AL FILO DEL TABURETE

El rechinar de dientes lo delataba. Pretendía ignorar la pesada soga adherida a su cuello y salir airoso de aquella pesadilla que lo torturaba, pero la realidad se empecinaba en recordarle que era él, y no otro, quién se hallaba en tal camisa de once varas. Pocas horas antes, se ofreció para acompañar a Luis a cobrar una deuda de juego. Pensó que su corpulencia intimidaría al individuo que iban a visitar y zanjarían sin problemas la situación. Aún retronaba en su cabeza la gran risotada de aquel hombrecillo cuando fue instado al mencionado pago. Su numerosa familia acudió a la llamada y rápidamente les dejó inmovilizados. ¿Quién le mandaría ser tan fanfarrón? Sí, la cuerda estaba apretada, su vida en manos de otro, el miedo calándose hasta los huesos. Una orden marcó el fatídico desenlace que iban a presenciar en primera persona. Se sentía pequeño, indefenso e inmóvil. La suerte estaba echada. El destino se burlaba de él. Al taburete que tenían bajo los pies, de madera maciza, le quitaron dos de las cuatro patas. Ahora era un equilibrista. Su vida dependía de ello. Si fallaba, moriría ahorcado.

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