Cuando
empecé su lectura, únicamente leí el primer capítulo. Con tanta sangre, me era
imposible saborear la historia. Decidí que lo mejor era devolverla y comprarme
otra más interesante. Al propietario no pareció importarle y me pidió que
eligiese otra, sin coste alguno. Sentí un poco de remordimiento pero,
finalmente, accedí.
Con
las vacaciones aplazadas y los turnos alterados, dejé mi lectura diaria
aparcada y mis defensas bajo mínimos. Un mes sin leer, era mucho tiempo. Algo
romántico me vendría bien.
Esa sección estaba atiborrada de
ejemplares y justo escogí uno del estante superior. Entonces, otra piel de
pomelo cayó sobre mí. Esta vez, decidí tirarla en la papelera, sin hacer ningún
comentario. Curiosamente, vi que estaba llena de pieles de pomelo y, extrañada,
acerqué mi cara. Quedé maravillada al ver unos personajes del tamaño de mi uña,
que estaban construyendo algo.
Mi
pose llamó la atención del dueño y vino a preguntarme si me encontraba bien.
Ante mi mutismo, acercó también su nariz a la papelera.
─¿Qué es esto? ¿De dónde han
salido esos hombrecillos? ─preguntó asombrado.
Al
unísono, todos ellos se taparon las orejas. Uno, lanzó al aire un pequeño hilo
con un clip atado en su punta y lo enganchó en el borde de la papelera. Reptó
hasta arriba y nos miró con cara de pocos amigos. Movía la boca como si nos
hablase, pero no podíamos oírlo.
Como no había nadie más en la
librería, el propietario cerró la puerta del local, para evitar fisgones.
─Reduce
el volumen, creo que nuestra voz les molesta ─apunté susurrando.
─Parecen tan humanos como
nosotros. Si no fuese porque lo estoy viendo, no lo creería.
─¿Y
las pieles de pomelo? ¡La papelera está llena!
─No sé. Intentemos comunicarnos
con ellos. A ver si averiguamos de dónde proceden y qué hacen aquí.
Mientras
hablábamos, una hilera de hombrecillos escaló hasta el teclado del ordenador.
Nos llamó la atención verlos por parejas, dando saltos sobre las teclas, como
si realizasen algún tipo de baile folklórico. Escribieron un mensaje.
Venían
del otro lado de la galaxia. Conocían nuestra existencia y sabían mucho sobre
nosotros, pero no estaban de visita. No sabían cómo habían llegado a la Tierra
ni por qué. Como los más pequeños tenían hambre, un libro de pasta de árbol de
pomelo les ofreció unos frutos para comer. Luego, con las pieles, empezaron la
construcción de dormitorios para pasar la noche. Nos pidieron que les
ayudásemos a regresar.
Debían ser un centenar, contando
hombres, mujeres y niños.
Los
cabecillas eran Lucho y Fénix, el propietario se presentó como Eduardo y yo les
dije que me llamaba Teresa.
Se
nos ocurrió abrir todos los libros, por si alguno tenía la puerta de regreso.
En
Los Viajes de Gulliver encontró otro
hombrecillo perdido. Caminaba desorientado sobre su mano sin percatarse de
nada, pero cuando descubrió nuestra presencia, se asustó y cayó de espaldas,
sin saber dónde esconderse. Al reunirlo con los demás, se tranquilizó.
Eduardo
abrió de nuevo el libro y metió la
mano dentro. En menos de un segundo, desapareció. El cuento se lo había
tragado, literalmente. Esa era la puerta.
Fénix me pidió que los acercase para
volver. La angustia se había apoderado de mí pero, los pequeños me hicieron
reaccionar. Abrí las palmas de mis manos y esperé que se sentasen sobre ellas,
apretujados y felices. El libro mostraba una bella noche estrellada y, desde el
margen, fueron cayendo, uno tras otro, por un tobogán surgido de la nada.
Sentí la tentación de cerrar el
libro, salir corriendo y olvidar lo sucedido, pero no fui capaz.
Temerosa,
acerqué mi mano hacia lo desconocido. Algo tiró de mí mientras empequeñecía y
una sensación de asfixia atenazaba mi garganta. Llegué a un lugar desconocido.
Una mujer vino a mi encuentro y me ofreció un café. Luego, desapareció de mi
vista.
Eduardo vino a buscarme y me
contó que él también había tomado el café de la tía de Lucho. Nuestro encuentro fue eufórico: un abrazo intenso
y un beso muy tierno.
Lucho
nos explicó que trabajaba contando «Lectores» y que la gráfica de la Tierra
mostraba una línea vertiginosamente descendente.
Un punto rojo, indicaba la fecha de comienzo del declive, justo el día que yo
dejé de leer; y un punto verde, indicaba la fecha actual, justo el día que quise
volver a leer. También recordó que una fuerza les arrastró hacia la librería para
ayudar a unos libros que querían reanimar a la lectora perdida, una tal Teresa.
O sea, yo.
Solución: «Leer todos los días, saboreando
la lectura».
***
─¿Te
encuentras bien? ¿Quieres que llame a un médico? Te has desmayado. Puede que
tengas las defensas bajas, a mi hermana le pasa bastante ─me dijo preocupado,
con la noche estrellada aún en su mirada.
─Estoy bien, gracias. Me llamo
Teresa ¿Y tú?
─Soy
Eduardo, el dueño de esta librería. Mira, Teresa, como veo que te encuentras
mejor, te voy a regalar un libro ¿Qué te parece?
─¡No será de vampiros!
─¡No!
Es un clásico: «Los viajes de Gulliver» ¿Te gusta?
─Me encanta. Gracias ─contesté
tocando su mano.
─Perdona,
¿Nos habíamos visto antes?
Mis
nuevas vacaciones empezaban bien. Seguro que un buen zumo de pomelo subiría mis
defensas.
Yolanda, este relato-sueño me ha recordado a un libro que estoy leyendo de Millás, precisamente de hombrecillos, aunque creo que tu relato se orienta más con las Historias de Gulliver.
ResponderEliminarDe tu relato se extrae que se debe leer más, que es posible con ellos, viajar a otros mundos, de una forma barata y exclusiva, pues según la imaginación de cada cual la ruta varía.
Un buen relato.
Abrazos.
Quise presentar este relato en el concurso de la Casa del Libro Maestro Vitoria, pero mil historias me impidieron llegar a tiempo. Aquí lo dejo, por si alguien pasa a leerlo. Gracias por hacerlo.
ResponderEliminarNo he leído aún a Millás, pero tengo en mente leer El Mundo.Comencé la lectura de los Premios Planeta hace varios años y éste no me lo pienso perder.