Samuel fue sorprendido de vuelta a casa y decidió apagar el motor de su coche. Los mortecinos puntos de luz le recordaban que no estaba solo. Una intensa ola de frío recorrió su cuerpo obligándole a salir en busca de refugio. Sus pasos le adentraron en aquella espesura y se topó con una puerta. La aporreó varias veces, gritando que necesitaba entrar. La niebla se disipó justo cuando se abrió la puerta. Una antipática cara le preguntó: ¿Por qué tanta urgencia? ¿No ve que los otros están vacíos?
Las puertas contiguas estaban abiertas. Una señal indicaba que eran los Servicios de Caballeros.
Yolanda, muy bien ese final que descoloca y arregla al mismo tiempo el relato. Te arranca una sonrisa.
ResponderEliminarMuy bueno, a la próxima tendrás más suerte.
Un abrazo.
Arrancar una sonrisa, con estos tiempos que corren, siempre es un regalo. Gracias por sonreir.
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