, como usted ya está oficialmente muerto, es mejor que le matemos y nos olvidemos de su cara. No se puede arrestar a nadie por matar a un muerto.

           ─Pero, ¿Qué dice? Acabo de confesar que soy Javier y no Rubén.

           ─De momento esa confesión está retenida.

           ─Usted no me mataría a sangre fría, un buen profesional no haría eso.

           ─Tiene razón, un buen profesional no lo haría, pero un amante despechado o un padre enfurecido sí.

           ─¿De qué está hablando?

           ─¡Y aún me lo preguntas miserable! Yo fui el amante de Elena y soy el padre de Marina y de Fedra. ¿Crees que no sería capaz de hacerlo?

           ─¡Socorro! ¡Ayúdenme! ¡Socorro!



2 comentarios:

  1. Wooowww!!!
    el padre de las chicas!!!!
    parece q todo se va enderazando!!
    jajaja.. me encanto!

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  2. Sí, es que en el fondo soy una romántica. Jajaja

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