Secreto entre hermanas (Parte II: Jorge y Rafa, 2005-2006) (1)

Eran las cinco de la madrugada cuando sonó el teléfono y, la verdad, me entraron ganas de pegarle una patada. Vi el número de la Comisaría, el deber me llamaba, no quedaba más remedio que abrir los ojos y contestar. Contesté con pocas ganas.

           ─¿Sí?

           ─¿Subinspector Hurtado?

           ─Sí.

          ─Soy Lourdes, le llamo de parte del Inspector Poveda. Debe presentarse en las oficinas inmediatamente.

           ─En quince minutos estoy ahí, Lourdes. Gracias.

           Un remojón bajo la ducha, un café, los vaqueros y el polo. Bajé zumbando hacia el garaje, cogí mi Ford Focus y salí hacia las oficinas. Bajo ningún concepto quería hacer esperar más de la cuenta al Inspector.

           Cuando llegué lo encontré mirando pensativo por la ventana, de espaldas a la puerta. Aquello no auguraba nada bueno. Cuando oyó el pomo de la puerta acristalada, se giró inmediatamente y tomó asiento en su mesa. Méndez, Núñez y Martínez estaban sentados frente a la mesa, expectantes.

           ─He venido lo más rápido que he podido. Lo lamento, si estaban esperándome ─me excusé.

           ─Siéntese Hurtado. Gracias a todos por haber venido cuanto antes. Quiero contarles dos casos antiguos que vamos a retomar. Tendremos que investigar con sumo cuidado y andarnos con pies de plomo.

           »Hace diez años un par de chicas aparecieron muertas en un pequeño municipio de Castellón. El Jefe de la Policía Local, Leandro, muy amigo mío, me contó el caso. Las chicas estuvieron la noche anterior en sus oficinas con la intención de presentar una denuncia que finalmente no llegaron a cursar. La única información que obtuvieron de ellas fue que dos hermanos gemelos las habían secuestrado en la estación de tren y luego las tuvieron retenidas en un almacén del que se habían escapado. Aparecieron muertas al día siguiente. Un confidente les confirmó que los hermanos hacían el trabajo sucio para unos mafiosos italianos. Buscaban estudiantes de Europa del Este, con buena presencia, que venían de vacaciones a nuestro país. Las secuestraban y las drogaban para entregarlas al siguiente eslabón de la cadena. Trabajaban en diversos puntos de España. El confidente les ayudó a elaborar este retrato robot de los hermanos gemelos ─nos lo mostró─. Al día siguiente apareció muerto por sobredosis en el Barrio del Carmen de Valencia. Intervino la policía judicial de ambas provincias pero el caso quedó sin resolver.

           »Hace cinco años, un par de hombres aparecieron muertos en aquel mismo municipio. El Juez Instructor avisó a la Policía Judicial de Castellón para que abriesen las oportunas diligencias e investigasen el caso. En ese momento, yo trabajaba de subinspector en aquella comisaría. Acompañé al Jefe al lugar de los hechos e iniciamos la investigación. Con ayuda de la Policía Local, identificamos a uno de los dos cadáveres. Era un vecino con fama de borracho, titular del inmueble donde se habían hallado los finados. Cuando vi su cara, me recordó vagamente a alguien, Leandro me confirmó que coincidía con aquel retrato robot que me dio cinco años antes. El otro cadáver era de un empresario polaco adinerado, que supuestamente estaba aquí en viaje de negocios. Ambos hombres presentaban heridas de arma blanca. Se halló una navaja abandonada en el suelo, con sangre de ambos en el filo. Se comunicó a los medios informativos que aquellas muertes fueron resultado de un ajuste de cuentas entre ellos. La realidad fue que el Juez tuvo claro, desde el primer momento, que allí hubo alguien más implicado. Otro caso más sin resolver.

           ─¿No estamos un poco lejos de Castellón? ─indicó Méndez.

           ─Sí, efectivamente, unos setecientos kilómetros. Esta mañana hemos recibido noticias indicando que el hermano gemelo se encuentra en esta ciudad y, por si fuera poco, las hijas del hermano fallecido también viven aquí ahora. Debemos seguir la pista del hermano y descubrir si es una casualidad lo de sus sobrinas. No me gustaría tener que investigar otro asesinato.

           ─¿Por dónde empezamos? ─dijo Núñez.

           ─Méndez y usted seguirán la pista del hermano e intentarán dar con su paradero. Quizá podamos reanudar la investigación del caso de las chicas muertas y, además, descubrir si tuvo algo que ver con la muerte de su hermano y del polaco.

           Sacó unas hojas de informes y se las dio a Méndez. Le indicó que debían seguir las pistas allí contenidas y colaborar con la unidad de investigación de la Policía Judicial de Castellón.

           ─¿Y nosotros? ─pregunté.

           ─Usted y Martínez se infiltraran en la vida de las chicas, conseguirán entrar en su círculo de amistades y descubrirán todo lo que puedan de ellas. No sé si ellas han tenido algo que ver con todo este sucio asunto, pero si no es ese el caso, creo que necesitarán protección. Ustedes las protegerán el tiempo que dure esta investigación.

           ─¿Cómo conseguiremos infiltrarnos en sus vidas? ─añadí.

           ─Las chicas viven aquí desde hace tres años. La mayor se llama Marina y tiene veinticuatro años. La menor se llama Fedra y tiene diecinueve. Trabajan de limpiadoras en la empresa de moda Paolo&Giovanni. En el departamento de personal de la empresa les están esperando para que firmen un contrato de seis meses como peones de limpieza.

           ─¡No me joda! ─solté sin poder reprimirme.

           Menos mal que al Inspector le hizo gracia mi salida y no le dio importancia. No era hombre dado a los chistes. Mi compañero simplemente arqueó los ojos y resopló.

           Nos había dado un dossier remitido por don Leandro, el Jefe de la Policía Local del municipio donde vivían antes las chicas. Sacamos sus fotos, se notaba que las habían tomado sin permiso. Una estaba detrás de la barra de un bar entregando una bandeja a alguien. Detrás indicaba que se trataba de Marina. La otra iba por la calle, con una mochila colgada a la espalda y unos libros en la mano. Detrás indicaba que se trataba de Fedra. Eran unas fotos bastante malas.

           Don Leandro nos envió una carta donde indicaba que la mayor estuvo trabajando como camarera en un restaurante de la población desde los dieciséis años. Cuando sucedió lo de su padre, ella tenía diecinueve años y la pequeña catorce. Como su madre había fallecido unos años antes, se quedaron huérfanas. La hermana mayor fue nombrada tutora legal de la hermana menor. Se desconocía la existencia de familiares con vida. Los dueños del restaurante, una pareja sin hijos, se hicieron cargo de ellas hasta que la pequeña finalizó la secundaria. En ese momento, las chicas vinieron a esta ciudad y empezaron a trabajar de limpiadoras gracias a un contacto de los dueños del restaurante.

           Rafael Martínez, más que mi compañero, era mi amigo. Hacía cinco años que trabajábamos juntos. Sería fácil hacer ese trabajo con él.

           Cuando leyó las notas de don Leandro, el rostro de Rafa se ensombreció. Él también era huérfano. Sus padres murieron en un accidente de tráfico hacía cinco años. Entonces él tenía veinte años y ya llevaba un año trabajando en la policía judicial de Castellón. No pudo quedarse allí con sus recuerdos y pidió el traslado a esta Comisaría.

           Recordé cuando nos presentamos: «Rafael Martínez, agente novato. Será un honor trabajar con usted», «Jorge Hurtado, subinspector veterano. Yo también he sido agente novato y sé que toca un poco los cojones hablar de usted al jefecillo de turno. Llámame Jorge». Rafa, más que amigo, me consideraba como el hermano mayor que nunca tuvo.



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