Seis alminares provistos de varias ménsulas recibieron al viajero de Iznik y le dejaron
absorto ante tal magnificencia. Las paredes custodiaban miles de tulipanes
frescos que dormían el sueño eterno y su corazón latió exultante ante aquel
derroche de belleza. La desnudez de sus
pies fue acariciada por cientos de alfombras imperiales, y sus pupilas quedaron
atrapadas por una cegadora luz natural que se multiplicaba rompiéndose en miles
de guiños de oro y gemas. Embelesado como estaba, quedó atónito al presenciar
cómo eclosionaba uno de los huevos de avestruz de una lámpara de cristal. Aquel
nuevo visitante le impulsó a gritar: “Milagro”.
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