Secreto entre hermanas (Parte II: Jorge y Rafa, 2005-2006) (4)

Días después, pasamos por la Comisaría, nos había avisado el Inspector Poveda. Acudimos los cuatro: Méndez, Núñez, Rafa y yo.

           ─Esta mañana me han pasado copia del informe de la policía judicial de Castellón. Han interrogado a los amigos del padre de las chicas. Desconocían que tuviese un hermano. Según siete de ellos solo hacían partidas con apuestas en la casa de la montaña donde aparecieron muertos el padre y el polaco. El último amigo interrogado, sintiéndose avergonzado, ha confesado que el padre les dejaba beneficiarse de la hija mayor a cambio de dinero.

           Cuando oí aquello, empecé a comprender muchas cosas de Marina. Aquella impresión de «dama de hierro» se confirmaba al conocer su pasado. ¿No sería ella la que había matado a su padre? Quise borrar aquella idea de mi mente y continué escuchando al inspector.

           ─Tras aquella declaración, han vuelto a interrogar al resto y, tristemente, han confirmado que la chica estuvo con todos ellos, evidentemente obligada por su padre. Esa situación duró desde sus catorce años hasta la muerte de Javier Alonso. Me temo que esta investigación puede llevarnos por otra vía. Ya se han tomado las medidas oportunas contra estos tipos.

           ─¿No han confesado nada respecto a Fedra, la menor? ─preguntó un conmocionado Rafa.

           ─No, a la menor no llegaron a tocarla. Por lo visto, su padre se enteró de que la virginidad estaba muy bien pagada en ciertos círculos, y les dijo que primero tenía que sacar una buena tajada y que luego ya la catarían.

          ─Fedra tenía catorce años cuando murió su padre ─dije.

           ─Efectivamente, creemos que tuvieron algo que ver con esa muerte. Deberán descubrir hasta qué punto estuvieron implicadas. Pudo ser algo premeditado por la mayor, para evitar sufrimientos a la pequeña. No sé…

           ─A través de don Leandro, hemos averiguado que la familia se empadronó en ese municipio cuando la mujer estaba embarazada de Marina. Todo parecía normal los primeros años. El marido estaba poco en casa, ella decía que era comercial y por ello viajaba mucho. Nadie le dio importancia. Con la segunda hija, su marido, por lo visto, perdió el trabajo y empezó a frecuentar los bares de la población. A las niñas no les hacía ni caso. Nunca vieron a ningún familiar en la casa ─informó Núñez.

           ─¿Sería ese empresario polaco el comprador de la virginidad de Fedra? ─pregunté.

           ─Eso deben descubrirlo ustedes. Intimen con las chicas si es necesario.

           ─Ninguna de las dos se merece eso. Estoy seguro que son inocentes ─dijo un indignado Rafa.

           ─Señor Martínez, no vaya por donde creo que va, porque me veré obligado a apartarle del caso.

           ─Yo respondo por él Inspector Poveda ─me apresuré a decir.

           ─Eso espero, lamentaría tener que apartarlos a los dos.

           Los días siguieron su curso normal, no nos dejamos impresionar por lo que habíamos oído en la Comisaría, sabíamos que ellas habían sido unas víctimas inocentes de lo que fuera que hubiese pasado. Seguiríamos nuestra amistad, sin delatar quiénes éramos y protegiéndolas si su tío decidía hacer algo contra ellas.

           Un día, mientras estábamos limpiando los grandes ventanales del mirador, apareció un ofuscado señor Paolo que acababa de recibir una mala noticia: una modelo se había roto la pierna y no podía hacerse la prueba de un vestido. Le insinué que tenía la solución al alcance de la mano, solo tenía que pedirle a Fedra que la sustituyese. Me lo agradeció. Le dije que estaba con Marina, limpiando los servicios de señoras. Rafa y yo sonreímos cuando le vimos asomar tímidamente la cabeza por la puerta. Fedra aceptó y nosotros decidimos que no podíamos perdernos aquel evento. Nos las apañamos para no perder detalle detrás de las grandes cortinas de la sala. En un momento que entraron varias personas de confección, casi nos descubren. Hubiese sido una situación difícil de explicar. La prueba fue un éxito, Fedra lo hizo a las mil maravillas. Noté que Marina estaba emocionada. Luego, en el Menfis, nos contaron cómo había sucedido todo y, para celebrarlo, nos invitaron a cenar a su casa.

           Cuando llegamos, una Marina sonriente nos explicó el sencillo menú que nos esperaba. Su sonrisa iluminó toda la estancia y cuando sus ojos se posaron en mí noté que una corriente eléctrica me atravesaba. No sentía aquello desde mi pubertad, cuando me enamoré perdidamente de mi profe de «mates». Fue una cena fantástica, no importa qué comimos, hasta una ensalada de piedras me hubiera parecido un manjar de dioses.

           Nos quedaban dos semanas para la finalización del contrato y Pérez nos comunicó que debíamos disfrutar nuestras vacaciones y pasar por allí a final de mes para arreglar el papeleo que quedara. Se lo explicamos a las chicas del modo más indiferente que pudimos, diciéndoles que seguiríamos en contacto.

           La primera semana las vigilamos desde casa, escuchamos sus conversaciones, algunas de trabajo y otras sobre su preocupación por nosotros, y sobre todo, ayudamos a Méndez y a Núñez a seguir los pasos del tío de las chicas.

           Una mañana que estábamos los cuatro en el coche de Méndez, vimos salir de su portal a Rubén Alonso, cogió un taxi que le llevó a la estación y nosotros tomamos la misma dirección. Apoyado en una columna del andén, le vimos escrutar detalladamente a todas las chicas que bajaban del tren. De repente, sacó un cartel que llevaba bajo la chaqueta y lo mostró sonriente a una joven. El cartel mostraba el logotipo de una agencia de viajes, por lo que la chica se acercó a él sin ningún temor. Rubén tomó cortésmente su maleta y le indicó que le siguiera. Nosotros cuatro, cada uno desde un punto, les seguimos. En una de las puertas laterales de la estación, vimos una furgoneta que presentaba el mismo logotipo del cartel, ya había un conductor al volante, la chica confiada subió detrás y Rubén se sentó de copiloto. Rafa había acercado nuestro coche hasta allí, así que subimos y seguimos aquella misteriosa furgoneta. No distinguíamos el interior de la furgoneta, sus cristales tintados lo impedían. Salió de la ciudad en dirección a Madrid. Estábamos en el buen camino. Circulamos una hora por carretera nacional y luego tomamos un desvío hacia el interior de la sierra. Como no circulaban tantos coches por allí, intentábamos mantener la distancia.

           Se adentraron por un camino de grava, no parecía muy transitado y la furgoneta iba muy despacio. Rafa y yo bajamos del coche y les seguimos ocultándonos entre los árboles. Pararon ante una granja de cerdos. Bajaron Rubén y dos individuos más que portaban a la chica inconsciente hacia el interior de la nave trasera. Nos acercamos a las ventanas y pudimos asomarnos para ver el interior, la sentaron en una silla y la ataron con una correa. A su lado habían dos chicas más que también parecían drogadas. Del cuarto del fondo, salieron seis hombres armados. Aquel era uno de sus centros operativos, no cabía duda. El más mayor de todos, le dio un fajo de billetes a Rubén y éste les entregó una parte a los dos hombres que le habían ayudado en el secuestro. Me alejé de allí unos metros para alertar a Méndez y a Núñez y decirles que pidiesen refuerzos, pero ya se habían adelantado, dos unidades de la policía local de aquel lugar estaban acercándose y había sido alertada nuestra Comisaría, por lo que no tardaría en aparecer el Inspector Poveda. De momento, las órdenes eran mantenerse alejados y a la espera de nuevas instrucciones. 

           Cuando regresé a la ventana, Rafa había conseguido abrir una rendija de la misma y parecía oírse lo que se hablaba en el interior.

           ─Y bien, Javier, ¿Cuándo piensas traer a esas dos chicas de las que nos has hablado tantas veces? Ten en cuenta que si la mayor tiene veinticuatro años, cuanto más tardes más difícil será venderla.

           ─No tardaré mucho, no te preocupes. Ahora bien, de la pequeña quiero sacar más tajada, creo que aún es virgen. Y con la carita que tiene… seguro que vale su peso en oro.

           ─Eso depende de los compradores. Si es virgen, de ésta sales jubilado. No tendrás más problemas de dinero. Podrás irte bien lejos y comprar una nueva identidad.

           Aquello me dejó desconcertado, parecían estar hablando de Marina y de Fedra. No sabía por qué le llamaba Javier. Aquel era Rubén, su hermano había muerto.

           Méndez esperaba nuestra señal para acercarse a la granja.

           Llamé al inspector y le conté lo que habíamos oído. Era demasiado interesante como para dejarlo correr. Decidió que, mientras no hiciesen nada a las chicas, esperaríamos a que diesen el siguiente paso.

           Nuestros coches estaban camuflados entre los árboles, ellos no podían verlos. Vimos llegar un camión de transporte de animales. Los hombres armados llevaron a las tres chicas, aún inconscientes, a la parte trasera del camión, Había un departamento cerrado que contenía tres huecos, a modo de nichos, con puertecillas agujereadas. Un enorme cerrojo cerraba las puertas desde el exterior. El camión se fue con un conductor y un copiloto. El resto de personal se quedó allí.

           El Inspector Poveda montó un dispositivo de vigilancia en la granja. En cuanto al camión, una hora después, sufría un accidente provocado que se aprovechó para liberar a las tres chicas. Despertaron en un hospital de la ciudad, sanas y salvas, protegidas por una identidad española. Cuando se recuperaron, regresaron a sus países de origen. Los dos hombres del camión fueron arrestados por mil cosas, aunque en ningún momento se les acusó de secuestro. Si sus compinches pensaban ayudarles, como mucho podrían creer que las chicas se habían escapado y creerían que aquello les había beneficiado porque no se había descubierto su negocio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario