Se me escapa una sonrisa


 La primera vez que visité esta casa, el caos me abrió la puerta. La penumbra acampaba en los rincones, una tupida capa de polvo alfombraba  las baldosas del suelo,  las gruesas paredes escondían humedades milenarias y el corral estaba lleno de malas hierbas. Además, como la casa había sido alquilada en la semana de fiestas, también encontramos unas cortinas de plástico negro que colgaban desde el techo y unas tortuosas luces intermitentes en pleno salón comedor. Y, por si no nos había enamorado lo suficiente, al salir, un hermoso collar de telaraña se vino con nosotros. Veinte años después de nuestra  acertada compra, al recordarlo, aún se me escapa una sonrisa.

2 comentarios:

  1. Yolanda, cualquier "desgracia" de este tipo cuando se recuerda, con el tiempo, provoca más risa que llanto. Y es que muchos marrones luego se tornan blancos con los años.

    A seguir concursando.

    Abrazos.

    ResponderEliminar
  2. Más que "desgracia", fue una mala impresión, pero ello no impidió que compraramos esa vieja casa que hoy en día es nuestro hogar.

    Las humedades nos siguen plantando cara, pero conseguimos que los otros marrones se tornaran blancos con unas cuantas capas de pintura y un poquito de buen humor.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar